Andrew Moore. Lee Plaza Ballroom. 2010
Para muchos arquitectos y otros tantos urbanistas, el crecimiento de una ciudad se mide por la cantidad de obras nuevas que pueda tener, vías rápidas, rascacielos, centros comerciales, conjuntos habitacionales, zonas fabriles, etc. La construcción de lo nuevo, por pura lógica espacial, supone que se hará en donde antes hubo otra cosa, una casa, un comercio, un parque, un cementerio. La substitución de una construcción por otra es lo que, desde su óptica, se llama renovación urbana o simplemente progreso. La pregunta que debemos plantearnos es si este progreso vale la destrucción de la historia, pues cada edificio, casa, calle, que se derriba, se borra, se substituye, implica precisamente la perdida de una parte de la historia del lugar. Por supuesto que no se trata de impedir la mejora de la ciudad, de sus servicios y áreas públicas, privadas, comerciales, de servicios, etc., sino de hacerlo buscando conservar y respetar la historia, sin destruir la vida que ahí se ha acumulado.
A partir de ahora y hasta la siguiente semana, estaré presentando imágenes que nos lleven a preguntar si hay recuerdos, historias que son desechables, prescindibles, y si no habría otras formas, caminos, recursos que permitan conciliar el presente con el pasado.
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