lunes, 23 de septiembre de 2013

Así es...



       Sin mucho aspaviento o más bien con bastante discreción,  el pasado 19 del presente se abrió al público el Salón de la Fotografía 2012 en la Cineteca-Fototeca del Centro de las Artes en el parque Fundidora. Y no es para más, o esa es la primera lectura, la que salta a la vista, al recorrer el Salón y constatar que de 111 propuestas que se recibieron, sólo 4 productores fueron seleccionados, por lo que la exhibición se reduce a 40 fotografías que corresponden —me imagino ya que no se da ninguna orientación al respecto—, a los proyectos con que participaron los 4 seleccionados (cada cual con una cantidad distinta, así por ejemplo Juan José Herrera, quien fue distinguido con el premio de adquisición, presenta 3 retratos, en tanto que Armando O. Márquez Arroyo expone 18 imágenes).

         Así las cosas, esta primera lectura bien pudiera dar lugar a exigir una mayor rendición de cuentas, pues resulta difícil creer que de 111 suspirantes menos del 4% pudo pasar por el cedazo del jurado —que se curó en salud con la cédula de sala que escribiera José Luis Cuevas. Por suerte la sangre no llegó al río, no como en el caso de quienes, en julio de este mismo año, pretendían revertir el veredicto dado en la llamada Reseña de la Casa de la Cultura, o si llegó fue a través de las redes sociales a las  que, por fortuna, no tengo acceso.  Ya fuera por falta de interés, por no  caer en vanas disputas, o porque  realmente no había nada que  protestar, la verdad es que todo  mundo, al parecer, ha quedado  satisfecho con lo hecho y lo  mostrado.

         Más allá de esta primera y  sorpresiva lectura, sorpresiva  porque al haber más producción de imágenes se supondría que habrían, no sólo más participantes, sino que entre ese tsunami de imágenes en que nos sumergimos todos los días, se encontrarían algunas de mayor calidad e interés. Falsa ilusión, esta ubicua generación de imágenes no supone absolutamente nada (sólo que seguirán produciéndose), ni que habrá más participantes, ni que se tendrá mayor conciencia de lo que se hace, mejor preparación, que se generarán mejores proyectos, etc.

         Casi como consecuencia de lo anterior, segundo error de lectura: Aquellos que cumplen con los requisitos y participan en una convocatoria, es porque están seguros de su trabajo, es decir, que tienen un conocimiento y una cultura, fotográfica en este caso, que les permite medir su propio quehacer y saber hasta qué punto pueden ser competitivos. Las descripciones que se dan acerca de la naturaleza y contenido de los envíos (ver la citada cédula de sala, pero también las notas que cubrieron las ruedas de prensa respectivas) echan por tierra cualquier suposición al respecto; tener la posibilidad de producir una imagen no es garantía de que sepas cómo hacerlo, para qué o por qué.

         Por último. ¿En qué lugar se dice que de 100 tiros 100 den en el centro de la diana? Quiero decir, ¿qué nos ha llevado a creer que hay tan buena fotografía en el estado que de un concurso en el que participan 111 productores, ya no digamos 100 deben quedar seleccionados, pero, vamos, al menos sí unos 60? La verdad, y este Salón es una prueba de ella, es que este es, muy probablemente, el nivel que tiene actualmente la producción de imágenes fotográficas en Nuevo León, el nivel que a los ojos de un jurado de otras latitudes alcanzan a tener las fotografías concursantes (incluso, para mí y por lo visto, cuatro son muchos). A nadie debe sorprender entonces esta situación ¿por qué habría de ser diferente? A menos que aceptemos como verdadera o válida esa primera impresión que causa el Salón, podríamos pensar que nuestros alcances son otros, superiores, que merecen mejor calificación.

         Hacer fotografía, como hacer música o arquitectura, hacerlo bien, con ideas, con intenciones, con conocimientos, supone mucho más que contar con una cámara, o peor aún, con un teléfono; el que estos aditamentos, estas máquinas abran la posibilidad de producir un sin fin de imágenes, de ninguna manera quiere decir que se esté haciendo buena fotografía. Si de todos los que a diario accionan un obturador para hacerse de una imagen, salieran uno o dos buenos por generación, estaríamos en jauja y no en Nuevo León.
 
Publicado originalmente en Milenio Diario.

martes, 17 de septiembre de 2013

Luces sobre México

 


         Para no dejar atrás las fiestas patrias, el tema que abordaré enseguida tiene que ver con la fotografía en nuestro país, pero también con el valor de su conservación, el papel de la historia, la comprensión del presente y de su futuro.

         Luces sobre México, es el título de un extraordinario libro editado en el 2006 por la editorial RM, el CONACULTA y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. La edición estuvo a cargo de Rosa Casanova y Adriana Konzevik, y lleva un preámbulo de Olivier Debroise. El libro tiene por subtítulo el de Catálogo selectivo de la Fototeca Nacional del INAH. En efecto, el libro presenta una selección de imágenes provenientes de por lo menos 40 fondos de los que está compuesta la Fototeca Nacional empezando por el que se considera el fundacional, el archiconocido Archivo Casasola; en total se reunieron 360 imágenes que a juicio de los editores dan cuenta de sus intenciones, o mejor dicho, de la riqueza que contiene la Fototeca Nacional. Se anexa al libro un CD Rom, con un despliegue de imágenes más amplio (1,200) que permiten ver el valor e importancia que tienen estas imágenes para el conocimiento de nuestra historia, pero más importante que eso es el valor que  tiene  el que se hayan  conservado y  se lleven a cabo  esfuerzos no sólo por mantenerlas  y/o consolidarlas,  sino que se haga   pensando en la permanente  ampliación de los fondos de la  Fototeca, es decir, que se entienda   que esta es una labor    imprescindible que ha de llevarse a    cabo de aquí en adelante.

         Cada una de las imágenes que se presentan tanto en el libro como en el CD Rom, llevan un texto connotativo de lo que se sabe y se  han investigado sobre su contenido, así que sin proponérselo el libro se convierte en un texto grafico de la vida en México por lo menos de los últimos 120 años. Por sus páginas vemos desfilar soldaderas, días de campo en Chapultepec, detenidos en la cárcel de Belén lo mismo que en la lúgubre Lecumberri, mítines políticos de todos los tiempos y tendencias, intelectuales  y productores, pero también gente de la farándula, artistas de cine, grupos étnicos y monumentos nacionales ya sean prehispánicos o virreinales, cartas de visita o retratos de estudio provenientes de todo el país.

         Tratemos de imaginar la Revolución mexicana sin los retratos de Díaz, Madero, Villa, Zapata, Carranza, sin la siniestra de Victoriano Huerta y sus ministros, sin las de la Decena Trágica, la entrada de Madero a la capital, etc. Han sido estas y muchas otras fotografías las que nos han ayudado a comprender el ambiente, las costumbres, los usos, el trato, el vestuario, etc., que forman parte de esa historia que se re-escribe todos los días que es la historia de México, como la de cualquier otro lugar. Sin ellas, es seguro, la historia de este periodo, como la de muchos otros, sonaría hueca, no pasaría de ser nombres y sucesos de interés sólo para los especialistas.

         Si la preservación y conservación de las imágenes es una tarea que no puede abandonar la historia, pensemos ahora en qué servicio pude prestar este monumental acopio a la fotografía en sí misma. Es más, reflexionemos un momento en para qué nos puede servir, desde el punto de vista de la fotografía, que exista aquí en Monterrey una Fototeca que también pretende conservar fotografías “viejitas”.

         Soy de la creencia que el pintor se nutre viendo pintura y el poeta leyendo poesía, así pues me es inconcebible un fotógrafo que no vea, se alimente, de otras fotografías; antes de devorar las imágenes del ámbito internacional debiste haber abrevado en las que reflejan o han sido producto de tu misma tierra, de tu misma gente, de tu mismo ambiente. Por si fuera poco, tal y como lo advierten Casanova y Konzevic en su Prólogo, en estos archivos, lo mismo en la Fototeca Nacional que en la de Nuevo León, queda aún mucho por investigar, no sólo por lo que está por ser descubierto, sino por las múltiples lecturas que cada época da a su propia historia.

         Así pues, ya que festejamos un aniversario más de nuestra presencia como país, celebremos también que contamos con estos recursos para alimentar nuestro imaginario nacional, para saber qué ha sido y qué es México.
 
Publicado orginalmente en Milenio Diario

 



martes, 10 de septiembre de 2013

Lo que mal empieza...

     Es domingo 8 de septiembre; son aproximadamente las 12.30 del día; después de estacionarme y pagar religiosamente, me acerco cándidamente a la entrada del llamado pomposamente Museo Metropolitano de Monterrey, vulgo antiguo palacio municipal. Pegado a la improvisada mesa de información aparece escrito en una hoja de papel algo así como “cancelada la inauguración de la exposición FOTOUR por causas meteorológicas. Se avisará próximamente de nueva fecha”. A no ser por este mensaje y el amable guardia que me lo confirma y me avisa que a partir de este lunes (ayer) personal del municipio se estará comunicando con los interesados para informar de cuándo y cómo se hará, ahora sí, la inauguración, nada más se podría decir de ella, aun y cuando estaba programada, como se dice, para ser abierta al público el pasado viernes.

         Que causas meteorológicas detengan o impidan una inauguración es posible; que una marcha de docentes cavernícolas asuste al respetable y sus autoridades, es más que probable; que policías y ladrones hagan llover plomo al momento de la inauguración es también posible y motivo de cancelación a fin de evitar males mayores. Pero en todos estos casos, muy comprensibles y hasta aplaudibles en función del bien y la seguridad públicas, al día siguiente de la  contingencia las actividades deben  seguir su ruta normal; es decir, si el viernes por la noche por la razón que fuera se canceló la inauguración de esta exposición, no hay, o no alcanzamos a ver algo que impida se haya abierto al público al día siguiente, el sábado, el domingo y días sucesivos (salvo los de descanso) hasta el fin de su vigencia, o sea, debía estar a disposición de aquellos visitantes, que para eso, precisamente, se acercan al museo.

         Estoy hablando de la exhibición organizada, anunciada y cancelada por el municipio de Monterrey, en el Museo Metropolitano, intitulada FOTOUR (pésimo neologismo que pretende jugar con las palabras FOTO y el anglicismo TOUR (gira), lo que hace más confuso su nombre) una colectiva de fotografía con la participación de más de 30 productores locales: de Alfredo Salazar, por ejemplo, a Meme Gracia, o de Aristeo Jiménez a Malú Delgado, en donde aparecen nombres, ahora sí que mensajeros del pasado, como Mercedes Macías, Ingrid Silva o Julieta Leal, con los colados de siempre que no pierden oportunidad para aparecer aunque sea asesinando a su mejor amigo; evidentemente una verdadera ensalada que por serlo resultaba atractiva e interesante, con cierto valor, aunque también ya sabemos lo que sucede cuando se combina por combinar.

         Tengo los años necesarios en el medio como para decir que lo he visto todo, o casi todo, pues nunca me había tocado atestiguar que después de organizada y promocionada una exposición se cancelara su inauguración por “causas meteorológicas” y no se abriera al público al día siguiente. Me parece no sólo una falta de educación para con los productores que aceptaron la invitación, un menosprecio a su trabajo, sino la total ausencia de responsabilidad y atención para el público, que, en serio y más allá de toda retórica, es por lo único que vale la pena todo esto, obras, exposición, inauguración y hasta medallitas colgadas por organizar eventos culturales.

         Dicen las malas voces que circulan por las redes sociales que los organizadores no lograron juntar un mínimo de piezas para inaugurar la muestra. Independientemente de lo que significa esto de resultar cierto, hay algo que está por encima de todo lo demás, la obligación que se tiene con el público de presentarle, en tiempo y forma, aquello que ya le fue anunciado. No importa si se había logrado conjuntar a los más de treinta fotógrafos o si tan sólo se recibió obra de cinco de ellos, lo ético, lo correcto moralmente, era inaugurar.

         El respeto al público, a los productores, el actuar moral, éticamente, son términos, conductas y actitudes, que, por desgracias, cada vez cuentan menos; lo importante en todo caso era la foto de la Sra. Alcaldesa inaugurando una exitosa y multitudinaria muestra, lo demás sale sobrando.
 
Publicado originalmente en Milenio Diario


martes, 3 de septiembre de 2013

Fotografía y guerra

El fotógrafo Paul Hensen, muestra su fotografía del Entierro en Gaza, premio 2013 del World Press Photo.
 
        Hoy, cuando vuelven a sonar los tambores de guerra, vale la pena revisar cuál es el estatuto de las imágenes fotográficas (digitales o analógicas) y la serie de eventos que conocemos como escenas o situaciones de guerra (cualquiera que sea su alcance). Quizás debiéramos iniciar con la confirmación de un hecho que fue puesto en evidencia a partir de la primera guerra del golfo (1990): si la corresponsalía de guerra —y con ella todo el periodismo— debía cambiar para ajustarse a la nueva realidad que fue la transmisión de la guerra en vivo, también quedó claro  que a las imágenes de origen fotográfico poco o ningún lugar les estaba reservado en/para esta clase de eventos.
         Las imágenes de guerra que inmortalizaron Robert Capa, Eugene Smith, Lee Miller o Eddie Adams, que presumimos fueron obtenidas aún a riesgo de su propia vida (cuentan que el mejor consejo que daba Capa era que si las fotos no resultaban ser lo suficientemente buenas se debía a que no estaban lo suficientemente cerca de la acción), han cedido su lugar a la instantaneidad de las imágenes que nos son transmitidas vía Internet. El fotoperiodismo que aún queda, debido a la manipulación digital de la que es objeto cualquier imagen, con o sin el consentimiento de su  autor, ha llevado al gran público no  sólo a dudar de su veracidad, sino  también ha provocado las más  acaloradas discusiones entre  académicos que niegan o defienden  la bendita relación entre fotografía y  verdad, fotografía y realidad,  fotografía y objetividad, pilares,  como se ve de lo que hemos creído,  como si fuera la Biblia, durante  tanto tiempo respecto a la fotografía. Polémicas tan conocidas como las provocadas por las imágenes publicadas hace 10 años por Los Angeles Times (Brian Walski) o las más recientes de El País acerca de la muerte de Hugo Chávez, son como el botón de prueba de la problemática situación en que se halla actualmente el fotoperiodismo y en especial el que cubre el frente de guerra.
         Es verdad que aún quedan algunas de estas imágenes fotográficas que han servido o sirven para denunciar graves actos, ahí están, por ejemplo, las fotografías de la cárcel de Abu Gharib que cándidamente tomada y hacía circular por el Internet la policía militar Lynddie England, o las que hace unos días diera a conocer la oposición Siria acerca de un supuesto ataque con armas químicas sobre la población civil; aun así, la verdad es que son las menos, y, por el contrario, no sólo ha crecido nuestro escepticismo  respecto a estas imágenes, sino que también cada día que pasa nos hacemos un tanto más insensibles a lo que muestran.
         Esta insensibilidad o falta de reacción ante imágenes de cuerpos golpeados, mancillados o destrozados, así como de serios daños materiales, ha provocado que entre los propios foto-editores de diarios y revistas se vaya diseñando una especie de estética del horror, la pobreza y la desgracia, es decir, difunden únicamente un determinado tipo de imagen, aquella que por sus características dramáticas, poco frecuentes, anormales o francamente bizarras esperan llamen la atención y logren más ventas. No hablo de que este sea un proyecto consciente (espero, deseo, que no lo sea) de parte de los editores, sino que más bien es el resultado, la manera en que reaccionan ante la conducta y hábitos de compra de sus lectores, y la competencia omnipresente del Internet. Esta tendencia se ve reforzada, no sólo por el favor del gran público, sino por permios y reconocimientos que obtienen los fotógrafos más “espectaculares” de parte de agencias u organizaciones tan prestigiosas como el World Press Photo (recordemos la fotografía ganadora del primer lugar de este año, el Entierro en Gaza del sueco Paul Hansen).
         Qué las imágenes de guerra han sido desde siempre manipuladas a fin de mover y conmover conciencias es verdad. De Fenton en adelante así se había procedido teniendo en mente el servicio que prestaba la fotografía a los lectores, lo nuevo de nuestra época es que ahora la misma manipulación no es producto de la intención de servicio, sino de un fin comercial; por desgracia, así son las cosas en este mundo contemporáneo.
 
Publicado originalmente por Milenio Diario.