El fotógrafo Paul Hensen, muestra su fotografía del Entierro en Gaza, premio 2013 del World Press Photo.
Hoy, cuando vuelven a sonar los tambores de guerra, vale la
pena revisar cuál es el estatuto de las imágenes fotográficas (digitales o
analógicas) y la serie de eventos que conocemos como escenas o situaciones de
guerra (cualquiera que sea su alcance). Quizás debiéramos iniciar con la
confirmación de un hecho que fue puesto en evidencia a partir de la primera
guerra del golfo (1990): si la corresponsalía de guerra —y con ella todo el
periodismo— debía cambiar para ajustarse a la nueva realidad que fue la
transmisión de la guerra en vivo, también quedó claro que a las imágenes de origen fotográfico poco
o ningún lugar les estaba reservado en/para esta clase de eventos.
Las imágenes
de guerra que inmortalizaron Robert Capa, Eugene Smith, Lee Miller o Eddie
Adams, que presumimos fueron obtenidas aún a riesgo de su propia vida (cuentan
que el mejor consejo que daba Capa era que si las fotos no resultaban ser lo
suficientemente buenas se debía a que no estaban lo suficientemente cerca de la
acción), han cedido su lugar a la instantaneidad de las imágenes que nos son
transmitidas vía Internet. El fotoperiodismo que aún queda, debido a la
manipulación digital de la que es objeto cualquier imagen, con o sin el
consentimiento de su autor, ha llevado
al gran público no sólo a dudar de su
veracidad, sino también ha provocado las
más acaloradas discusiones entre académicos que niegan o defienden la bendita relación entre fotografía y verdad, fotografía y realidad, fotografía y objetividad, pilares, como se ve de lo que hemos creído, como si fuera la Biblia, durante tanto tiempo respecto a la fotografía.
Polémicas tan conocidas como las provocadas por las imágenes publicadas hace 10
años por Los Angeles Times (Brian
Walski) o las más recientes de El País
acerca de la muerte de Hugo Chávez, son como el botón de prueba de la
problemática situación en que se halla actualmente el fotoperiodismo y en
especial el que cubre el frente de guerra.
Es verdad que
aún quedan algunas de estas imágenes fotográficas que han servido o sirven para
denunciar graves actos, ahí están, por ejemplo, las fotografías de la cárcel de
Abu Gharib que cándidamente tomada y hacía circular por el Internet la policía
militar Lynddie England, o las que hace unos días diera a conocer la oposición
Siria acerca de un supuesto ataque con armas químicas sobre la población civil;
aun así, la verdad es que son las menos, y, por el contrario, no sólo ha
crecido nuestro escepticismo respecto a
estas imágenes, sino que también cada día que pasa nos hacemos un tanto más
insensibles a lo que muestran.
Esta
insensibilidad o falta de reacción ante imágenes de cuerpos golpeados,
mancillados o destrozados, así como de serios daños materiales, ha provocado
que entre los propios foto-editores de diarios y revistas se vaya diseñando una
especie de estética del horror, la pobreza y la desgracia, es decir, difunden
únicamente un determinado tipo de imagen, aquella que por sus características
dramáticas, poco frecuentes, anormales o francamente bizarras esperan llamen la
atención y logren más ventas. No hablo de que este sea un proyecto consciente
(espero, deseo, que no lo sea) de parte de los editores, sino que más bien es
el resultado, la manera en que reaccionan ante la conducta y hábitos de compra
de sus lectores, y la competencia omnipresente del Internet. Esta tendencia se
ve reforzada, no sólo por el favor del gran público, sino por permios y
reconocimientos que obtienen los fotógrafos más “espectaculares” de parte de
agencias u organizaciones tan prestigiosas como el World Press Photo
(recordemos la fotografía ganadora del primer lugar de este año, el Entierro en Gaza del sueco Paul Hansen).
Qué las
imágenes de guerra han sido desde siempre manipuladas a fin de mover y conmover
conciencias es verdad. De Fenton en adelante así se había procedido teniendo en
mente el servicio que prestaba la fotografía a los lectores, lo nuevo de
nuestra época es que ahora la misma manipulación no es producto de la intención
de servicio, sino de un fin comercial; por desgracia, así son las cosas en este
mundo contemporáneo.
Publicado originalmente por Milenio Diario.
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
Imagen: www.20minutos.es
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