martes, 26 de agosto de 2014

Bienal (I)

Cuando supe de la inauguración de la XI Bienal Monterrey FEMSA (agosto 14) en las salas del Centro de las Artes en el Parque Fundidora, mi primer impulso fue dedicarle dos columnas, puesto que desde hace dos bienios han tomado el esquema de invitar productores extranjeros, lo que hace que en un espacio tan breve como este sea complicado abordar un tema con tantas y tan ricas aristas. Después de visitar la exposición, me arrepentí y llegué a pensar que una sola entrega era más que suficiente. Recuperado de la primera impresión, regreso a la idea de las dos partes, pues como sea hay mucho qué decir.
         Creo que por primera vez me enfrento a una exhibición que no sé cómo abordar, no alcanzo a comprender, y no veo cómo explicar. Trataré de tocar un par de puntos que me parecen más relevantes sin profundizar en ellos, de hacerlo ni en dos, tres o más partes tendría espacio suficiente para terminar con mis observaciones.
         Es evidente que el Centro de las Artes ha hecho una cuantiosa inversión en su equipamiento museográfico, razón por la cual, es lógico, no quiera modificarlo en demasía. El problema es que su inmovilidad, su configuración permanente, se convierte en un obstáculo que  algunas veces será fácil sortear, otras, como en la Bienal FEMSA, no. Desde mi punto de vista, la exposición, sobretodo en la sala que no es la de la Fototeca-Cineteca, más parece una invitación a la estética del caos que a conocer la selección de piezas que la conforman. Limitantes que, quiero entender, también imposibilitaron que todos los artistas invitados se puedan presentar juntos, lo que, incluso, hubiera contribuido a una mejor comprensión de su propuesta. Así que de preguntarme (lo que nunca sucederá) si creo que el espacio es adecuado para la exhibición de esta muestra, mi respuesta sería que de mantenerse el mismo equipamiento en su actual emplazamiento, no lo es.


         Siempre que se trata de eventos de este tipo, en los que hay uno o varios ganadores, me abstengo de hablar sobre lo premiado porque sé muy bien que tal distinción depende de una amplia variedad de razones y que de formarse otro jurado otro sería el resultado. Lo que sí creo poder decir, es que en este caso, la muestra de piezas seleccionadas me deja una sensación de déjà vu, es decir, no encuentro en lo visto (aunque debo insistir en que por el arreglo museográfico me cuesta trabajo hacerme de una idea global de todas las piezas como conjunto, como el Salón que, supuestamente, deben formar), algo lo suficientemente poderoso, incisivo o retador, como para vislumbrar, por ahí, lo que se está produciendo de nuevo en el país y que sea distinto a lo ya visto años atrás. Incluso el muy gracioso ropero de David Garza no deja de ser nieto de la escultura que hace años Antoni Tàpies propuso como homenaje a Picasso en una plaza pública de Barcelona. 

Y lo mismo se podría decir de la goma enorme de Sebastián Beltrán, la cinta métrica de Alejandro Equihua, el “Gego” de María García Ibáñez, o las esculturas suaves de Héctor Velázquez, y como si el arte mexicano no estuviera saturado de autos VolksWagen, de “bochitos”, aquí le suman uno más, el de Gustavo Villegas. No es que esperara ver novedades o espectaculares innovaciones, pero sí algo diferente, incluso el video que en otras ocasiones es muy rico, ahora se ha limitado a un par de ellos, que de no haber participado nada habría sucedido.
         La fotografía que, siendo en su mayoría de interés y más propositiva que lo que se ve en otros medios, no llega a ser convincente, salvo el trabajo presentado por Juan Rodrigo Llaguno. Con todo, se salvan de la quemazón, Melba Arellano, Pablo López Luz, Oswaldo Ruiz y Alejandro Cartagena. Una nómina, como se ve, mucho más nutrida que la de la pintura, el dibujo o la escultura.

         Quiero pensar que este lánguido resultado sólo en parte es imputable al jurado, más bien, creo yo, se debe al envío recibido. En la exposición se montaron 65 obras de 40 productores, es fácil imaginar cómo estarán las tres mil y pico que no fueron seleccionadas. Estas cantidades y la impresión que me llevó de lo expuesto, es lo que entre otras razones, me llevó a decidir escribir, siempre sí, una segunda parte del mismo evento. Espero contar con su paciencia y comprensión.

Publicado originalmente en Milenio Diario.
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martes, 19 de agosto de 2014

175


Así como resulta complicado atribuir a una sola persona el desarrollo final de lo que hoy llamamos fotografía, lo mismo sucede con el momento en que hizo su pública aparición. Hoy conmemoramos uno de sus nacimientos, el día en que el científico y político francés François Aragó presentó en la reunión conjunta de las Academias francesas de Ciencias y Artes, los resultados a los que había llegado Daguerre, es decir el proceso, perfectamente definido e infalible, con el cual era posible fijar de manera permanente las efímeras y elusivas imágenes que proyectaban las cámaras obscura y lúcida. En otras palabras, Aragó daba a conocer al mundo el Daguerrotipo con lo que, a su vez, principiaba una extraordinaria historia que hoy cumple 175 años.
         Tengo la impresión que de la fotografía, como de ningún otro medio, se han ocupado los más importante pensadores que han convivido con ella a lo largo de este tiempo. De entre todo lo que han dicho, una de las observaciones que me parece más importante, es la de Walter Benjamin, respecto a que es –la fotografía- el invento más moderno de todos, o sea, que también es su hija más legítima. Podemos o no estar de acuerdo con él, pero no se puede negar que a través de la historia de la fotografía es posible seguir el desarrollo y evolución de la cultura moderna. Es decir, estos 175 años de la fotografía, nos dan la oportunidad de contemplar, desde otro punto de vista, cómo ha sido la cultura, al menos la occidental, durante este tiempo (y la oriental en su proceso de occidentalización), cómo se ha transformado y a partir de qué variables y con qué resultados; las mismas preguntas que hoy nos hacemos sobre su estatus y futuro inmediato, son las que podemos hacer acerca de la cultura contemporánea en términos generales. Así que, en resumen, lo que le pasa a la fotografía en este momento es exactamente lo que le sucede a nuestra cultura.
Es casi imposible pensar en alguna actividad que desarrollemos de manera cotidiana en la que no esté involucrada alguna imagen fotográfica o de origen fotográfico. La fotografía no sólo expandió entre la población la facultad de re-producir imágenes, sino que, por su versatilidad, fue encontrando los más diversos campos en que podía ser aplicada. A diferencia del dibujo, del grabado y no digamos de la pintura, la rapidez y precisión con que se ejecuta una fotografía permitió que el campo comunicacional, en el que los otros medios se encuentran limitados, rompiera todo género de barreras y mostrara la eficaz contundencia de este nuevo tipo de imágenes.
         No obstante, por más importante que sea el impacto de la fotografía en los campos productivo y artístico, creo que su verdadera importancia la encontramos entre nosotros mismos. De la Carte de Visite, de la fotografía de difuntos, de las “vistas” de los vestigios de antiguas civilizaciones o de las maravillas naturales, de la fotografía formal de estudio, del registro de los momentos más memorables, del recuerdo casi nostálgico de experiencias pasadas, al Internet, los selfies, las redes sociales, la foto despreocupada de adolescentes ociosos, el Photoshop, el Instagram y las imágenes de google, nuestra vida y la manera de contemplarla no ha vuelto a ser lo que era antes de esta fecha, hace 175 años. La cámara fotográfica o cualquier otro implemento capaz de registrar y conservar imágenes, ha entrado a nuestras vidas para quedarse y ha pasado a ser de un complicado aparato que cargaban mamá o papá durante las vacaciones o cumpleaños y no permitían que nadie más manipulara, a una herramienta indispensable, imprescindible para la comunicación en un mundo que, paradójicamente, rebosa imágenes. Creo que es posible afirmar que hoy día en las principales ciudades del mundo todos sus habitantes poseen o tienen acceso a una “cámara fotográfica” y la operan como si de ello dependiera su vida.
         ¿Qué tanto son 175 años? Si pienso  en la que se considera la primer fotografía (el Punto de vista desde la ventana de Le Gras de Niépce) y la comparo con las imágenes de los paisajes marcianos, la devastación causada por un proyectil palestino lanzado en este momento, o la del desayuno de esta mañana de mi hijo, me parecen vertiginosos. Como escribí en otro lugar, esta historia tiene el rostro del retrato de Dorian Grey, siempre nueva, siempre joven, por más vieja que sea.

Publicado originalmente en Milenio Diario
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martes, 12 de agosto de 2014

Ni con 100 años


Quiero tratar, aunque sea superficialmente, dos temas relacionados entre sí. En común tienen el centenario del inicio de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial (28 de julio de 1914) mismo que, como no habrá pasado desapercibido, se conmemoró hace unos días.
         El simple hecho de señalar que entre este momento y aquellos acontecimientos median 100 años, los hace aparecer como algo no sólo verdaderamente viejo, sino muy lejano a nuestra cotidianidad. La verdad, más bien, y desde mi modo de ver, parece que es exactamente al revés, es decir lo sucedido hace 100 años en Europa ni es viejo, ni extraño a lo que pasa hoy día.
         La Gran Guerra fue, como episodio bélico, única en tanto que nunca se había visto algo semejante, ni en su tiempo, ni 100 años después. Y eso que la califica tan bien, lo inédito, lo extraordinario, lo nunca antes concebido, su novedad en pocas palabras, es lo que la convierte en una manifestación del espíritu no sólo de su época sino de todo el siglo XX. No hay campo del conocimiento, de la producción y la tecnología, de las humanidades, del arte, de la sociedad y su gobierno, que esos primeros 20 años del siglo no hayan tocado con el mismo espíritu, el de lo nunca antes visto. Tomemos en cuenta que para 1914 ya se había pintado las Señoritas de Avignon (1907), Kandinski había abierto las puertas de la abstracción (1910), el Dadaísmo había iniciado (1916) lo mismo que el Cubismo (1907) y el Futurismo (1909), la Revolución Rusa iniciaría en el ‘17, siete años después de la nuestra, y en el ’18, año en que cesan las hostilidades, el mundo viviría una muestra de lo que puede ser una plaga moderna con la Gripe Española que mató a más personas que la misma guerra.


         Soy incapaz de agregar algo más a lo expuesto por Susan Sontag sobre la fotografía de guerra (Ante el dolor de los demás, 2003), lo que sí puedo decir es que si hubiera que seleccionar algún momento en que la fotografía se convirtió verdaderamente en un instrumento democrático (popular ya lo era desde su aparición en 1839), muy probablemente escogería este del que venimos hablando, 1914, la Primera Guerra Mundial. Aunque, como se sabe, la tendencia a implementar cámaras más sencillas de emplear y de llevar, de hacerlas portátiles, venía de tiempo atrás, fue ahora que terminan por imponerse sus ventajas, a lo que en mucho contribuyó la aparición, precisamente en 1914, de la cámara Leica. El oportunismo de George Eastman lo llevó a lanzar el modelo que llegó a conocerse como la cámara del soldado, del cual vendió, literalmente, millones (sin hablar de su participación en el desarrollo de la fotografía aérea). A su iniciativa le siguieron otras armadoras, como su competidora, la Ansco, que tuvo un éxito similar con sus modelos para el frente de batalla. Si puede afirmarse que la Gran Guerra puso en manos de cada soldado (francés, americano, alemán, ruso o australiano) una cámara fotográfica, lo mismo puede decirse respecto a la circulación de imágenes, nunca antes habían ido y venido tantas fotografías como a partir de estos eventos pues no sólo los diarios y las revistas demandaban más fotografías que mostraran los sucesos bélicos, sino también las familias y amistades de los combatientes; era la novedad.
         De hace 100 años a la fecha ¿entendemos mejor el arte que a lo largo de este lapso se ha producido; reconocemos la herencia e influencia que sigue ejerciendo aquella mítica vanguardia? Y si la novedad sorprendió a todos ¿qué hemos hecho para salir bien librados del asombro?, ¿o es que 100 años no son suficientes para asimilar tanto cambio?, ¿o ni con 100 años somos capaces de aprender y aprehender de y lo que ha sucedido a partir de entonces?
Imaginemos cuántas imágenes fotográficas (dejando incluso fuera a las digitales) se han generado a lo largo de 100 años, ¿entendemos mejor la imagen y sus efectos?, ¿han servido de algo, además del empleo primario de informar?, ¿la democratización en la producción de fotografías nos ha llevado a la tiranía de la imagen?
Aunque luctuoso, el centenario de la Primera Guerra Mundial, también debe recordarnos que nuestra cultura viene directamente de lo que ahí se hizo y se dijo, somos, como tantas otras cosas, su consecuencia.

Publicado originalmente en Milenio Diario
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Imágenes: www.taringa.net
www.jotdown.es