martes, 21 de junio de 2011

Más sobre la pintura (I)


La semana anterior presenté lo que desde mi punto de vista es una buena pintura, y para ejemplificarlo recurrí a la exposición, El azar de Yolanda Mora presentada por Drexel Galería. El resto de la semana, en el blog que es mi responsabilidad, estuve subiendo imágenes de otras tantas pinturas que, siempre según yo, representan ejemplos de buenas pinturas según la definición que hice.
Quien me haya seguido hasta aquí, se habrá dado cuenta de que tanto la muestra de Mora, como las imágenes que después emplee, son pinturas que podemos calificar como abstractas. Esto de ninguna manera fue casual, procedí así por dos razones. La primera, porque me parece que el aspecto más sobresaliente en el trabajo de Yolanda Mora es el haber llegado a un grado de madurez tal que puede darse el lujo de pintar pintura, y eso hay que, no sólo gozarlo, apreciarlo, sino explicarlo porque representa una de las metas que conscientemente la práctica de la pintura occidental se ha impuesto; por tanto, verla plasmada de manera tan explícita y gozosa como en las pinturas de Mora o en los ejemplos que después subí al blog, es un recurso que se debe aprovechar para hablar, precisamente, de este tema: la pintura, o si se prefiere la práctica de la pintura, o, incluso, el acto de pintar.
He evitado, como se ve, el recurrir a ejemplos de pintura figurativa para tratar el mismo tema, y lo he hecho porque los aspectos literarios de cualquier representación (tema y contenido) suelen ser tan poderosos, que parecieran ser el único y verdadero fin de la representación. Es decir, impiden ver, reconocer, apreciar, lo que distingue una de otra pintura, incluso cuando tienen el mismo tema: el manejo del medio, el cómo están pintadas. Además, es la parte literaria la que nos mueve —de manera equivoca por lo general— a desarrollar, por una parte, lo para-literal que sería la propia narración de lo que en nosotros despierta esa pintura, y por otra, en función de esa narración, a atribuirle intenciones, fines, al autor de tal o cual pintura. Ambas acciones, sobra decirlo, ponen en un segundo plano, relegan a un papel no protagónico, a la pintura en sí misma.
Lo anterior no quiere decir que no sea importante esa parte literaria de la pintura, de hecho, la pintura occidental fue cambiando a lo largo del tiempo debido a los cambios en ella, lo que aquí digo es que no es esta parte la responsable de que nos agrade o no una pintura, porque entonces estaríamos hablando de literatura; lo que nos atrae de una pintura es cómo fue ejecutada, cómo se empleó el medio para lograr tal representación. Tampoco quiere decir que no podamos o debamos encontrar esa parte literaria en pinturas como las de Mora, al contrario están llenas de insinuaciones, de sugerencias, de guiños de ojo, que nos llevan a entrever historias fantásticas en cada una de ellas, pero esto es un elemento subjetivo sobre el cual no se puede fincar un conocimiento, ni una apreciación correcta, justa, de la pieza.
Ahora bien, el punto central en toda esta argumentación es el cómo se usó el medio para qué, cómo se usó la pintura para representar qué, o sea, la relación entre la parte formal y la literaria, y de entrada lo que debemos aceptar es que ambos aspectos, por lo menos en la pintura occidental, han variado conforme ha avanzado la historia, podríamos decir que van del predominio de lo literario al predominio de lo formal, de lo naturalista a lo abstracto. En el fondo prevalece el concepto de buena pintura, lo mismo debe serlo si se trata de una escena, digamos religiosa, o si es un abstracción geométrica, si no es una buena pintura no logrará cumplir con su cometido, que es la representación de lo religioso o de lo geométrico.
El desarrollo de estas líneas tiene que ver con mi comentario sobre la exposición Los nuevos grandes maestros mexicanos, que espero presentar la próxima semana.
Publicado originalmente por Milenio Diario

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