No deja de maravillar la regularidad que posee la naturaleza
a pesar de todo lo que hemos hecho por alterarla. Cada año, después del
caluroso estío inician las lluvias tan esperadas pero también tan odiadas o
temidas cuando llegan. Como sea, además de lo mucho que significa el agua para
una ciudad como la nuestra, de los destrozos que llega a causar y de ser el
anuncio infalible de que se acerca el fin de año, la lluvia trastorna nuestra
vida y obliga a que cambiemos de actividades.
Hace muchos,
muchos años, cuando llovía y debíamos refugiarnos en casa, cuando nos
quedábamos sin luz por cualquier llovizna, mi madre debía sumar a su lista
interminable de deberes domésticos, la de entretenernos para que no causáramos
destrozos o termináramos en pelea campal de unos contra otros. Recuerdo que así
fue como conocí la versión materna del teatro de sombras, y a través de él las
más asombrosas narraciones de la literatura infantil. Pero este no era su mejor
truco para hacernos pasar una tarde lluviosa, lo mejor era cuando de algún
closet o ropero sacaba una caja de zapatos o de sombreros, le practicaba en
pequeñísimo orificio en una de sus caras más cortas, después, en plena
obscuridad del cuarto, nos hacía sentar teniendo al frente la caja y prendía un
pequeño cabo de vela que situaba al frente de ella, justo a unos centímetros de
donde estaba el orificio antes practicado. Lo que sucedía a continuación era casi un acto de magia y a pesar de todas las veces que mi madre nos enseñó lo mismo, nunca dejamos de terminar encantados, como si hubiéramos visto algo de otro mundo. Al fondo de aquella caja aparecía la imagen invertida del mismo cabo de
vela que ardía fuera de ella, bastaba con interponer la mano en cualquier
momento para que desapareciera ésta o bien que regresara la luz para hacernos
despertar del influjo de la imagen proyectada.
Muchos años
después vine a enterarme al igual que mis hermanos y vecinos que el acto de mi
madre no era otra cosa que la demostración de una cámara obscura; lograr que
esa imagen que aparecía al interior de la caja, fuera permanente y no volviera
a desaparecer fue el gran triunfo de la fotografía.
De aquellas
experiencias infantiles a la actualidad, conservo la relación
fotografía-lluvia, o sea, como fue que, sin saberlo, conocí por primera vez lo
que sería la fotografía gracias a la lluvia, pero igual me vienen a la mente
fotografías en las que la lluvia es su principal protagonista, por ejemplo un
par de hermosas imágenes de Manuel Ramos, una en la que se ve completamente
inundada la plaza de la Constitución o Zócalo de la Ciudad de México, y la
otra, una imagen limpia como si la lluvia hubiera hecho su trabajo, del mismo
zócalo pero transparente con la catedral al fondo y los famosos Pegaso que
custodiaban sus cuatro esquinas (hoy en la plaza frente al Palacio de las
Bellas Artes), ambas de 1920, o el extraordinario e irónico Tláloc de Héctor García, de 1964. Llenas
de nostalgia son las muy pictorialistas Lluvias
de verano de Alfred Stieglietz cuando apenas despuntaba el siglo XX (son de
1902).
Samuel Ramos, 1920
Alfred Stieglitz, 1902
Curiosamente,
en esta ocasión, no es una fotografía mi imagen favorita de la lluvia, sino las
muchas tratadas en la inmensa serie de México
bajo la lluvia de Vicente Rojo (1983). Lienzos, estampas, textiles,
esculturas y arte objeto, completan la serie, que es un homenaje sin paralelo a
la Ciudad de México, pero también a la pintura y demás artes visuales, y,
principalmente, a la infinita capacidad renovadora de la creación humana, que
en lugar de agotar los temas los potencia al infinito. Una serie, que desde mi
punto de vista, es piedra clave del arte mexicano que vendría después y que,
también es mi apreciación, no ha sido suficientemente estudiada y valorada.
Vicente Rojo, 1983
La lista de
fotografías en las que aparece la lluvia podría extenderse en número y a lo
largo del tiempo, de las tormentas marinas de Le Gray, a las infames imágenes
de las anegadas trincheras de la Primera Guerra Mundial, a las de Gerardo Suter
y su penúltima región. Ahora que lo pienso bien, me parece que después de la
nieve (que es agua congelada), la lluvia es el segundo de los elementos más
abordado por las artes visuales, incluso imágenes de un futuro, lejano o no,
como Blade Runner, nos muestran nuestras
ciudades inteligentes bajo una pertinaz lluvia, no en balde tres cuartas parte
de este planeta están cubiertas por agua.
Empieza a
llover de nuevo, habrá que irse adaptando al cambio de temporada y aunque aún
quedan días de luminoso y cálido sol, el año ya ha entrado en su última fase.
Publicado originalmente en Milenio Diario.
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
Imágenes: http://museografos.com; http;//en.wikipedia.com; www.suremexico.com
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