Debo confesar que me interesaba especialmente ver la muestra Rasgos Comunes que se exhibe actualmente en el Centro de las Artes I. De Loretto Villarreal, autora de las fotografías que se presentan, había visto su primera individual allá por el 2005, y luego la seguí a través de lo que fue presentando en los Salones de la Fotografía. Sin ser piezas fuera de lo común, sí me llamaban la atención por su corrección técnica y por lo que me perecían atisbos de un querer decir.
¿Por dónde empezar? Lo pregunto no porque haya mucho qué decir, sino para que lo poco que comente resulte de utilidad. No voy a citar a otros fotógrafos que se han ocupado del retrato infantil, ni a aquellos que se han mostrado preocupados por el tema de la identidad, o quienes han intentado, desde el siglo XIX, encontrar al tipo (de hombre civilizado, de ladrón o asesino, de belleza, de habitante tal o cual lugar, de representante de la nobleza, etc.), a través de la fotografía o reconstruyéndolo con su auxilio, porque no me parecería justo comparar proyectos verdaderos con una simple acumulación de imágenes semejantes, que lo único que comparten es ser retratos de niñas y niños.
No creo que lo que se exhibe sea un proyecto verdadero, entre otras razones, porque no hay unidad en lo exhibido; hay fotografías en color y en blanco y negro, lo no que no está mal, pero no todas las de color tienen tratamiento parecido, como tampoco lo tienen las monocromas. Igual, no hay unidad en la forma en que se han tomado los retratos, tan es así que hubo que repetir algunos de ellos para completar las colecciones. Da la impresión de haber entrado en el departamento de pasaportes infantiles y ahí haber seleccionado, 10, 30, o 150 imágenes, imprimirlas en dos o tres formatos y luego exhibirlas bajo cualquier encabezado.
Cierto, se puede hacer una exposición de este tipo, de hecho se han realizado con las fichas de identificación de sistemas carcelarios de todo el mundo, el problema con los Rasgos comunes, es que no es clara la intención con la que han sido reunidas estas imágenes. Al inicio del recorrido hay un texto firmado por la propia Villarreal, en el que afirma que este proyecto, en el que trabaja desde hace 10 años, es producto de una reflexión sobre los problemas sociales que nos aquejan y que no son responsabilidad de nadie en particular sino de la comunidad en su conjunto. Más adelante afirma que desearía que a través de su trabajo cobráramos consciencia del mundo que le estamos heredando a las nuevas generaciones. Perfecto, pero ¿qué demonios tienen que ver estas fotografías con tanta declaración; en dónde vemos esas intenciones; en dónde la responsabilidad de ella y de nosotros? Un proyecto no nace de la simple y cómoda reunión de una cierta idea y un material acumulado.
Esta es una de las fallas más graves de la muestra, es decir, ¿a dónde nos lleva; qué nos muestra; con qué se queda el espectador que no sea con la imagen de 150 niños(as) más o menos guapitos(as), y luego?
Si difícil resulta entender los propósitos de la exposición y las intenciones que hay detrás de este proyecto, más complicado se hace por la museografía empleada, la cual, francamente, es incomprensible; no hay razón, mejor dicho, no encuentro razón de por qué crear dos espacios cerrados, como habitaciones aisladas para presentar las fotografías, y no la veo porque se trata de lo mismo por lo que no había riesgo de que se contaminaran entre sí. Agreguemos la incorporación del sonido, entre presentación de los niños y voces infantiles mezcladas me causó más la impresión de una instalación de Boltanski sobre niños muertos en el Holocausto que de pequeños herederos de nuestras conductas.No se puede dejar de mencionar la calidad de las impresiones, especialmente las de gran formato, pero ni eso, ni la cantidad, ni las buenas intenciones son suficientes para hacer una buena exposición.
Publicado orginalmente por Milenio Diario.
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