martes, 27 de agosto de 2013

Son de papel

 
A la memoria de
Ricardo Elizondo Elizondo.
Descanse en paz.

 

         Como todos los años, la semana pasada Arte, A.C. inauguró la muestra Soporte papel, con lo que también hizo entrega del Premio Bernardo Elosúa Farías correspondiente a este año.

En esta ocasión, el jurado convocado decidió otorgar el primer lugar a Igor Gálvez, el segundo a Pau Masiques, el tercero a Octaviano Rangel, y una mención honorífica a Ana Kane.

 Desde mi perspectiva, en un concurso con tan pocos participantes (12 productores con una treintena de obras), resulta exagerado tener tres lugares y además una mención. Muchas veces se procede así por tradición; porque ya están especificados los montos de los premios; porque fue complicada la premiación; porque se pide se den tal cantidad de premios y menciones, etc. Creo que en estos casos —en eventos con estas características—, como quizás en todos los demás, lo mejor sería tener un sólo premio, no sólo porque así se podría dar una bolsa mayor (juntar el total de lo que se reparte en un sólo premio) y por tanto atraer a más participantes, sino porque se destacaría mejor a quien ha merecido el primer lugar, se reconocería, en lo individual, su  mérito, mérito, que por cierto,  no  se puede compartir con los demás.  No es este el caso, pero pensemos  ¿que resultaría si invirtiéramos los  premios, es decir que el segundo  fuera el primero y el primero el   segundo, habría diferencia; nos  percataríamos del cambio? En este  tipo de eventos quien gana es  porque su obra se impone (por las  razones que sea) sobre las demás,  no por ser la más veloz, ni la que ha  saltado más alto o ha metido más  goles, no puede, por tanto y como   se comprenderá, haber un segundo   o tercer lugar.

En lo personal siempre me han gustado las exposiciones o concursos temáticos, es decir aquellos en que se pide a los participantes se ciñan a un(os) medio(s), soporte(s) y/o tema(s), es la oportunidad de ver concentrado el talento y las habilidades de los productores bajo condiciones dadas; provoca, igualmente, una especie de selección natural, pues si no hago o produzco escultura en piedra difícilmente pensaré en participar en un concurso así, y más difícil será que me seleccionen, y ni qué decir que resulte premiado. Al atractivo temático, le sumo el que se dedique el evento a la obra en, sobre y con papel, un material por el que siento un especial aprecio.

La exhibición de Arte, A.C., resulta un pequeño pero equilibrado panorama que va del dibujo y la estampa (las piezas de Gálvez por ejemplo y los grabados de Guadalupe Victorica), al arte objeto (Lucía Farías), y  la escultura (Elisa Pasquel). En términos generales pues, la muestra es atractiva y, afortunadamente, homogénea en cuanto calidad; ninguno de los doce participantes hace desmerecer el salón, lo que quiere decir es posible que haya un número importante de productores que están trabajando con este material; atraerlos al concurso podría ser uno de los objetivos de la institución convocante.

El saca piojos y Marlowe, en la ausencia, algunos florecen, son las dos piezas con que participa Igor Gálvez, la primera de ellas es la que fue premiada. Para los que crean que su dibujo se acerca al de José Luis Cuevas, habrá que ser cuidadoso, pues si bien es cierto que está plenamente identificado e inserto en las tendencias del dibujo mexicano contemporáneo, ello no le resta ni personalidad, fuerza expresiva o poder narrativo, sino que al contrario lo hace más fuerte al fincarlo sobre una tradición tan rica como es la del arte mexicano. Casi lo mismo sucede con los trabajos de Masique, siendo catalán, su obra le debe mucho al surrealismo peninsular, aunque no se puede decir que lo sea.

Las instalaciones de Rangel son un excelente ejemplo de otras opciones que presenta el dibujo contemporáneo; y la mención al tríptico de Kane es un reconocimiento a un atractivo trabajo al que le falta madurar.  Dado lo exhibido en esta muestra  no me parece absurdo pensar en  que cierta calidad de los trabajos en  papel ha vuelto a la ciudad.
 
 
Publicado originalmente por Milenio Diario
 


martes, 20 de agosto de 2013

Imagen en movimiento

Chris Marker. La Jetée. 1963
 
       Como a miles, me gusta ir al cine. Habría que subrayar que el resultado que se aprecia de esta experiencia es el de la operación completa, es decir, el de ir al cine y ver la película. Por eso es que sólo cuando no hay otra alternativa veo películas en casa, o peor aún a través de la pantalla de un ordenador. Estoy muy lejos de ser un experto en cine, ni siquiera un mediano conocedor, tengo pésima memoria para retener nombres de actores, directores o títulos de películas, y no podría presumir de tener un gusto sofisticado o educado al respecto, antes al contrario, veo todo o casi todo género de películas, así como de la nacionalidad que sean, al final no distingo ni una cosa de la otra, ni entiendo por qué me atraen o las rechazo.


         Con tales antecedente se entenderá que estas líneas no pueden ni pretenden referirse al cine tal y como se entiende comúnmente, más bien hablaré de la imagen en movimiento y aunque esta es la esencia del cine y es el futuro, casi inevitable, de toda producción de imágenes, me interesa más en cuanto a las implicaciones culturales, simbólicas, sociales, que supone su producción —la de las imágenes— y que estas simulen (cine) o reproduzcan tal cual el movimiento (T.V., video).

Dzinga Vertov. Man with a Movie Camera. 1929
 
          No hace mucho, comentando con amigos, se hablaba de la difusión que tienen ciertos movimientos artísticos, y en especial de la atención que concentran las manifestaciones más contemporáneas; pero se decía que, curiosamente, pocas veces se habla de cómo el cine ha participado en la conformación de lo que genéricamente llamamos arte contemporáneo, es más ¿cuál es el cine contemporáneo? No hablo de sus manifestaciones comerciales, que también son cine contemporáneo y que incluso pudieran llegar a tener excelentes representantes, sino más bien de aquellas producciones que se inscriben en algo que pudiéramos llamar, también genéricamente y a fin de distinguir géneros, cine de autor (no de director que sería, a su vez, otro género, etc.)
         Así, dejamos fuera trabajos y saberes tan valiosos para la  comprensión y apreciación de nuestra actual iconósfera, como el famoso Man with a Movie Camera (1929) de Vertov, los más desconocidos trabajos de Marcel Duchamp, Anemic cinema de 1926, de Fernad Leger o Alexander Calder, Man Ray, o los generados por maestros y alumnos de la Bauhaus, antecedentes de películas tan destacadas como La Jetée (1963) de Chris Marker, o de entre los más contemporáneos los filmes del sudafricano William Kentridge. Estos y muchos otros trabajos exploran, a través del cine, la naturaleza, valor y funciones de la imagen, aunque muy probablemente debiéramos hablar mejor de la imagen reproducida técnicamente, o simplemente de la imagen técnica, para distinguirla de aquellas otras obtenidas manualmente o bajo regímenes mixtos (la estampación en cualquiera de sus modalidades por ejemplo).
 
Marcel Duchamp. Anemic Cinema. 1926
 
        La reproducción técnica de imágenes (creación, circulación y consumo) convierte a éstas, como nunca antes en la historia, en un fenómeno masivo (característica distintiva de la Modernidad), pero no se trata de la imagen fija que siempre tendrá un número limitado de espectadores, sino de la imagen en movimiento, del cine, donde una sola pieza (la película) puede ser vista simultáneamente por una multitud; como se sabe, hoy día, este mismo tipo de imágenes pueden ser proyectadas, por el Internet, a públicos cuyo tamaño resulta inimaginable. Fenómeno previsto por W. Benjamin al señalar al cine como el arte del futuro, el arte de las masas.
         Pero la imagen, sea pictórica, fotográfica o digital, siempre es la misma, igualmente si es fija o en movimiento, lo que cambia, el elemento que introduce una diferencia esencial y que es  intrínseco al movimiento, es la percepción del tiempo que provocan, mientras que una pintura o una fotografía son eternas, una película es, como cualquiera de nosotros, fugaz,  perecedera. Es pues el contacto con la finitud de estas imágenes, lo que acaba por seducirnos, lo que logra haya una identificación y preferencia sin precedentes.
 
Publicado originalmente por Milenio Diario.
Imágenes: www.criterion.com


 

martes, 13 de agosto de 2013

Tres de todo

 
 

     Uno. Está en circulación un video o clip musical de un tal J.C. intitulado Baby Picasso, quizás por eso me lo mandaron. Lo que me llamó la atención fue que en él aparece insistente y protagónicamente Marina Abramovic. Al terminar la canción o lo que sea, aparecen los créditos de otras personas que también ahí interactúa con el Sr. J.C., lo curioso que es todos son galeros, art-dealers, artistas, escritores, músicos, etc., es decir gente —y no precisamente todos jóvenes— involucrada en la escena artística.

Al día siguiente me entero, por otros medios, de un video más, este bajo el encabezado de “Lady Gaga se desnuda para Abramovic”; en efecto, en este otro aparece la Lady desnuda por bosques y ríos o abrazando un enorme cuarzo en posición fetal. Se trata, sin que se diga, de un video de promoción a un instituto que quiere abrir la Abramvic en el que enseñará, me imagino Performance aunque sus pretensiones son más amplias, casi terapéuticas. Si el primer video me dio tristeza por ver a Abramovic en una situación que no es lo suyo y que además no tiene necesidad de hacerlo, este segundo me pone en alerta sobre una bien planeada red de “artistas haciendo dinero con otros artistas”. Eso no es problema, ni la primera vez que se  hace, lo grave, según yo, es que no se diga,  desde un principio, cuáles son las   intenciones que se persiguen y se  haga creer que Abramavic es   fanática del Rap o que Lady Gaga se   toma tan en serio su carrera que  acude con una “especialista” para  que la ayude en la preparación de  sus presentaciones (por cierto Lady  Gaga sacará en breve un nuevo  disco por lo que cualquier publicidad   le viene como anillo al dedo: hoy por ti, mañana por mí). No se vale porque eso es embaucar a las  personas y porque antes de que  usted termine de leer estas líneas  ya estaremos celebrando la promoción comercial como una nueva forma de hacer arte. Hace mucho, Eduardo  Ramírez proponía que en las bolsas del súper aparecieran leyendas como “Octavio Paz aquí compra sus  verduras” o “Francisco Toledo viene  acá por el pan”, por lo menos era más ingenioso que aparecer bailando Rap o correteando en cueros entre pinos y animalitos del bosque.

         Dos. Si se hizo formalmente no recuerdo haberlo visto; me refiero al aviso del cambio de sede del CONARTE. No ha sido sino hasta el fin de semana pasado que se ha vuelto a tocar el tema junto con la lamentable decisión de recortar aún más los ya de por sí exiguos presupuestos con que se pretende funcione, y funcione bien, la institución responsable de la cultura en el estado. Según se ha dicho, este mismo mes el CONARTE dejará sus oficinas en el llamado Palacio Federal para ocupar un piso en la mal habida torre administrativa. Entiendo que la función de este inmueble —la torre— fue, desde un principio,  ahorrar en rentas, lo cual es correcto, pero ¿el Palacio Federal no fue cedido desde hace tiempo al gobierno del estado?, ¿qué renta paga entonces? Si alguna dependencia puede ocupar un edificio que además sea emblemático de la ciudad sin que pierda sus características, ese es el CONARTE; edificio y dependencia se funden en un sólo símbolo que habla de la preocupación o interés del estado por la cultura,  etc. ¿Ahora cuál podrá ser su destino? No faltará quien ahí vea en lugar de un viejo e inútil edificio, un buen predio para un funcional e imprescindible estacionamiento.

         Tres. Si es triste ver que una institución como el CONARTE tiene que abandonar su espacio (con el que estaba y era identificado) por razones que no son muy claras (más allá de las económicas por supuesto), más triste es asistir a las discusiones acerca del destino final del Planetario Alfa. Entiendo también que un proyecto de esa envergadura y su permanente actualización, resulte demasiado oneroso para una sola empresa, pero, en los 30 o más o menos años que tiene de existencia ¿no se le pudo haber previsto e implementado otra forma de supervivencia?

         Tenemos pues tres casos en que argumentos económicos se imponen sobre cualquier otro. Supongamos que está bien ya que vivimos tiempos difíciles ¿pero en verdad alguien ha pensado en el público, en los usuarios; le interesan a alguien?
 
Publicado originalmente por Milenio Diario

martes, 6 de agosto de 2013

Memoria, narración y fotografía

  
      Las líneas que siguen son un regreso a la exposición de Carlos Ballester en el Centro de las Artes. Dos motivos me llevan hacerlo, uno, explicar con mayor detenimiento lo que veo en su trabajo, y, dos, a partir de ahí, extender la misma argumentación a la fotografía; es decir, me parece que las obras que presenta Ballester en esta exhibición son equiparables a la fotografía en cuanto a cómo pueden ser entendidas, estas piezas y la fotografía en general.

         La semana pasada ligué las obras que se presentan en esta muestra a la narración oral pre-histórica; cada una de ellas encierra una historia diferente que se renueva no sólo con cada nuevo observador o público sino con cada vez que echemos mano de ellos —los trabajos— para recordar y narrar su contenido. En tal sentido las piezas producidas por Ballester serían una especie de recursos mnemotécnicos que auxilian a recordar, a armar, la historia que en ese momento será contada.

 

         Cada una de las “cajas” de Ballester, por ejemplo, encierra un conjunto particular de objetos que al quedar articulados dentro de ellas crean su propio universo. Leer estos universos, saber moverse dentro de ellos, conocer el código de qué va primero y qué después y cuál es la razón de su ubicación dentro de la  caja (arriba, abajo, primer plano, fondo, etc.), son las claves que van haciendo recordar, a quien las emplea para ello, la historia que desea comunicar.

         El procedimiento no es extraño (usar objetos para recordar) y desde la antigüedad se conocen y emplean, una variante de ellos es el llamado Ars Memoriae que ha llegado a nosotros a través de la obra de los oradores latinos Cicerón, Quintiliano y el texto Ad Herennium de autor desconocido (para más información consultar El arte de la memoria de F. A. Yates). Dos elementos son clave en el proceder recomendado por ellos, los llamados loci, o lugares, y las imagines, las imágenes. Así pues, para recordar con precisión el orden de los argumentos o preceptos que tenía que manejar un orador, este iniciaba, como mnemotécnica, por inventar lugares que pudiera reconocer fácilmente e inmediatamente formar las  imágenes de aquellas cosas que quisiera recordar y ubicarlas en tales lugares. Reconocer un lugar y ver las imágenes que lo pueblan es recordar las cosas a las que están ligados ambos, es decir los loci y las imagines.

Así es como funcionan las “cajas” de Ballester, cada una de ellas es un lugar que contiene sus propias imágenes, recorrerlo es ir recordando la historia de la que dependen. Sin embargo, esta –la historia— siempre es nueva, porque siempre es diferente el que recorre los lugares y contempla sus imágenes. Por eso son pre-históricos, porque sus contenidos no están escritos en ningún lado, no son letras, son imágenes, y cada vez que alguien las contempla empieza de nuevo la historia que cuentan.
 

 

         La fotografía, por otra parte, es en sí el loci de los oradores, hablo del objeto que contemplamos y que en sí mismo y por sí mismo es un espacio que contiene imágenes que al observarlas nos traen de la memoria historias que contar, es decir la fotografía como objeto es también un dispositivo mnemotécnico. Pero resulta, como en el caso de las impresiones hechas por Ballester sobre el naufragio y posterior rescate patagónico, que la imagen de la fotografía por sí sola no ofrece más información, o mejor dicho, esas imágenes no poseen una información única, objetiva, reconocible por todos, por el contrario, esas imágenes —y en eso radica las fascinación que ejercen sobre nosotros— son renovadas con cada observador, cada uno de nosotros las empleará para contar su propia historia tal y como lo ha hecho Carlos Ballester en este caso (por eso es que no las presenta únicamente como fotografías rescatadas), lo mismo sucede con cada fotografía que vemos.

         La imagen fotográfica en realidad es muda por lo que hay que asociarla a aquellos eventos que deseamos recordar. Una vez pasado el evento o cambiando de público, son como tablillas de arcilla sobre las cuales se puede volver a inscribir cualquier otra historia.
 
Publicado originalmente por Milenio Diario