Robert Motherwell. Samurai No.4. Acrílico sobre tabla. 1974
Muchas veces resulta inútil tratar de definir conceptos como el de “buena pintura” no tanto porque resulten ser indefinibles como porque son ideas que se forman a partir de experiencias reales, de confrontaciones con los objetos —en este caso con objetos-pintura—, que al paso del tiempo y luego de que cada una se va decantando, cada encuentro en particular, van acumulando un sedimento que es el que termina por dar paso, por formar, la idea general. Así pues, sin esa experiencia, si ese haber mirado con atención, haber escrutado visualmente, haber tratado de desentrañar los secretos más profundos del lienzo y con lo que va cubierto con la sola mirada, está por demás, definir, describir, en qué consiste una buena pintura.
Ojalá los miles de intentos por formar el Museo Ideal en realidad juntaran las obras que lo conformarían, así tendríamos permanentemente, frente a nosotros, las obras, las pinturas reales, los objetos de “carne y hueso”. Como esto no es posible, como tampoco se puede sustituir la experiencia real, no queda más remedio que aunque sea virtualmente, nos detengamos por un momento a observar las imágenes que a lo largo de este semana estaremos presentando, imágenes de lo que me parece son buenas pinturas.
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