Andrea del Sarto. La última cena. 1520-1525
Las líneas que siguen nada tienen que ver con cuestiones religiosas o con la fe de los creyentes. Son apuntes simplemente que reflejan lo que observo y me sirven para cuestionar sobre el porqué de lo que sucede.
De la manera en que se viven estos días de Semana Santa a lo que sucedía cuando niño, está de más decir que existe una diferencia abismal, para la cual cada quien tendrá su propia explicación: la Iglesia, estoy seguro, la tiene; los comentaristas y analistas de la escena eclesiástica tendrán la suya; filósofos, sacerdotes, teólogos, sociólogos, historiadores de las religiones, y demás estudiosos no sólo lo habrán notado sino habrán reflexionado y dado su opinión al respecto, y así hasta llegar a usted y yo.
Esas diferencias se me hacen evidentes al momento en que echo de menos cosas que había o sucedían en aquellos años. Por ejemplo, para nosotros el sábado de gloria era el día de irresponsables y campales batallas de agua, hoy, por fortuna se ha puesto alto a esta tradición. Salvo ciertos lugares en donde quizás se hace más por cuestiones turísticas que religiosas, la Procesión del Silencio ya no es un acto multitudinario. La representación del Viacrucis, sin dudar de las buenas intenciones de quienes participan en él, también se lleva a cabo más por razones de atracción turística y comercial que por sentimientos piadosos.
Pero quizás lo que más echo de menos es el papel de la Iglesia como patrona de las artes. Aunque este papel declinó hace más tiempo del que abarcan estos recuerdos, lo cierto es que hasta ahora se me hace más evidente esta ausencia y sus consecuencias. No necesito hacer aquí ningún resumen para establecer la relación iglesia(s) arte(s), esta se remonta en el tiempo, mucho antes por supuesto de que hiciera su aparición el Cristianismo. El arte de la India, el Maya, el griego, el de la polinesia, el de los Inuit, ha nacido, crecido y difundido por su estrecha relación con su religión y con las instituciones que la administran, exactamente como ha pasado mayoritariamente en nuestro caso con la Iglesia fundada por Jesús.
Sabemos bien que hubo períodos en que la Iglesia era no sólo la institución más poderosa de todas, sino también la más rica y educada, lo que le permitía entender las propuestas de las artistas y financiar sus proyectos que en realidad eran los de la propia Iglesia. Hoy tenemos una Iglesia más acotada, sujeta a otras reglas y con otros recursos, que salvo casos excepcionales, no son, ni con mucho, los del pasado.
Si los Viacrucis eran impresionantes, si las estaciones de la Pasión conmovían, si las representaciones del Expolio de Jesús, su coronación, tortura y posterior muerte nos mueven a valorar su sacrificio, se debe, claro está, a la importancia y trascendencia del contenido, pero también a la forma que le dieron los artistas que a través del tiempo han sido invitados a participar a lado de la Iglesia en la materialización y difusión de estos temas.
Esto es lo que echo de menos. No puedo creer que no se pueda volver a estrechar esta relación, que no haya un músico capaz de escribir una misa solemne, un escultor que nos recree a la Virgen de Dolores, un pintor que entregue una Crucifixión. En este momento recuerdo las dos ediciones que hasta ahora ha tenido la Bienal de Arte Sacro organizada por Cheko Cuellar y Sabina Bautista con no pocos participantes.
Como se habrán dado cuenta el tema de esta relación no se detiene ni se circunscribe a la Semana Santa, sino que abarca un número mayor de posibilidades de producción simbólica.
Quizás el trasfondo de estos apuntes, sea que lo que echo de menos es el compromiso, el apoyo, la consciencia de las instituciones en general, no sólo de la Iglesia, de su papel en la conformación de la cultura. Haber olvidado tan decisiva función, es, creo, una de las razones de por qué está a punto de desaparecer esta relación.
Publicado originalmente por Milenio Diario