Marzo no fue un buen mes, en menos de seis días fallecieron dos buenos amigos, dos miembros importantes de las artes visuales en el estado, dos artistas que dejan para las siguientes generaciones su obra, la historia de su vida, su participación en la construcción de una ciudad con rostro más amable, una ciudad a la que le enseñaron el gusto por el arte.
Primero fue Jorge Rangel Guerra (1926-2011), alumno original del mítico Taller de Artes Plásticas de la UANL, que recibió instrucción directa de la no menos legendaria Carmen Cortes a la que luego substituyó en la dirección del taller una vez que la pintora catalana la abandonara resultado de un arranque de rabia, en el que quizás tuvo mucho que ver el propio Rangel Guerra.
El 30 de marzo, le siguió Raúl Oscar Martínez (1941-2011), uno de esos pintores que sin hacer ruido van labrando una trayectoria ascendente al grado de convertirse en uno de los nombres no sólo más apreciados en el medio, sino en una presencia insustituible al momento de hablar de las artes plásticas en Monterrey. Las particularidades de su paleta, de la fidelidad a su estilo se debieron a sus estancias en el extranjero pues fue uno de nuestros(as) pintores(as) que siguió su formación más allá de las fronteras, quedando marcados de por siempre por tal experiencia.
En otros tiempos la presencia de los artistas desaparecidos quedaba asegurada en la obra de quienes habían sido sus alumnos o ayudantes, en nuestro caso ni Rangel Guerra, ni Raúl Oscar hicieron escuela o tuvieron alumnos. El primero de ellos, a pesar de su estrecha vinculación con la Universidad y otros centros educativos, decidió ser un pintor más que en solitario, para colmar sus propias expectativas, para ver plasmados sus gustos, preferencias, conceptos que sobre el arte y la pintura en particular tuvo. Tan fue así que a la vuelta del día decidió abandonar toda actividad plástica pública para dedicarse a su otra pasión, la música y de ella a la opera de la cual fue un experto sobresaliente.
Por su parte Raúl Oscar tampoco formó a quienes pudieran continuar con su trabajo por la simple y sencilla razón de estar completamente concentrado en él, teniendo poco o nada de tiempo para dedicarlo a la enseñanza. Además, tomemos en cuenta que hasta que no se formaron en las universidades locales (UDEM 1991, UANL 1983) las carreras de Artes, la enseñanza de estas prácticas continuaba siendo decimonónica, muy ajena al espíritu cosmopolita y moderno de Raúl Oscar.
Nada más natural que el relevo generacional, es la garantía de la continuidad y cambio en las ideas, el hacer, el comprender, mas uno de los factores fundamentales en este relevo es la memoria, sin ella se trunca la continuidad, no se sabe hacia dónde crecer, cuál es la dirección a seguir, o si esta debe ser modificada. La manera de evitar esta confusión es, precisamente, asegurando la presencia del pasado en el presente, de la obra de aquellos que ya no están entre nosotros, convirtiéndolos en los nutrientes, en el alimento de hoy, en la raíz que permite alcanzar cotas más altas, de mayor calidad, de mayor trascendencia.
Si ni Jorge Rangel Guerra, ni Raúl Oscar Martínez dejaron alumnos ( por lo menos visibles en este momento), es deber de todos los demás ponerlos a disposición de quienes ahora serán sus relevos naturales, haciéndoles comprender que por más diferencias que existan entre ellos y quienes les precedieron, hoy no estarían en la posición que tienen de no haber sido por el esfuerzo, la entrega y obra de quienes antes, en el pasado, creyeron en hacer una carrera, un nombre, una trayectoria, en el complicado mundo del arte.
Habremos otros que simplemente los echaremos de menos, que recordaremos con cariño, con gusto, las pláticas, los sucesos, los incidentes que compartimos, mientras esperamos que el relevo se siga cumpliendo.
Publicado originalmente por Milenio Diario