Douglas House. Lago Michigan. 1966-67
El pasado día 20 el MARCO abrió la muestra Richard Meier retrospectiva, dedicada al arquitecto norteamericano ganador del premio Pritzker en 1984. Con esta exhibición crece el abanico de muestras que este museo le ha dedicado a la arquitectura, las de Legorreta, Frank Loyd Wright, Enrique Norten, la más reciente de Norman Foster y ahora esta; un buen número pues, de exhibiciones y de arquitectos se han expuesto al escrutinio del público regio, el cual, por lo que se ve, aprecia los esfuerzos del museo por traer o armar este tipo de exposición.
En el caso de Meier, su muestra tiene el encanto de ser breve pero al final dar la sensación de haberlo visto todo, de que ya se conoce la obra de quien está exponiendo. A través de catorce proyectos —tres de los cuales no se construirán— se nos hace saber no tanto la trayectoria del arquitecto (a pesar de que hay una arco temporal que va del 65-67, Smith House, al 2009, Liberty Plaza) como de la evolución de los distintos elementos que emplea para dar forma al espacio (llamo la atención más que en la explotación de la luz y el uso del color, sobre el trabajo que hace con las cubiertas que bien podría tratarse de un elemento más en su vocabulario); de esta manera, la adecuada selección de los ejemplos, los extraordinarios dibujos a mano alzada, los render, las proyecciones axiométricas y las maquetas, completan la información suficiente y necesaria para saber del proyecto y sus propuestas y hacer de la muestra una excelente exposición.
Como con otros medios que han ido tomando las salas de los museos, armar y montar una exposición de arquitectura no es nada sencillo, y llegar con ella a un público que por lo general y ante lo poco conocido se muestra hostil y desconfiado, es más complicado aún, por lo que sorprende que el MARCO haya tenido tan buena suerte con las muestras que lleva expuestas. Creo que podemos coincidir en que la apreciación de la arquitectura no es igual a la de la pintura, que requiere, para ser justa y correcta, de un mínimo de conocimiento que asegure que los juicios que se emiten sobre ella, sean hechos con un mínimo de competencia.
Por la privilegiada posición que posee la arquitectura entre nosotros, me estará permitido preguntar entonces hasta qué punto estas exposiciones han contribuido a enriquecer nuestra cultura arquitectónica, qué tanto han mejorado nuestro perfil arquitectónico. Con toda sinceridad puedo contestar que muy poco y no porque museo, escuelas, maestros, alumnos y arquitectos en general no se hayan aplicado, visitando, comentando y hasta siguiendo a los arquitectos que han tenido la suerte de presentar su trabajo aquí, sino porque una cosa son las obras que se aprecian en las exposiciones y otras las que se construyen en la ciudad.
En la vida esquizofrénica que empieza a ser característica de los regiomontanos de este principio de siglo, saber de Meier, Legorreta, Foster y compañía, es lo mismo que saber de Calvin Klein, Dolce y Gavana, Carolina Herrar o Gucci, es decir interesa una arquitectura de marca, no el resultado material sino el simbólico que es el que termina por socializarse y convertirse en un distintivo de identidad y de clase.
La ciudad sigue siendo tan fea como de costumbre, las obras que en el pasado nos representaron (el “servilletero” del Tec) se hicieron más pronto que tarde, viejas, y las que se construyen hoy día (torre administrativa del gobierno del estado) amen de ser monumentos al fraude y al diseño “fusilado”, en muy poco contribuyen a mejorar nuestro perfil arquitectónico.
Pero los verdaderos responsables por esta arquitectura de boutique, de poca o ninguna responsabilidad social, somos sus usuarios y más que eso, los grandes capitales trasnacionales que financian estas obras que benefician a quién sabe quién, pero que más allá de ser un extraordinario espectáculo, poco o nada dejan al lugar donde se presentan.
Publicado originalmente por Milenio Diario