martes, 29 de octubre de 2013

Adiós Rome...

Juan Rodrigo Llaguno. Romelia Domene de Rangel. 2004
 

          La tarde del pasado martes 22, llegó, firmada por Arte, A.C., la nota en que se daba cuenta de la muerte de Romelia Domene de Rangel (1914-2013). La comunicación tuvo eco inmediato de tal manera que para cuando apareció la noticia en los principales diarios de la ciudad al día siguiente, todos los que de una u otra manera tuvimos relación con ella cercana o no, de amistad o trabajo, por compromiso o solidaridad, por trato personal o institucional, estábamos ya enterados de tan sensible pérdida.

         Tuve el gusto de conocer a Romelia Domene de Rangel, a Rome como muchos le decíamos, hace años, cuando aún estaba viva Doña Rosario Garza Sada de Zambrano, y el entrañable maestro Alfredo Gracia Vicente, otra época, otro momento en el desarrollo cultural de esta ciudad. De los tres escuché, una y otra vez, cómo y por qué se fundó Arte, A.C., y las condiciones que en ese entonces presentaba Monterrey como para arriesgarse a emprender una aventura de este tipo, porque, efectivamente, en los 50’s, era toda una aventura pensar que la ciudad merecía urgentemente actividades culturales que terminaran por esculpir el perfil que debía tener quien había logrado convertirse en la capital industrial del país (en este  panorama hay que hacer la honrosa excepción de la entonces aún Universidad de Nuevo León y su DASU, Departamento de Acción Social Universitaria. El local que abrió el Sr. Gracia y que funcionó también  como galería —la segunda comercial en la ciudad—, la Librería Cosmos, se abrió  pocos meses después de Arte, A.C. —que fue la primera—)  La metáfora de esculpir el perfil no es ociosa pues como se sabe fue durante los cursos de escultura que dictaba Adolfo Laubner en el Tecnológico de Monterrey, a los que acudían en calidad de alumnas Doña Rosario y Romelia, que nació la idea e iniciativa de fundar Arte, A.C.

         En aquellas pláticas, tanto Doña Rosario como el maestro Gracia coincidían en que había sido el empeño, tesón y personalidad de Romelia lo que siempre había sacado adelante a la institución, ello a pesar de los muchos pesares que tuvo que enfrentar (en especial a la muerte de Doña Rosario en 1994).

         Hoy día es muy difícil imaginar que pudo pasar por la mente de estas mujeres para tomar la decisión de crear una institución como Arte, A.C. A la casi inexistente actividad cultural que había en la ciudad, hay que sumarle su condición de mujer en un momento en que apenas se les acababa de conceder el voto, es decir el reconocimiento a su condición de ciudadanos de primera, ciudadanos adultos. Sumemos, que en ambos casos, fundaron sus propias familias y cumplieron crecidamente con su papel de esposas y madres. El campo laboral destinado a las mujeres era estrecho y lleno de prejuicios por no hacer mención a los acosos que de siempre han sufrido, por lo que incursionar en un campo tan poco explorado en la ciudad debió parecerle a más de uno, una excentricidad o capricho que pronto llegaría a su fin.

         58 años después le dan la razón a Rome y a quienes la apoyaron y siguieron a lo largo de los años. A la lista que encabeza, la sigue por fortuna, una miríada de mujeres que ya no tendrá fin, y que de una u otra manera, continúan y continuarán su obra. Sin ellas, como en su momento lo fue Rome, la cultura de esta ciudad no sería lo que es, no porque aporten algo diferente a lo de sus colegas varones, sino simple y sencillamente porque es igual de necesaria su presencia y porque quizás de no haber sido una mujer la que dio ese primer paso nadie más lo hubiera hecho, o se hubieran tardado más en hacerlo, ya que los hombres se encontraban demasiado ocupados atendiendo “otras tareas” en apariencia “más importantes”.

         Rome no fue perfecta ni creo que alguien quiera pensarla o recordarla de esa manera; sus virtudes se convirtieron, al paso del tiempo, en sus defectos más notorios, pero eso también forma parte de la cultura y del legado que hereda a la ciudad. Es un fragmento importante del mito en que se irá convirtiendo y que es, precisamente, lo que la convierte en un personaje modélico.

         Espero, sinceramente, que donde quiera que esté Rome conserve conciencia de lo agradecida que está la ciudad con ella y de lo mucho que se le echará de menos... adiós Rome, descansa en paz.
 
Publicado originalmente en Milenio Diario.
 

 

martes, 22 de octubre de 2013

El cielo que miras

 
 
Por obvias razones uno no puede hacer más que conectar las cosas del presente con las del pasado, aunque quizás no exista más relación entre ellas que el que una haya aparecido antes que la otra. Este parece ser el caso de Gerardo Suter y la más reciente muestra de su trabajo inaugurada en la Fototeca del Centro de las Artes en el Parque Fundidora, el pasado día 17, Equivalencias. Título, que sin duda les recordará la serie de fotografías que, entre 1925 y 1934, llevó a cabo Alfred Stieglitz con idéntico tema que las que ahora nos presenta Suter, más bien al revés, el trabajo del fotógrafo México-argentino, tiene, sino idénticos sujetos (lo que es imposible), sí el mismo motivo temático: el par cielo-nubes. Y aunque no dudo que tuviera en mente la obra de Stieglitz, tal y como además lo señala Carlos E. Palacios, el curador de la muestra, creo que después del nombre y la imagen genérica que ambos fotografían termina toda relación.

         Por otra parte, tiene razón Palacios al apuntar que el tema de los cielos con nubes (que no nublados forzosamente) ha sido abordado tanto por fotógrafos como por pintores; a la lista que él aporta me atrevería agregar, en el siglo XIX, por supuesto, a Eugenio Landesio, pero sobre todo a José  María Velasco; al Dr. Atl y al  maestro Luis Nishizawa en el XX, y como fotógrafo, al que me parece más importante en este tema, Gabriel Figueroa; entre nuestros fotógrafos a Manuel M. López, Eugenio Espino Barros, y más recientemente, Roberto Ortiz Giacomán. Siguiendo la dirección en que apuntan estos nombres y obras, añadiría que en sus casos la presencia de nubes en el cielo, son un recurso técnico tanto como temático ya que con él subrayan un cierto talante o temperamento ciertamente melancólico más propio del arte nuestro, de México, que, por ejemplo, del plasmado por Constable o Turner (citados también por Palacios).
 


 

         Creo que el trabajo que Gerardo Suter presenta en esta ocasión tiene que ver, a su vez, con dos aspectos que se relacionan, precisamente, a partir del cielo y sus nubes. El primero de ellos es una evidente preocupación del fotógrafo por los soportes, preocupación que ya había mostrado en su anterior exhibición en el Antiguo Colegio de San Idelfonso, DF. Penúltima región. El segundo, la inquietud por explorar las diversas manifestaciones que puede tener una misma imagen dependiendo, precisamente, de su soporte, desde su impresa (ya sea por inyección de tintas u offset) hasta las diversas maneras en que se puede proyectar o presentar virtualmente (estoy seguro que debe habérsele ocurrido tener una cámara en el exterior de la Fototeca apuntando al cielo y transmitiendo en vivo hacia el interior de las salas). Ambos aspectos están relacionados, me parece, con la pregunta que insistentemente aparece a lo largo de la exposición, ¿la percepción, en este caso del cielo y las nubes, se ve alterada o cambia, según sea el soporte y la manera en que se presenta? Al lado de este que para mí es el tema central de lo que se exhibe, hay una serie de, digamos, subtemas, que tienen que ver, ya no tanto con la percepción de la imagen en sí, sino con la composición que se decide para su presentación, en este caso me refiero al juego que Suter establece entre el cielo, las nubes y las agresivas figuras geométricas que hieren o se encajan, casi literalmente, en el fondo que le ofrecen las nubes y el cielo (se trata de agudos triángulos isósceles completamente negros, generados por computadora, que irrumpen de una u otra manera en, sobre, la imagen fotográfica). Así como también la cuestión del montaje de la exposición, que en este caso se convierte prácticamente en una instalación, o mejor dicho, en una instalación que contiene otras instalaciones.

 

         No es esta, ni pretende serlo, una exposición complaciente. El fino trabajo de impresión y enmarcado de cada pieza, así como la casi quietud o inmovilidad de los videos pueden resultar engañosos cuando no desconcertantes en un primer recorrido. No obstante, si somos capaces de pasar por sobre esta apreciación, y vamos relacionando nuestras experiencias con lo que vemos, nos daremos cuenta de la fuerza de estas imágenes con un tema que a pesar de su simplicidad, nos lleva a reflexionar sobre el complejo acto de mirar.
 
Publicado originalmente en Milenio Diario

martes, 15 de octubre de 2013

Pintura de mar

 
           Ya que estamos en la semana de la Feria Internacional del libro que año con año se lleva a cabo en esta ciudad, quisiera aprovechar el momento para extender, para completar, algunos de los comentarios que hice, hace exactamente una semana, durante la presentación del libro Una cierta mirada al mar de Javier Guadarrama, publicado por el CONACULTA (evento sin relación con el de Cintermex y que tuvo efecto en el Centro Cultural Plaza Fátima).

         Para quienes no estén familiarizados con el nombre, obra y trayectoria de Javier Guadarrama, apunto rápidamente que se trata de un muy destacado pintor, maestro en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM (antigua Academia de San Carlos), y si hubiera necesidad de clasificar su trabajo, éste, amén de las etapas por las que ha transitado, se ubica, por lo pronto, en un naturalismo extremo que pudiera confundirse con el llamado realismo fotográfico (como yo erróneamente lo he hecho). Así pues, el libro del que hablo, por cierto muy bien editado, es un libro de pintura, de las pinturas que Guadarrama viene realizando desde hace tiempo del mar en muchas de sus infinitas posibilidades.

         Aclaro que los apuntes que siguen se alimentan, primero, de la lectura del libro, después, de lo dicho por el propio Guadarrama y   Ramiro Martínez Plasencia, quienes  también participaron, y muy  acertadamente, en la presentación  del mentado libro.

         Hasta el momento siempre  había pensado en la pintura como el  desarrollo de una serie de  esquemas o convenciones a través  de las cuales se lograba reproducir,  más o menos exitosamente, y con  notables excepciones, lo que vemos tal y como lo vemos. La persistencia  de estos esquemas, es decir de la  pintura, se debe a que de la diversa  información que recibimos por  medio de nuestros sentidos, es la  visual de la que mayormente  dependemos para tomar un buen número de decisiones relacionadas  con nuestra vida cotidiana.  Pintamos tanto por la necesidad o  urgencia por comunicar lo que  vemos, como por la necesidad de  saber cómo ven otros las cosas que todos los demás también vemos.

         Nada más sencillo que aplicar lo anterior a la obra de Guadarrama, pero resulta que una segunda mirada a ella nos descubre una dimensión diferente. Ante estas telas de una inmensidad insospechada, y no hablo de su tamaño, la pintura deja de ser reproducción para convertirse en creación; más bien demuestran que cierto tipo de pintura nunca ha sido reproducción sino siempre creación, creación de nuevos objetos (tela, papel, madera) que portan, que muestran, que llevan, una imagen, una imagen que es el recuerdo de algo visto, de algo que veo, o de algo por ver. Este tipo de pintura no comunica ni transmite nada, es simplemente el recuerdo de una mirada, en este caso, de una cierta mirada de Javier Guadarrama al mar. Nadie salvo él, está autorizado a pensar y menos a creer que lo que ve en estas pinturas es el mar, lo que todos vemos es la forma, el color, la textura, la atmósfera, que alguna vez experimentó al visitar el mar según lo recuerda el pintor.

         En los apuntes que hice el día de la presentación del libro, dije que la pintura de Guadarrama se parecía mucho a otra pintura o más bien a otras pinturas, a todas las demás pinturas, a las presentes, a las del pasado y a las que están por pintarse, y se parece a ellas, mejor aún, todas se parecen entre ellas, porque todas son el resultado de ese acto mediante el cual se crean, y se crean no para demostrar cómo se ven las cosas, sino para recordar esas cosas, esos momentos, esas sensaciones, esos relatos.

         Finalicé mi presentación aquel día, como termino ahora estas líneas, diciendo que si algún futuro puede tener la pintura de cara a la presencia de otros sistemas de reproducción más efectivos, será el mantener vivo, es decir, actuante, este acto de mnemotecnia pictórica. Si la pintura de Guadarrama, independientemente de sus dimensiones físicas, nos llena los ojos de inmensidad, se debe a que al verla, no puede uno menos que recordar esa misma experiencia frente al mar, se nos llenan pues los ojos, no por lo que vemos (sería imposible que así sucediera), sino por lo que nos hacen recordar.
 
Publicado originalmente en Milenio Diario
 

martes, 8 de octubre de 2013

El público

 

            Aunque de facto todos somos público, quiero referirme únicamente a aquel sector que se muestra especialmente —no exclusivamente— interesado en las actividades y productos simbólicos o culturales, es decir a todos aquellos que llenan las salas de cine, de teatro y de danza, que acuden a los conciertos, a los recitales y presentaciones de libros y autores, que van a conferencias, a exposiciones, a espectáculos al aire libre, y sigue con cierta regularidad las notas que la prensa llega a generar sobre lo que sucede en el campo. De este grupo, tampoco me referiré a los conocedores, a los expertos, a los coleccionistas, a los que, siendo público también, prefieren comportarse de otra manera (audiciones privadas, visitas pre-inauguración, lugares reservados, etc.). Finalmente, del público que quiero hablar, al que quiero aludir, es al de esta ciudad, no me interesa en este momento, cómo es o se comporta el de Yucatán, ni el de Torreón o el de la capital, mucho menos el de Nueva York o Dubái. Quiero hablar, más bien referirme, a esos cientos, quizás miles, de regiomontanos que abarrotan las plazas y parques públicos los fines de semana y entran, ahora sí que por pura casualidad, a museos y salas de exposición tan sólo para echar un vistazo y salir tan rápido como entraron como si fuera expulsados del lugar. De los niños de escuelas públicas y privadas que matutinamente hacen sus visitas a estos lugares y regresan a sus escuelas más confundidos y apáticos. En fin, de todos aquellos que por una u otra razón están cerca de estas actividades por interés propio.

         La importancia de todos ellos, de esta masa anónima radica en que por ella, para ella o en su nombre, se llevan a cabo todas las actividades que conforman este campo; es decir, para el público se expresan los productores, para el público se construyen museos y salas de concierto, para el público se escriben libros, y por, para, a nombre del público se ha formado una burocracia cultural que sobrevive gracias a que hay un presupuesto destinado, casi exclusivamente, a atender distintos aspectos relacionados directamente con ese público, desde su formación y capacitación, hasta la organización de un programa de exposiciones o la elección de una temporada de conciertos.

         La atención, cuidado, formación, de este público es la razón de ser de políticas públicas y privadas que inciden en el campo, su “recompensa” es lo que se dice el favor del público, o sea su visita a las exposiciones en museos y centros culturales, a salas de concierto, a presentaciones teatrales. Un público bien atendido, se traduce —o debería traducirse— en ciudadanos más informados, más involucrados con su comunidad, más tolerantes, más abiertos al diálogo, más sensibles a las necesidades del otro.

         Hablar de un público bien atendido no quiere decir un público mediatizado ni mediocre, ni a uno al que se le fomente o refuerce un gusto común, superficial o acrítico; por el contrario, un público bien atendido es aquel que cuenta con una amplia oferta de opciones de calidad, pero sobre todo es al que se le respeta en todos sentidos no sólo mencionándolo en las inauguraciones, al momento de justificar los presupuestos o al solicitar votos; tampoco es el que sirve para decir que se fracasa o se carece de mejor oferta porque no hay público y el que hay no entiende, no está preparado, no tiene la educación que se posee en otras partes.

         No existe exposición o muestra para todo público, lo que equivale a decir que tampoco es válido intentar dar gusto a todos, pero con la debida orientación cada cual debe ser libre de elegir lo que le resulte más atractivo o interesante, de ahí que las labores de difusión y promoción sean sustantivas en la atracción del público; el sólo aviso de la inauguración con o sin rueda de prensa previa o posterior, no son suficientes para llamar la atención del público, no digamos ya  para motivarlo a visitarla.

         Comentar, sugerir o criticar las acciones que se llevan a cabo supuestamente pensando en el público, no debería sorprender o molestar a nadie, pues son actividades, conductas, respuestas, que debemos esperar, precisamente, del público.
 
Publicado originalmente por Milenio Diario.

todos

martes, 1 de octubre de 2013

Cero y van dos


        Tengo frente a mí la invitación electrónica que el Municipio de Monterrey hizo circular, en tiempo y forma, para invitar a la comunidad a la muestra  colectiva de fotógrafos intitulada FOTOUR, en el Museo Metropolitano. En ella, se da el 6 de septiembre como fecha de inauguración o apertura al público, y no lleva información alguna que permita saber, suponer o imaginar, que su existencia sería efímera, pues para antes de que terminara septiembre, del famoso FOTOUR ya no quedaba nada.

         Sabemos que la fecha de inauguración no se cumplió, hace poco más de quince días hablé de ello en este mismo espacio. En ese entonces sugerí que se había pospuesto la inauguración, sí por las condiciones climatológicas, pero también para que hubiera foto inaugural, para que quedara constancia de que las autoridades del Municipio son, también, patronas de las artes. Lo que advertí era poco probable, al parecer se cumplió, pues después de la foto (qué ironía), nada más, ya que el espacio en que se supone era exhibida la muestra, lo ocupa ahora la XVII Bienal del Colegio y Sociedad de Arquitectos de Nuevo León.

         Después de haber fracasado en mí intento anterior por ver el  FOTOUR, decidí no volver y mucho  menos escribir al respecto. No  obstante, son tan escasas las  exhibiciones de fotografía, que no  abordar una de ellas y además  colectiva, me pareció un  desperdicio; además, entre los  participantes hay gente a la que  respeto como fotógrafo (Juan  Rodrigo Llaguno, Roberto Ortiz Giacomán, Juan José Herrera, Jorge Taboada, Erik Estrada, Ruth Rodríguez), otros de los que hace mucho no veo nada (Mercedes Macías, Ingrid Silva, Marcos Méndez, Eduardo Rubio), y otros de los que no sé o no conozco suficiente (Malú Delgado, Marco Reyes, Liz Dávila Skipper, Olivia Garza Garcia, etc.), así que por más contrariado que estuviera por no haberse abierto al público cuando debiera, era esta una muestra que tenía que ver para bien o para mal.

         Y desgraciadamente fue para mal. Dicen que al perro más flaco se le suben todas las pulgas y este parece ser el caso del Museo Metropolitano. El domingo pasado que intenté visitar la exhibición por segunda vez, no sólo ya había sido desmontada, sino que el Museo no tenía luz, y presenta un calamitoso estado provocado, entre otras cosas, por un sin fin de goteras que no dejan de recordarnos que estamos en época de lluvias. Entiendo que el inmueble quite y ponga las exhibiciones que quiera, un poco menos que se quede sin luz, pero lo que es inconcebible son las goteras, tómese en cuenta que no estamos hablando de cualquier municipio, hablamos de la capital del estado de Nuevo León, en la que se gastan millones y millones de pesos en comunicación.

         ¿Y la fotografía? Pues al menos se retiró de ese ambiente que es mortal para ella. Por lo demás, hasta creería que se montó a propósito de Fotoseptiembre y que por ello se quitó a fin de mes, pero oh! Falsedad, su invitación electrónica tampoco hace referencia a este evento. Si a través de FOTOUR se pretendía promover algo (fotografía, la ciudad, los fotógrafos), lo mejor será pensarlo dos veces la próxima vez, o por lo menos evitar hacer cualquier evento en estos meses de tan alto riesgo.

         ¿Y los fotógrafos? Pues yo esperaría algún tipo de reacción (un comentario al menos) de la flamante nueva dirección del pesimamente llamado gremio de los fotógrafos. Y aunque es posible que se haya dado en las redes sociales, creo que lo importante es llevarla a la arena pública real para su discusión ¿o estaremos tan mal que nos conformamos con que se incluya nuestro nombre en una invitación, para creer que estamos haciendo currículo?

         ¿Y el público? Ni esta ni alguna otra exposición se lleva a cabo para darme gusto, eso lo tengo claro, como también que se hacen pensadas y destinadas   a algo tan abstracto como el público, pero ¿quién es esa entidad anónima que aparece mentada aquí y en todas partes? A reserva de tratar este tema otro día, digamos por lo pronto –y no sé si al “público” le interese en algo- que alguien o algunos tienen que decir cosas que quizás a unos incomode, otros prefieran callar y a los más les valga...
 
Publicado originalmente en Milenio Diario