Luis Camnitzer. Foto: Nicolás Celaya
Desde hace unos años circulan por Internet tanto el texto
escrito como una conferencia que el productor multinacional Luis Camnitzer
llevó a cabo por Europa y Latinoamérica. En ella afirma que la actual manera en
que se educa a los nuevos productores en realidad es un fraude, y para apoyar tal
opinión cita una serie de circunstancias y hechos, que, todos juntos, en
efecto, dan esa impresión, que la educación del arte es un verdadero chasco.
Del 2012 (año
en que se realizaron las mencionadas conferencias) a la fecha, creo que ya todos
los interesados en el tema habrán sacado sus conclusiones y/o tomado partido a
favor o en contra de Camnitzer. Si ahora lo traigo a colación, no es por
reavivar su debate, sino para tocar el tema de la delicada relación que debe existir
entre la educación formal y la producción artística.
Habría que
reconocer, de entrada, que la producción contemporánea del arte evoluciona tan
rápido, que lo que hoy se presenta como manifestación artística (hablo
exclusivamente de las artes visuales), ya es por completo diferente a lo que
producía el propio Camnitzer hace un par de años. La observación es relevante
si tomamos en cuenta que la obra del uruguayo cae dentro del terreno de lo
conceptual, lo cual debería, supuestamente, conservar su vigencia aun hoy día.
Tiene razón
Camnitzer al decir que la universidad no puede garantizar la formación de
artistas tal y como lo hace con los contadores, ingenieros o médicos; también al
señalar que el sometimiento a una rutina de horarios y materias va en contra
del espíritu de libertad del que debe gozar todo productor. Mas también es
cierto que la educación o la pedagogía de las artes ha cambiado –y mucho- del
momento en que entraron a las universidades dejando atrás los viejos sistemas
del estudio, las academias o talleres, al día de hoy. Si las artes se
encuentran en las universidades, no es para titular “artistas” (lo que Natura
no da, Salamanca no lo presta), sino que, como institución liberal que es, debe
garantizar que todos los aspirantes al título tengan, en un momento dado, la
misma información, el mínimo de conocimientos técnicos y teóricos que les
permitirán, ya fuera de la universidad, a nivel de calle, competir, ahora sí, por
el título de “artista”, el cual dependerá de muchas otras variables que la
universidad no puede –ni tiene por qué- manejar en sus programas. De esta
manera, además, la sociedad reconoce la importancia que tiene la formación de
quienes la proveerán de los objetos que en conjunto llamamos arte, lo que
equivale a legitimar el inicio u origen de la escala de valor económico que
podrán alcanzar dichos objetos (si este reconocimiento es interesado o no es
otro asunto). De la misma manera se puede apuntar que a través de la formación
en las universidades se evita que los productores sean como el burro que tocó
la flauta, y/o que si son talentos natos, se les reconozca tempranamente, antes
que se desperdicien en otros asuntos.
Resumiendo. La
volatilidad de la producción contemporánea del arte, obliga a los educadores a
distinguir lo que de permanente pueda tener para, con base a ello, ofrecer la
oportunidad a quienes pretenden ser productores, de obtener lo mínimo necesario
para ganarse, con su producción y a futuro, el título o sobrenombre de
“artista”; ese mínimo de información únicamente lo puede garantizar una institución
como la universidad a pesar de todas las críticas a las que pueda estar sujeta,
por ninguna otra razón de que ha sido la misma sociedad quien le ha dado tal
potestad.
No sé si la
universidad sea el mejor lugar para la educación de los futuros artistas, pero
desconfío más de los antiguos procesos, incluida la autoformación que tan
buenas cuentas ha presentado siempre. Desconfío de todos aquellos que valiéndose de este momento de confusión
globalizada buscan meter mano en los bolsillos públicos y privados, ofreciendo
fórmulas según las cuales en el lapso de unos meses se obtiene lo que en años
apenas si se logra en la educación formal. Desconfió de todos los que aún creen
en el arte como si viviéramos un eterno
siglo XIX. Desconfío, finalmente, de los que buscan aprovecharse de la buena
voluntad de aquellos que cándidamente confiesan querer ser artistas.
Publicado originalmente en Milenio Diario.
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
Imagen: ladiaria.com.uy
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