La civilización, tal y como la conocemos, tiene uno de sus principales
asientos en la escritura; la escritura, bien se sabe, fue lo que permitió dar
el paso de las épocas prehistóricas a las que desde entonces fijan el devenir
de los individuos y de los pueblos. Así pues, dividimos nuestro tiempo, el
occidental desde luego, en pre e histórico; lo que hace la diferencia entre uno
y otro es, precisamente, la escritura; si sabemos con certeza los nombres y
hechos de los faraones, de los triunfos de Alejandro, o de los patrocinadores
del viaje de Colón, es porque aparecen registrados por escrito. De antes de la
invención y difusión de la escritura, apenas si sabemos cualquier cosa. Se
entenderá que con la escritura nació la historia, pero con la historia escrita
se perdieron otras tantas formas de registrar el paso del tiempo. Sólo en
grupos de los llamados primitivos o que han logrado salvaguardar su cultura,
aún se puede encontrar, por ejemplo, en la tradición oral, la narración de sus
orígenes y sucesos principales.
Uno de los
problemas que enfrenta la historia escrita, es que una vez que se ha llevado a
cabo, que se ha escrito, cancela cualquier otra opción, por supuesto niega (o
más bien negaba ya que la crítica postmoderna ha procurado remediar este
proceder) el valor o importancia que pudieran tener los relatos orales o no
escritos respecto a un mismo suceso o personaje.
Esta
introducción vale para acercarse al trabajo que desde el pasado jueves 25
presenta Carlos Ballester en el Centro de las Artes I, bajo el título de Viajes Equinocciales. La exhibición se
compone de tres diferentes grupos de trabajos (sólo uno de ellos está
concluido, los otros dos, creo, son interminables), el primero, quizás el que
más se conoce en la ciudad, son esta especie de cajas que de entrada, por las
formas, pudieran recordar, como tantos otros trabajos que recurren al mismo continente,
a Cornell, aunque una mirada más atenta se encarga de borrar cualquier asociación.
El segundo grupo son una especie de desplegables en relieve, o si se prefiere
soportes planos de objetos tridimensionales que los mismo puede ser una piel de
serpiente que un pelícano disecado. Finalmente, el tercer grupo, el que ya he
mencionado se puede dar por concluido, es un muy interesante trabajo de
apropiación e intervención sobre un grupo de fotografías que narran un rescate
en el estrecho de Magallanes en el siglo XIX. Desconocidas y jamás vistas en
positivo, fueron encontradas en un mercadillo de Buenos Aires, e impresas por
Ballester para la realización de este proyecto (Angosturas de Magallanes).
El trabajo de
Ballester, en cualquiera de estas series, es tan meticuloso, tan cuidado hasta
el más mínimo detalle, tan estudiado, que es casi imposible describir
cualquiera de ellos, aun así, a mí me parecer, cada obra que sale de sus manos,
es un dispositivo creado para generar una historia, aquella que sea capaz de
reconstruir su observador. Más que ser un narrador, Ballester a través de sus
trabajos nos convierte en esos personajes que a la luz de la fogata en las
noches estrelladas, cuentan la historia de sus gentes, de sus triunfos y sus
fracasos, y en especial de su futuro (lo que la historia escrita es incapaz de
hacer), y para llevar a cabo su tarea se valen de estos objetos que son el
disparador de remotas memorias.
Me parece que
la evidencia de que es así como más o menos funciona el quehacer de Carlos
Ballester, es precisamente la serie de fotografías encontradas, pues al margen
(literalmente) de la historia que quedó registrada por arte y magia de la luz y
la plata, el productor crea la suya propia al incorporar, en el borde superior
e inferior, otras imágenes que pueden o no tener relación con la fotografía
impresa pero que igual cuentan, transmiten, su propia historia, la que cobra
vida al momento en que se empieza a ver la pieza.
Pocas veces se
tiene oportunidad de ver exhibiciones en las que, como dice la curadora Marisol
Argüelles, la obra que se presenta no está inserta en ninguna tendencia, sino
que pertenece, simple y sencillamente, al campo de la creatividad.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com