Robert Braithwaite Martineau. The Last Day in the Old Home. 1862
Pintar, y pintar bien, no significa ni es equivalente a reproducir con puntual exactitud la apariencia visual de los mundos interior y exterior en que participamos; una composición pictórica compleja no es la más abigarrada o confusa (pensemos en Mondrian y sus formatos romboides); una pintura que nos conmueve no es la que perpetúa los lugares comunes ni la moral imperante; una pintura, una buena pintura, es mucho más que todo esto. Tomemos por ejemplo la imagen que encabeza estas líneas. Su autor, un obscuro pintor inglés ligado a la Hermandad Pre-Rafaelista, del que muy posiblemente nunca hayamos escuchado y con el que difícilmente nos volveremos a topar (este es su trabajo más conocido; además, por desgracia, murió muy joven, a los 43 años, por lo que no dejó mucha obra). Sin duda, todo lo que vemos en ella lo reconocemos por su apariencia; sin duda, hay un tema y un mensaje que en su momento y de acuerdo a los ideales de su escuela eran importantes, pero ¿por qué no trascendió como se hubiera esperado?
A lo largo de esta semana y la siguiente estaremos presentando este tipo de imágenes a fin de que se vean y se medite en ellas en qué puede consistir la práctica de la pintura, qué hace de un lienzo cubierto con pigmento, una buena pintura.
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