miércoles, 29 de junio de 2011

Buena pintura I

Rufino Tamayo. Hombre con una guitarra. 1959

Las dos últimas semanas las he dedicado a hablar sobre la pintura y lo que creo es una buena pintura. A lo largo de lo dicho, he procurado evitar a toda costa la palabra Arte, pues lo más sencillo es identificar uno y otro término: una buena pintura es arte y arte es una buena pintura, cuando en realidad se trata de dos temas claramente diferenciados, una buena pintura no forzosamente es arte, ni todo objeto llamado de arte es, no digamos una buena pintura, sino simple y llanamente una pintura. Y si me preocupo por no entrar en estos terrenos es porque creo que su discusión ya está superada, llevamos más de 100 años preguntando si esto o aquello debe, merece ser considerado como Arte, o peleando para que se admita dentro del sistema Arte a esta o aquella manifestación, expresión u objeto. Lo más confuso de todo no es el derrotero que la producción de objetos simbólicos ha tomado a lo largo del tiempo, sino que el nivel de la discusión sobre ellos no ha variado, es más, se ha vuelto frecuente el bajo nivel con que se tratan estos temas, siendo la burla, la descalificación, la personalización, el falso populismo y la moral ambigua y acomodaticia, los argumentos empleados al referirse a uno u otro bando.
Como despedida de estos temas, a los que esperamos no volver en mucho tiempo, esta semana la dedicaremos a subir imágenes de pinturas, de pinturas, que independientemente de sus características temáticas y de contenido, sean simple y sencillamente, buenas pinturas. Esperemos coincidir con ustedes.

martes, 28 de junio de 2011

Más sobre la pintura (II)


A fin de no generar entendimientos equívocos o dar pie a que se tergiverse mi comentario sobre la exposición Los nuevos grandes maestros mexicanos, inaugurada en el museo El Centenario, el pasado 16 de junio, inicio con un par de comentarios que, además, han de verse como complemento de lo que he venido desarrollando en este mismo espacio las dos últimas semanas.
La manera en que entiendo lo que es una buena pintura, la definición o descripción que he dado de ella, es histórica y social; esto quiere decir que es resultado del momento que vivimos, y es social porque se encuentra determinada por el desarrollo y características que conforman a la sociedad contemporánea. Y agrego, es subjetiva. En resumen, mi concepción de una buena pintura, como la de cualquier otro, es parcial, relativa y personal, por lo que antes que imponerse como verdad, se propone como un campo o arena de discusión, de  problematización, de conceptualización.
Segundo. Que en algunos momentos en la historia de la pintura esta se haya dedicado a la reproducción de imágenes que sean semejantes a una visión parcial de personas, cosas o situaciones, no significa otra cosa más que eso, que ha sido una meta concebida como importante por una sociedad en un momento dado, pero que puede (y de hecho así ha sucedido) cambiar y ser otra al modificarse las condiciones sociales e históricas que habían dado lugar a la meta anterior; ninguna de ellas es superior a la otra, ni es más verdadera, objetiva o valiosa. Puede, eso sí, que en lo personal nos guste más un fin que otro (la pintura naturalista sobre la abstracta), pero eso carece de valor teórico, no pasa de ser una opinión de sobremesa más o menos informada.
La exposición a la que me he referido, la del Centenario, presenta la obra de doce, me parece, jóvenes productores. Según se lee en la hoja de sala, han sido reunidos a partir de una investigación de campo a través de la cual se fue en busca de “... talento fresco y expresiones nuevas.”
Creo que como todo en esta vida, hay que renovarse, por lo que no veo nada extraño en que surjan propuestas que apunten en ese sentido, el de la renovación, hablar por tanto de Los nuevos grandes maestros mexicanos, puede resultar una declaración un tanto cuanto desproporcionada, pero válida desde esta perspectiva, la de la propuesta, la de la apuesta, incluso, si se quiere, la de la confrontación. Pero hay una gran diferencia entre esta actitud a dar por un hecho que estos o cualquier otro productor por el simple hecho de que se ajustan a una visión, gusto o preferencia personal, sean los únicos, los escogidos, los verdaderos no sólo pintores mexicanos, sino los auténticos grandes nuevos maestros mexicanos de la pintura.
De los doce expuestos, por lo menos cuatro son dibujantes, seis dependen del dibujo en su pintura, por lo que sólo dos presentan pintura-pintura. La temática que manejan, en términos generales, se encuentra entra Arturo Rivera y Martha Pacheco, y como se puede concluir, toda la obra es figurativa.
Independientemente de la calidad naturalista de los trabajos expuestos, si los vemos como propuesta esta presenta una doble falla. Por una parte desconoce todo lo que otros jóvenes productores se encuentran trabaja en este mismo momento y que tienen el mismo derecho a ser considerados grandes maestros, por más que no nos guste lo que hacen. Y dos, al cancelar cualquier otra opción de producción, repiten, quizás inconscientemente, las mismas acciones que le imputan al que creen es el bando contrario, esto es, hacen uso de la descalificación como instrumento de juicio.
Qué bueno sería si en lugar  de perder tanto tiempo y espacio en la discusión de temas tan superados, nos enseñaran a gozar lo mismo del Dr. Lakra, que de estos doce ilustradores, o de la pintura de Ageda Lozano, de todos, seguro estoy, algo podemos aprender y en todos hay mucho que apreciar.
Publicado originalmente por Milenio Diario

miércoles, 22 de junio de 2011

Así pintado 1

Robert Braithwaite Martineau. The Last Day in the Old Home. 1862

Pintar, y pintar bien, no significa ni es equivalente a reproducir con puntual exactitud la apariencia visual de los mundos interior y exterior en que participamos; una composición pictórica compleja no es la más abigarrada o confusa (pensemos en Mondrian y sus formatos romboides); una pintura que nos conmueve no es la que perpetúa los lugares comunes ni la moral imperante; una pintura, una buena pintura, es mucho más que todo esto. Tomemos por ejemplo la imagen que encabeza estas líneas. Su autor,  un obscuro pintor inglés ligado a la Hermandad Pre-Rafaelista, del que muy posiblemente nunca hayamos escuchado y con el que difícilmente nos volveremos a topar (este es su trabajo más conocido; además, por desgracia, murió muy joven, a los 43 años, por lo que no dejó mucha obra). Sin duda, todo lo que vemos en ella lo reconocemos por su apariencia; sin duda, hay un tema y un mensaje que en su momento y de acuerdo a los ideales de su escuela eran importantes, pero ¿por qué no trascendió como se hubiera esperado?
A lo largo de esta semana y la siguiente estaremos presentando este tipo de imágenes a fin de que se vean y se medite en ellas en qué puede consistir la práctica de la pintura, qué hace de un lienzo cubierto con pigmento, una buena pintura.

martes, 21 de junio de 2011

Más sobre la pintura (I)


La semana anterior presenté lo que desde mi punto de vista es una buena pintura, y para ejemplificarlo recurrí a la exposición, El azar de Yolanda Mora presentada por Drexel Galería. El resto de la semana, en el blog que es mi responsabilidad, estuve subiendo imágenes de otras tantas pinturas que, siempre según yo, representan ejemplos de buenas pinturas según la definición que hice.
Quien me haya seguido hasta aquí, se habrá dado cuenta de que tanto la muestra de Mora, como las imágenes que después emplee, son pinturas que podemos calificar como abstractas. Esto de ninguna manera fue casual, procedí así por dos razones. La primera, porque me parece que el aspecto más sobresaliente en el trabajo de Yolanda Mora es el haber llegado a un grado de madurez tal que puede darse el lujo de pintar pintura, y eso hay que, no sólo gozarlo, apreciarlo, sino explicarlo porque representa una de las metas que conscientemente la práctica de la pintura occidental se ha impuesto; por tanto, verla plasmada de manera tan explícita y gozosa como en las pinturas de Mora o en los ejemplos que después subí al blog, es un recurso que se debe aprovechar para hablar, precisamente, de este tema: la pintura, o si se prefiere la práctica de la pintura, o, incluso, el acto de pintar.
He evitado, como se ve, el recurrir a ejemplos de pintura figurativa para tratar el mismo tema, y lo he hecho porque los aspectos literarios de cualquier representación (tema y contenido) suelen ser tan poderosos, que parecieran ser el único y verdadero fin de la representación. Es decir, impiden ver, reconocer, apreciar, lo que distingue una de otra pintura, incluso cuando tienen el mismo tema: el manejo del medio, el cómo están pintadas. Además, es la parte literaria la que nos mueve —de manera equivoca por lo general— a desarrollar, por una parte, lo para-literal que sería la propia narración de lo que en nosotros despierta esa pintura, y por otra, en función de esa narración, a atribuirle intenciones, fines, al autor de tal o cual pintura. Ambas acciones, sobra decirlo, ponen en un segundo plano, relegan a un papel no protagónico, a la pintura en sí misma.
Lo anterior no quiere decir que no sea importante esa parte literaria de la pintura, de hecho, la pintura occidental fue cambiando a lo largo del tiempo debido a los cambios en ella, lo que aquí digo es que no es esta parte la responsable de que nos agrade o no una pintura, porque entonces estaríamos hablando de literatura; lo que nos atrae de una pintura es cómo fue ejecutada, cómo se empleó el medio para lograr tal representación. Tampoco quiere decir que no podamos o debamos encontrar esa parte literaria en pinturas como las de Mora, al contrario están llenas de insinuaciones, de sugerencias, de guiños de ojo, que nos llevan a entrever historias fantásticas en cada una de ellas, pero esto es un elemento subjetivo sobre el cual no se puede fincar un conocimiento, ni una apreciación correcta, justa, de la pieza.
Ahora bien, el punto central en toda esta argumentación es el cómo se usó el medio para qué, cómo se usó la pintura para representar qué, o sea, la relación entre la parte formal y la literaria, y de entrada lo que debemos aceptar es que ambos aspectos, por lo menos en la pintura occidental, han variado conforme ha avanzado la historia, podríamos decir que van del predominio de lo literario al predominio de lo formal, de lo naturalista a lo abstracto. En el fondo prevalece el concepto de buena pintura, lo mismo debe serlo si se trata de una escena, digamos religiosa, o si es un abstracción geométrica, si no es una buena pintura no logrará cumplir con su cometido, que es la representación de lo religioso o de lo geométrico.
El desarrollo de estas líneas tiene que ver con mi comentario sobre la exposición Los nuevos grandes maestros mexicanos, que espero presentar la próxima semana.
Publicado originalmente por Milenio Diario

miércoles, 15 de junio de 2011

Pintura I

Robert Motherwell. Samurai No.4. Acrílico sobre tabla. 1974


 


Muchas veces resulta inútil tratar de definir conceptos como el de “buena pintura” no tanto porque resulten ser indefinibles como porque son ideas que se forman a partir de experiencias reales, de confrontaciones con los objetos —en este caso con objetos-pintura—, que al paso del tiempo y luego de que cada una se va decantando, cada encuentro en particular, van acumulando un sedimento que es el que termina por dar paso, por formar, la idea general. Así pues, sin esa experiencia, si ese haber mirado con atención, haber escrutado visualmente, haber tratado de desentrañar los secretos más profundos del lienzo y con lo que va cubierto con la sola mirada, está por demás, definir, describir, en qué consiste una buena pintura.
Ojalá los miles de intentos por formar el Museo Ideal en realidad juntaran las obras que lo conformarían, así tendríamos permanentemente, frente a nosotros, las obras, las pinturas reales, los objetos de “carne y hueso”. Como esto no es posible, como tampoco se puede sustituir la experiencia real, no queda más remedio que aunque sea virtualmente, nos detengamos por un momento a observar las imágenes que a lo largo de este semana estaremos presentando, imágenes de lo que me parece son buenas pinturas.

martes, 14 de junio de 2011

Pintar pintura

Yolanda Mora. De la serie El Azar #3 (detalle).
Temple y óleo s/tela. 2010
 
Imagino que soy uno de los muchos que ha llegado a pensar que la práctica artística de la pintura no tiene mucho futuro, o mejor dicho, que como responsable de la producción de objetos visuales significativos ha llegado a su límite, por lo que no tiene mucho más que ofrecer que lo que le hemos venido conociendo y aprehendiendo, por lo menos en occidente, desde la época de las cavernas. Por lo mismo, es muy difícil toparse con una buena pintura, quiero decir enfrentarse, contemplar, una superficie pintada y en ella reconocer esa intención —la de pintarla de una manera en particular y no sólo cubrirla— a fin de provocar una reacción en el observador —cualquiera que sea esta—, pero sobre todo, para satisfacer una necesidad personal.
El pasado 9 de junio, fue inaugurada en la galería Drexel, la exposición El azar de Yolanda Mora, la cito porque hacía tiempo que no me tocaba ver tan buena pintura en la ciudad. Los chavos que se presentan en la muestra Alfileres en la Burbuja de la  Pinacoteca de Nuevo León,  bien  harían en visitar la exposición  de  Mora para ver que se puede  hacer buena pintura sin inventar    nada nuevo, a menos, claro está,   de que no estemos hablando de   lo mismo, es decir, de buena   pintura.
Me doy cuenta que emplear esta expresión es parte del problema, no sólo por ser subjetiva, sino porque puede referirse a un sinnúmero de aspectos sobre los que habría que ponerse de acuerdo antes de emplearla como le he hecho aquí. Por tanto, las líneas que siguen son un intento de aclarar qué es lo que para mí constituye una buena pintura. Aunque lo que iré apuntando se puede aplicar a cualquier tipo de pintura, es, me parece, más sencillo de apreciar, en las llamadas abstractas que son entonces a las que me estaré refiriendo, además de ser esta la tendencia en la que podemos ubicar los trabajos de Yolanda Mora,
Cualquier pintura ha de responder a una cierta lógica interna, es decir, su observación nos debe indicar que se realizó pensando en la correspondencia que debe haber entre todas las formas contenidas en ella, como también en la necesidad de que estén presentes y del espacio que ocupan (o que crean), así como en la claridad de su función.
Ahora bien, para que esa lógica se aparezca o actúe dentro de la pintura, ésta requiere tener una buena arquitectura. Esta característica no es otra cosa que la composición, el armado de todos los elementos que intervienen en ella, teniendo presente que se trata de actuar dentro de un rectángulo (o cualquier otra forma que tenga la superficie a pintar) que posee dimensiones precisas y que se ofrece al espectador como un todo en una sola exposición. Dentro de ese espacio habrá de suceder todo y no debe dar la impresión —a menos que esa fuera la intención— de que se continúa o que necesita continuarse más allá de esos límites.
Respetar y ejercer esa arquitectura y actuar conforme a la lógica a los elementos que se manejarán para producir una pintura es lo que constituye una buena pintura y estas son, por su parte, las principales cualidades que tiene el trabajo que Yolanda Mora presenta con Drexel.
Cuando Clement Greenberg, a mediados del siglo XX, proclamaba la superioridad de la pintura abstracta por su pureza, por su ausencia de compromiso con “el mensaje”, a lo que se refería era a que por fin la pintura había logrado hacer de la misma pintura el centro o fin de la producción. Entendiendo aquí pintura como la definiera Maurice Denise a fines del siglo XIX: Antes que ser un caballo, un paisaje o un retrato, una pintura es pigmento aplicado sobre una superficie plana siguiendo un patrón preestablecido.
Así pues una buena pintura abstracta, como las de Yolanda Mora, es una pintura autrorreferencial, una pintura en la que su lógica y arquitectura son el tema, el motivo, y la razón de haber sido pintada, una pintura en la que se representó, en la que se pintó, pintura en su estado más puro.
Publicado originalmente en Milenio Diario

miércoles, 8 de junio de 2011

Sobre el cuerpo I


Esta semana dedicaremos este espacio a la presentación de imágenes que reproduzcan alguna forma de alteración corporal, ya sea que se trate de simples tatuajes como los que están de moda, o ejemplos más radicales como el caso de Orlan, la productora francesa que ha decidido hacer de su cuerpo, y de su rosto principalmente, su campo de trabajo. Todas estas prácticas, no sólo ponen de nuevo en el centro de la discusión la influencia de lo primitivo y popular en las manifestaciones de “alta cultura”, sino que también sirven para cuestionar los límites de la creatividad, la novedad, la innovación, e incluso sirven para estudiar y seguir los cambios y tendencias en los gustos sociales, entre lo prohibido y lo permitido, las marcas de identidad y la asimilación estética y ética de lo subversivo.

martes, 7 de junio de 2011

El Dr. Lakra

Conviene recordar que el tatuaje, además de haberse convertido en moda, se ha venido exhibiendo en foros culturales como manifestación del mundo contemporáneo, forma de dibujo, o práctica artística en sí misma; no olvidar, por ejemplo, que durante la inauguración de Alfileres en la burbuja en la Pinacoteca del Estado, se presentó, a manera de Performance, un tatuador, y que, el año pasado, en la galería de la Alianza Francesa, Cecilia Martínez, hizo intervenir algunos de sus dibujos por el trabajo de otro tatuador. Además, si tomamos en cuenta que la decoración corporal es milenaria y se encuentra en muchos grupos culturales con los que estamos en contacto, concluimos que el puro tatuaje no es ninguna novedad en la ciudad, ni como moda, ni como práctica cultural o artística.
Empezar estas líneas con este recordatorio, tiene por objeto delimitar el campo dentro del cual sea contemplada y entendida la muestra que el pasado 20 de mayo inauguró el MARCO con trabajos del Dr. Lakra, a quien se le califica lo mismo de productor que de tatuador sin embargo, si la muestra tiene algún valor, éste no le viene por el lado del uso y explotación del tatuaje.
Más interesante es preguntar qué hace el Dr. Lakra con el tatuaje, y lo que produce resulta ser más sugestivo. Sobre impresos antiguos de luchadores o actrices de cine y vodevil (posters), dibuja simulando tatuajes con los que podrían haber cubierto sus caras y cuerpos (ver, por citar uno: Sin título (mujer en bikini con dibujo), 2009). Estas obras, así trabajadas, vienen a ser la culminación de una larga tradición de intervenciones sobre impresos públicos, que van desde poner bigotes y hacer chimuelas a las modelos, hasta las alteraciones que sufre merecidamente la propaganda política. Es en este sentido que estas ilustraciones están insertas en el imaginario de nuestra cultura popular, lo distintivo de ellas es que en lugar de las ofensas que se les practican, Lakra los trata como si fueran verdaderos cuerpos que cuidadosamente va tatuando.
Una variante de estos trabajos son las postales antiguas que igualmente son intervenidas  con el mismo recurso, es decir, lo que en ellas aparece, también se tatúa (Sin título (tab.25), 2005). Más que otro tipo de trabajo, complementan la muestra dos variantes del mismo modelo. Por un lado fotografías vintage de modelos desnudas intervenidas con dibujos que las enmarcan o que simulan eróticos adornos (Mujer sin rostro, 2009); y por otro, más interesante aún, a fotos en relieve (que no son invento mexicano por cierto) no sólo se les tatúa, sino que en algunos casos se les cambia el rostro por construcciones hechas con insectos o partes de moluscos (Sin título (Retrato de familia), 2004; Sin título (Chaleco y pañuelo blanco y collar de flores), 2007), creando así personajes fantásticos, kafkianos.
Ahora bien, hasta aquí parte del campo dentro del cual la exposición se observa y se busca entender. A pesar del interés que pueden despertar piezas como las citadas o cualquier otra, al ver la siguiente  uno se encuentra con lo mismo, y en la siguiente también y así sucesivamente, es decir los trabajos se van repitiendo, todos se vuelven predecibles, unos con más, otros con menos tatuajes, pero todos son lo mismo, lo cual, hace de la exhibición un evento poco estimulante por no decir aburrido.
Por otra parte, las intervenciones que Dr. Lakra hizo sobre las paredes de las salas en donde se exhiben sus trabajos, no sólo son poco agraciadas, sino que en el contexto de la exposición, carecen de articulación con los demás trabajos, como igualmente desafortunadas son una serie de pinturitas monocromas que ni siquiera llevan cédula.
No dudo que Dr. Lakra sea un exponente internacional de nuestra cultura Pop, ni que esté considerado entre los productores más destacados del país, pero habiendo visto su muestra me pregunto si es que a estos trabajos no les quedó grande el MARCO.
Publicado originalmente por Milenio Diario.

miércoles, 1 de junio de 2011

Recuerdos prescindibles 1

Andrew Moore. Lee Plaza Ballroom. 2010

Para muchos arquitectos y otros tantos urbanistas, el crecimiento de una ciudad se mide por la cantidad de obras nuevas que pueda tener, vías rápidas, rascacielos, centros comerciales, conjuntos habitacionales, zonas fabriles, etc. La construcción de lo nuevo, por pura lógica espacial, supone que se hará en donde antes hubo otra cosa, una casa, un comercio, un parque, un cementerio. La substitución de una construcción por otra es lo que, desde su óptica, se llama renovación urbana o simplemente progreso. La pregunta que debemos plantearnos es si este progreso vale la destrucción de la historia, pues cada edificio, casa, calle, que se derriba, se borra, se substituye, implica precisamente la perdida de una parte de la historia del lugar. Por supuesto que no se trata de impedir la mejora de la ciudad, de sus servicios y áreas públicas, privadas, comerciales, de servicios, etc., sino de hacerlo buscando conservar y respetar la historia, sin destruir la vida que ahí se ha acumulado.
A partir de ahora y hasta la siguiente semana, estaré presentando imágenes que nos lleven a preguntar si hay recuerdos, historias que son desechables, prescindibles, y si no habría otras formas, caminos, recursos que permitan conciliar el presente con el pasado.