martes, 3 de septiembre de 2013

Fotografía y guerra

El fotógrafo Paul Hensen, muestra su fotografía del Entierro en Gaza, premio 2013 del World Press Photo.
 
        Hoy, cuando vuelven a sonar los tambores de guerra, vale la pena revisar cuál es el estatuto de las imágenes fotográficas (digitales o analógicas) y la serie de eventos que conocemos como escenas o situaciones de guerra (cualquiera que sea su alcance). Quizás debiéramos iniciar con la confirmación de un hecho que fue puesto en evidencia a partir de la primera guerra del golfo (1990): si la corresponsalía de guerra —y con ella todo el periodismo— debía cambiar para ajustarse a la nueva realidad que fue la transmisión de la guerra en vivo, también quedó claro  que a las imágenes de origen fotográfico poco o ningún lugar les estaba reservado en/para esta clase de eventos.
         Las imágenes de guerra que inmortalizaron Robert Capa, Eugene Smith, Lee Miller o Eddie Adams, que presumimos fueron obtenidas aún a riesgo de su propia vida (cuentan que el mejor consejo que daba Capa era que si las fotos no resultaban ser lo suficientemente buenas se debía a que no estaban lo suficientemente cerca de la acción), han cedido su lugar a la instantaneidad de las imágenes que nos son transmitidas vía Internet. El fotoperiodismo que aún queda, debido a la manipulación digital de la que es objeto cualquier imagen, con o sin el consentimiento de su  autor, ha llevado al gran público no  sólo a dudar de su veracidad, sino  también ha provocado las más  acaloradas discusiones entre  académicos que niegan o defienden  la bendita relación entre fotografía y  verdad, fotografía y realidad,  fotografía y objetividad, pilares,  como se ve de lo que hemos creído,  como si fuera la Biblia, durante  tanto tiempo respecto a la fotografía. Polémicas tan conocidas como las provocadas por las imágenes publicadas hace 10 años por Los Angeles Times (Brian Walski) o las más recientes de El País acerca de la muerte de Hugo Chávez, son como el botón de prueba de la problemática situación en que se halla actualmente el fotoperiodismo y en especial el que cubre el frente de guerra.
         Es verdad que aún quedan algunas de estas imágenes fotográficas que han servido o sirven para denunciar graves actos, ahí están, por ejemplo, las fotografías de la cárcel de Abu Gharib que cándidamente tomada y hacía circular por el Internet la policía militar Lynddie England, o las que hace unos días diera a conocer la oposición Siria acerca de un supuesto ataque con armas químicas sobre la población civil; aun así, la verdad es que son las menos, y, por el contrario, no sólo ha crecido nuestro escepticismo  respecto a estas imágenes, sino que también cada día que pasa nos hacemos un tanto más insensibles a lo que muestran.
         Esta insensibilidad o falta de reacción ante imágenes de cuerpos golpeados, mancillados o destrozados, así como de serios daños materiales, ha provocado que entre los propios foto-editores de diarios y revistas se vaya diseñando una especie de estética del horror, la pobreza y la desgracia, es decir, difunden únicamente un determinado tipo de imagen, aquella que por sus características dramáticas, poco frecuentes, anormales o francamente bizarras esperan llamen la atención y logren más ventas. No hablo de que este sea un proyecto consciente (espero, deseo, que no lo sea) de parte de los editores, sino que más bien es el resultado, la manera en que reaccionan ante la conducta y hábitos de compra de sus lectores, y la competencia omnipresente del Internet. Esta tendencia se ve reforzada, no sólo por el favor del gran público, sino por permios y reconocimientos que obtienen los fotógrafos más “espectaculares” de parte de agencias u organizaciones tan prestigiosas como el World Press Photo (recordemos la fotografía ganadora del primer lugar de este año, el Entierro en Gaza del sueco Paul Hansen).
         Qué las imágenes de guerra han sido desde siempre manipuladas a fin de mover y conmover conciencias es verdad. De Fenton en adelante así se había procedido teniendo en mente el servicio que prestaba la fotografía a los lectores, lo nuevo de nuestra época es que ahora la misma manipulación no es producto de la intención de servicio, sino de un fin comercial; por desgracia, así son las cosas en este mundo contemporáneo.
 
Publicado originalmente por Milenio Diario.
 

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