Es muy probable que usted haya visto más de una vez estas
imágenes, fotografías como El Averno,
Miradas oblicuas, Picasso con penacho
o sentado comiendo pescado, y quizás la más famosa de ellas, la del Beso en las calles de París recién
concluida la Segunda Guerra Mundial (la otra versión de la misma fotografía,
tomada en Times Square con idéntico motivo es de Alfred Eisenstaedt), sin
embargo, pocos conocen o recuerdan el nombre
de su autor. Por lo menos eso es lo que a mí me sucede: Robert Doisneau
(1912-1994)
Como parte de ese
extraño re-encuentro entre la diplomacia francesa y la de México, fuimos
regalados con distintas exposiciones, dos de ellas se presentan actualmente en
el Palacio de las Bellas Artes de la Ciudad de México. Una acertada combinación
de muestras que tienen como eje la
amistad entre Pablo Picasso y Doisneau. La de Picasso es una muestra de la
colección de obra gráfica que es propiedad del Museo Picasso de París, Francia,
en tanto que la del fotógrafo está formada por cerca de 200 imágenes
provenientes de distintas colecciones públicas.
El caso de
Doisneau, e insisto en que todo lo que sigue es según la perspectiva que tengo
de su trabajo, me resulta curioso en tanto que, como he dicho, una parte de sus
fotografías son muy populares y sin temor a equivocarme podría decir aparecen
entre las primeras en las listas de preferencias, y sin embargo, no sólo su
autor es prácticamente desconocido, sino que el resto de su obra pasa también desapercibido
para el gran público.
El caso, me
parece, tiene que ver con los usos y circulación del material fotográfico. Con
el uso, cuando ciertas imágenes por su carga emocional se convierten en
icónicas al concretar un sentimiento, una expectativa mayoritaria, compartida
por muchos otros. Este uso, representar un sentimiento generalizado, provoca, por su parte, una circulación que de
otra manera u otro tipo de imagen difícilmente lograrían.
Cuando uno tiene
la oportunidad de ir más allá de esas cuantas imágenes que la publicidad y la
mercadotecnia han escogido por nosotros, entonces es posible apreciar
verdaderamente el trabajo del fotógrafo. No quiero decir con esto que aquellas
imágenes no valieran la pena o no tuvieran la calidad suficiente para gozar de
tal difusión, a lo que apunto es que en un contexto más amplio, que vaya más
allá de ese impacto inmediato y emocional que pueden provocar las imágenes más
conocidas, éstas, incluso, puede adquirir otro significado y valor, tal y como
ocurre en el caso de Doisneau.
Sin duda, Doisneau
fue un gran fotógrafo; buena parte de su quehacer, por lo menos lo que se
muestra en la exhibición de Bellas Artes que cubre las décadas de los 40’s a
los 60’s, da la impresión de haberse dedicado a mostrar, a los franceses
primero, al resto del mundo después, que la vida seguía después de la Segunda
Guerra, que la gente continuaba viviendo, gozando, sonriendo, sufriendo, dolida
si se quiere, pero que ahí estaba un país y una ciudad que había que volver a
poner al día, regresar a la normalidad. Con estas fotografías Doisneau también
despertará el interés, señalará la importancia, de lo que hoy día llamamos Street Photography, la fotografía que,
más que lo documental, registra la vida cotidiana, la actividad, el ir y venir
de la población entregada a sus preocupaciones, placeres, alegrías, sueños y
frustraciones.
La gran lección
que me deja esta exposición es el tener que reflexionar mucho más al momento de
enfrentarme a las imágenes publicitarias más populares, no porque tras ellas se
encuentre siemp0re un Doisneau por descubrir, sino porque su popularidad no es
gratuita, por algo la han ganado.
Publicado originalmente en Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
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