martes, 30 de septiembre de 2014

Milenio




        Hace una semana aborde una muestra que había abierto hacía un mes, ahora me voy un poco más atrás, al 21 de agosto cuando fue inaugurada la muestra El Milenio visto por el arte, en el Museo Metropolitano de Monterrey.
        La invitación indica que se trata de una muestra colectiva formada por 34 piezas de igual número de productores, y así es, pero de hecho se trata de la presentación de dos proyectos, este, el de la obras pictóricas, y otro, quizás y hasta más interesante, el de la intervención de cada uno de los seleccionados sobre una portada del diario Milenio, acompañada por la fotografía, el retrato, de los mismos. Desgraciadamente no me puedo detener en este punto, pero vale la pena señalar, uno, que es un acierto el que todas las fotografías vayan firmadas (recordemos qué sucedía con la fotografía de prensa hace 15 o 20 años) y que los autores sean fotógrafos del propio periódico; y, dos, si papel tan importante se le concede a la fotografía (ocupa, este otro proyecto, toda la sala central del segundo piso del museo), ¿por qué no se encuentra entre los 34 productores seleccionados, ningún fotógrafo?

        Sin lugar a dudas el que el Grupo Milenio se haya lanzado a crear su propia colección de arte, es un gesto que debe aplaudirse y un ejemplo que ojalá cundiera entre muchas otras empresas que tienen capacidad para llevar a cabo acciones como esta. Aunque el proyecto es muy nuevo y habrá que ver cuál es su evolución, quizás algo que podría esperarse es que también se fueran formando colecciones regionales, de aquellas ciudades en las que el diario tiene presencia, para que así la acción de fomento se diera en esa doble vía, la nacional y la local, ambas, a no dudarlo, importantes y necesarias.
        Ahora bien, es claro que estamos ante una colección de  solo pintura, y de un particular tipo de pintura, y este es, desde mi punto de vista un problema, pues ¿de qué pintura estamos hablando? No nos detengamos en discutir la vigencia del medio, o si conserva la prerrogativa de seguir ejemplificando la producción de las artes visuales, no digamos del arte en general. Analicemos la idea o ideas sobre las cuales se ha llevado a cabo esta primer etapa de la colección.
        En lo personal no encuentro cuál es ese hilo conductor que me lleva no sólo de una a otra obra, sino a ver la colección como un conjunto que me dice o demuestra algo. No se centra en un naturalismo exacerbado (Víctor Rodríguez, Daniel Lezama o Javier Peláez), o una abstracción de viejo cuño (Manuel Felguérez, José González Veites, Blanca Rivera Rio), ni de otras tendencias figurativas (Sergio Garval, Gustavo Monroy, Miguel Angel Garrido). Si acaso se trata de una muestra, más o menos completa, de lo que se produce hoy día, pero sin distinción de generaciones o tendencias, cuando ambas variables influyen en lo que se hace y mucho.

        No veo mala pintura, pero tampoco nada sobresaliente o especialmente bueno (salvo quizás la pieza de Beatriz Zamora que se aleja tanto de lo pictórico). Parece que toda la colección descansa sobre la coincidencia de los productores acerca del arte y su inclinación a él, pero bien sabemos que, por lo general, pintores, escultores, o fotógrafos, no son exactamente, la fuente más confiable sobre su quehacer, por lo que parece que su reunión más bien se debe a la voluntad de quien los ha seleccionado y agrupado. Tanto haber luchado contra la siniestra autoridad de los curadores, para acabar convirtiéndote en uno.
        Con todo, el cuidado puesto en la museografía, en la información complementaria, en la difusión del proyecto, auguran que esta colección, la colección del Grupo Milenio, podría pasar a formar parte, a mediano plazo, de las importantes colecciones de arte privadas que se están formando en México en este momento.

Publicado originalmente en Milenio Diario.
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martes, 23 de septiembre de 2014

Relativo a la familia


Hay exposiciones que dan la impresión de resistirse a ser comentadas, que van deslizándose por las orillas, saltando de esquina a esquina hasta que logran pasar desapercibidas por más que uno esté esperando el momento adecuado para echarles mano.
        Tal es la sensación que me queda de la muestra Parental, inaugurada en el espacio de la Alianza Francesa, Valle, hace ya más de un mes, en el lejano 21 de agosto. Que si la Bienal FEMSA reclamaba una conclusión, que si la lluvia nos mantenía a distancia, que si otras muestras parecían más importantes e interesantes, por una u otra razón, no había podido visitar la galería, mucho menos comentar lo presentado.
        Tanto interés por hablar de esta muestra, aun antes de conocerla, se debía, en primer lugar, a que se trata de un grupo de fotógrafos locales reunidos en el llamado Colectivo Tr3ce; el tema también tenía que ver con mi interés, o mejor dicho que se presentara una muestra colectiva bajo un mismo tema, me pareció interesante; y, en seguida, que el colectivo había sometido su trabajo al ojo crítico de Juan José Herrera, convirtiéndose así en el curador de la exposición (desconozco si Juan José es o no miembro del colectivo; puedo suponer que lo sea pues sólo hay trabajos de 12 integrantes, por lo que, lo lógico, sería que el miembro número trece fuera él). En síntesis, una exposición de fotógrafos locales curada por un fotógrafo igualmente local, en uno de los mejores espacios que hay en la ciudad para la exhibición de fotografía, ¿cómo no tener la tentación de hincarle el diente a tanta “localidad”?
        Trabajar en grupo, pareja, con los cuates, asociaciones, colectivos o como quiera llamársele tiene sus ventajas pero también sus riesgos, uno de ellos es que todos acaben pareciéndose tanto formalmente como en cuanto al tratamiento de los temas, máxime cuando hay uno sólo de estos. Creo que podemos ver tal efecto o consecuencia en esta exhibición. Otro podría ser la connivencia de los compañeros, es decir, que el grupo te arrope simplemente por ser miembro de él, y no por los resultados que entregues. Ventajas, son muchas las que se pueden obtener, el aprender a compartir y trabajar en grupo, y si el nivel de exigencia va elevándose conforme se consolida el grupo, y la crítica y la autocrítica es sincera y bien intencionada, se vuelve una costumbre, se hace hábito, el someter al escrutinio de otros trabajos de calidad. Este es uno de los beneficios que se obtienen de esa actividad tan rara que se llama “tallerear” (rara no porque sea extraña sino porque casi nunca se realiza con la disciplina, rigor y duración que demanda).


En cualquier caso, ventajas o desventajas, tiene que llegar un momento en el que, como todo en la vida, te tengas que despedir de los pares para seguir por tu propia cuenta. Si la  agrupación es sana y en realidad te ayudó volverás una y otra vez, salirte de ella, no quiere decir romper con los lazos que los unen, exactamente tal y como sucede en una familia.
Ahora bien, quiero suponer que Herrera ha sido lo suficientemente exigente como para reducir la participación en la muestra a una imagen por miembro. En tal sentido qué bueno que así haya sido pues es evidente que se trata, en la mayoría de los casos, de una práctica aun en desarrollo, tanto si consideramos estas fotografías formalmente, como por su contenido (hay que hacer la aclaración que entre los 12 expositores hay uno que presenta un vídeo, Yussel Estrada, trabajado con los temas de las otros once miembros).
He dicho hace un momento que me parece hubo cierta “contaminación” en el tratamiento del tema. Y es que salvo el trabajo de Nora Gómez, que por cierto es un autorretrato y ella el contacto del grupo, todas las demás imágenes nos ofrecen un acercamiento, ni siquiera nostálgico al mundo de la familia, sino más bien triste, en el que priva la soledad, la  enfermedad o el abandono. Flaco favor le hacen a la familia, ninguna de ellas, al parecer, termina su ciclo felizmente, satisfecha y venturosa.
Como podrá deducirse, Parental, no es la gran exposición, los miembros del colectivo que la presenta, no son, ni con mucho, los mejores fotógrafos de la ciudad, pero da gusto saber y constatar que hay quienes desde otras trincheras, sin pretensiones grandilocuentes, y con mayor humildad, se están preparando para lograrlo.

Publicado originalmente por Milenio Diario
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martes, 16 de septiembre de 2014

Días de lluvia


No deja de maravillar la regularidad que posee la naturaleza a pesar de todo lo que hemos hecho por alterarla. Cada año, después del caluroso estío inician las lluvias tan esperadas pero también tan odiadas o temidas cuando llegan. Como sea, además de lo mucho que significa el agua para una ciudad como la nuestra, de los destrozos que llega a causar y de ser el anuncio infalible de que se acerca el fin de año, la lluvia trastorna nuestra vida y obliga a que cambiemos de actividades.
         Hace muchos, muchos años, cuando llovía y debíamos refugiarnos en casa, cuando nos quedábamos sin luz por cualquier llovizna, mi madre debía sumar a su lista interminable de deberes domésticos, la de entretenernos para que no causáramos destrozos o termináramos en pelea campal de unos contra otros. Recuerdo que así fue como conocí la versión materna del teatro de sombras, y a través de él las más asombrosas narraciones de la literatura infantil. Pero este no era su mejor truco para hacernos pasar una tarde lluviosa, lo mejor era cuando de algún closet o ropero sacaba una caja de zapatos o de sombreros, le practicaba en pequeñísimo orificio en una de sus caras más cortas, después, en plena obscuridad del cuarto, nos hacía sentar teniendo al frente la caja y prendía un pequeño cabo de vela que situaba al frente de ella, justo a unos centímetros de donde estaba el orificio antes practicado. Lo que  sucedía a continuación era casi un  acto de  magia y a pesar de todas  las veces que mi madre nos enseñó  lo mismo, nunca dejamos de  terminar encantados, como si  hubiéramos visto algo de otro mundo. Al fondo  de aquella caja  aparecía la imagen invertida del mismo cabo de vela que ardía fuera de ella, bastaba con interponer la mano en cualquier momento para que desapareciera ésta o bien que regresara la luz para hacernos despertar del influjo de la imagen proyectada.
         Muchos años después vine a enterarme al igual que mis hermanos y vecinos que el acto de mi madre no era otra cosa que la demostración de una cámara obscura; lograr que esa imagen que aparecía al interior de la caja, fuera permanente y no volviera a desaparecer fue el gran triunfo de la fotografía.
         De aquellas experiencias infantiles a la actualidad, conservo la relación fotografía-lluvia, o sea, como fue que, sin saberlo, conocí por primera vez lo que sería la fotografía gracias a la lluvia, pero igual me vienen a la mente fotografías en las que la lluvia es su principal protagonista, por ejemplo un par de hermosas imágenes de Manuel Ramos, una en la que se ve completamente inundada la plaza de la Constitución o Zócalo de la Ciudad de México, y la otra, una imagen limpia como si la lluvia hubiera hecho su trabajo, del mismo zócalo pero transparente con la catedral al fondo y los famosos Pegaso que custodiaban sus cuatro esquinas (hoy en la plaza frente al Palacio de las Bellas Artes), ambas de 1920, o el extraordinario e irónico Tláloc de Héctor García, de 1964. Llenas de nostalgia son las muy pictorialistas Lluvias de verano de Alfred Stieglietz cuando apenas despuntaba el siglo XX (son de 1902).
Samuel Ramos, 1920

Alfred Stieglitz, 1902

         Curiosamente, en esta ocasión, no es una fotografía mi imagen favorita de la lluvia, sino las muchas tratadas en la inmensa serie de México bajo la lluvia de Vicente Rojo (1983). Lienzos, estampas, textiles, esculturas y arte objeto, completan la serie, que es un homenaje sin paralelo a la Ciudad de México, pero también a la pintura y demás artes visuales, y, principalmente, a la infinita capacidad renovadora de la creación humana, que en lugar de agotar los temas los potencia al infinito. Una serie, que desde mi punto de vista, es piedra clave del arte mexicano que vendría después y que, también es mi apreciación, no ha sido suficientemente estudiada y valorada.
Vicente Rojo, 1983

         La lista de fotografías en las que aparece la lluvia podría extenderse en número y a lo largo del tiempo, de las tormentas marinas de Le Gray, a las infames imágenes de las anegadas trincheras de la Primera Guerra Mundial, a las de Gerardo Suter y su penúltima región. Ahora que lo pienso bien, me parece que después de la nieve (que es agua congelada), la lluvia es el segundo de los elementos más abordado por las artes visuales, incluso imágenes de un futuro, lejano o no, como Blade Runner, nos muestran nuestras ciudades inteligentes bajo una pertinaz lluvia, no en balde tres cuartas parte de este planeta están cubiertas por agua.
         Empieza a llover de nuevo, habrá que irse adaptando al cambio de temporada y aunque aún quedan días de luminoso y cálido sol, el año ya ha entrado en su última fase.

Publicado originalmente en Milenio Diario.
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Imágenes: http://museografos.com; http;//en.wikipedia.com; www.suremexico.com

martes, 9 de septiembre de 2014

Fascinante

Conforme nos alejamos del siglo XX surgen nuevos estudios e interpretaciones que nos permiten ver, bajo otra luz, hechos, procesos y hasta personajes que anteriormente tenían otras consideraciones. Tal es el caso, me parece, del período entre guerras (1920-1940), que en mucho puede ser el responsable no sólo de definir lo que sería la Modernidad en ese siglo, sino también y como consecuencia, de fincar lo que es el mundo de hoy tal y como lo conocemos.
Si a nivel mundial difícilmente se le podría escamotear importancia a estos 20 años, en México sucede igual. Estos años en los que alrededor del mundo no hay distinción entre vida política, vida pública y vida cultural, en nuestro país toman vida a través del período postrevolucionario que concluirá al cambiar la apuesta a favor de un país industrializado y un gobierno asociado a los empresarios. Culturalmente son los años de ascenso del nacionalismo en todas las manifestaciones artísticas, literatura, artes visuales, música, arquitectura, gracias a una política estatal que al tiempo que se favorece con la obra de los productores los alcanza a beneficiar con múltiples encargos. El modelo es tan exitoso que rápidamente llama la atención a nivel mundial, acercando a muchos para conocerlo en detalle y empaparse de su espíritu.
Toda esta introducción puede servir como telón de fondo a la exposición Fascinación que se presenta en el MARCO. Inaugurada el pasado día 22 de agosto, está formada por unas 70 imágenes fotográficas de Edward Weston (1886-1958) y Tina Modotti (1896-1942), seleccionadas de entre las más de mil que produjeron mientras se encontraron juntos en México, es decir, de 1923 a 1926, agrupadas bajo subtítulos tales como “Retratos”, “Objetos”, “Manos y cuerpo”, etc.
Es innegable la estrecha relación que hubo entre Weston y la Modotti, que incluso había iniciado un par de años antes en los Estados Unidos, como también el que en México hayan trabajando juntos en un forzado estudio fotográfico con el que se ganaban el pan de todos los días, o que se relacionaron íntimamente con los círculos culturales más prestigiosos del momento (quizás mucho más la Modotti), pero de ahí a que haya una mutua influencia o una transformación de su trabajo por encontrarse en México, es difícil de apreciar, por lo menos en esta muestra. No olvidemos que para estas fechas Weston ya había hablando en Nueva York con Alfred Stieglitz acerca de romper con el pictorialismo (lo mismo que hará unos años más adelante Paul Strand quien también viaja por nuestro país), y que en México empezaba a consolidarse una robusta cultura fotográfica representada por los hermanos Casasola, Manuel Ramos, o María Santibáñez, reforzados por la presencia de productores extranjeros como Hugo Brehme, Franz Meyer, o Walter H. Horne, por mencionar unos cuantos
He intitulado Fascinante estas líneas porque así me lo parece la época y lo que sucedía en nuestro país, pero más allá de lo estrictamente personal entre Modotti y Weston, no entiendo porqué llamar Fascinación a la muestra, a no ser que se refiera al efecto que pueden causar las imágenes de estos fotógrafos en nosotros.
La exposición, por otra parte, me confronta con un tema que en otras ocasiones he tocado aquí mismo: ¿la función del museo es simplemente mostrar o debe ir más allá y tratar, no de educar tal vez, pero sí de instruir? Y si esto último fuera parte de la misión de los museos, exhibiciones como esta se prestan como anillo al dedo. Por ejemplo, si nos fijamos bien hay diferentes tipos de impresión de las fotografías, desde las llamadas “vintage”, hasta las “digitales”, así que bien se podría explicar en qué consiste cada una de ellas, cómo afectan al negativo original (si lo hay), y a la imagen final. De esta manera, el visitante podría entender el por qué de las diferentes tonalidades, dimensiones y orígen de las imágenes (por cierto, no deja de llamar la atención la variedad de fuentes a las que se tuvo que acudir en busca de cada uno de estos ejemplares). Otro apunte podría ser el tema con que iniciamos, o sea, el contexto de la época y el país; algunos otros fotógrafos del mundo y México que en ese momento estuvieran en activo, etc.
Desgraciadamente hay ocasiones en que los expuesto por más calidad y prestigio que tenga deja una sensación de vacío, de no haber sido fascinante.

Publicado originalmente en Milenio diario.
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
Imágenes: www.brettwestonarchive.com y www.theguardian.com


martes, 2 de septiembre de 2014

Bienal (II)


Quiso el destino que el mismo día que fuera inaugurada en esta ciudad la XI Bienal Monterrey, FEMSA, 14 de agosto pasado, en la Ciudad de México ocurriera lo mismo pero con la XVI Bienal de Pintura Rufino Tamayo, la única en importancia que se asemeja a la de casa. 57 piezas de 56 productores conformaron la muestra de allá que entregará sus premios en diciembre próximo. 
Imposible detenernos en más detalles, semejanzas y diferencias entre ambos eventos, apuntaremos únicamente que la nota en la exposición del Tamayo, fue la crítica que los propios curadores hicieron primero de la entrega, y de su selección después. En resumen, sus opiniones van por el lado de la falta de calidad en los trabajos que que se recibieron y la ausencia de una cierta contemporaneidad en las piezas expuestas. Más prudentes y juiciosos, quienes han seleccionado y premiado la muestra regia, han preferido callar y esperar a que sea el público quien juzgue los resultados a los que llegaron.
Creo que tanto las críticas del Tamayo, como esa sensación de déjà vu, que me provoca la obra de la muestra de aquí, cuestionan hasta qué punto es pertinente mantener un esquema  de promoción y difusión como este en un contexto global, digitalizado, inmediato, en el que si algo sobra, son precisamente las oportunidades de promoción y difusión de la propia obra o la de cualquier otro. Y este es el menor de los problemas a los que se enfrentan patronos y demás organizaciones convocantes. Dos variables más a considerar. La producción ha cambiado tanto que ahora el problema es tener obra qué exponer, ¿exponer? ¿Quién habla de eso cuando lo que se busca es ganar becas y programas de apoyo a proyectos concretos? una vez logrados, ya habrá tiempo para pensar en esa otra actividad que se vuelve secundaria. Y, dos, ¿la presencia de una pieza en internet la hace abandonar su carácter de inédita; o en qué momento sucede eso ahora?
El esquema de estos concursos funcionó, y muy bien, en la primera mitad del siglo XX y parte de la segunda, con grandes eventos mundiales que tenían sus replicas nacionales y locales, pero hoy día, cuando la realidad de la producción artística es otra y el mercado parece ser el baremo más indicado para valorar las obras, ¿cómo mantener el mismo sistema, y sobretodo, el interés de los productores? Y por productores me refiero desde el amateur que se siente capaz de concursar de tu a tu, hasta el profesional con una trayectoria sólida que se beneficiaba con la participación y premiación de su trabajo en un concurso de estos. Quizás sea el momento de empezar a pensar en nuevas estrategias para alcanzar los mismos objetivos que, estos sí, siempre serán aplaudidos.


Hace un momento me he referido a la realidad actual del arte, la invitación y presencia de los productores colombianos, en esta ocasión, nos da la oportunidad de asomarnos a conocer otra parte de esa realidad que también está más allá de nuestras fronteras. Aclaro de inmediato que no soy, ni remotamente, especialista en arte colombiano y que mi acercamiento a él es tan limitado (hablando de promoción y difusión) como las muestras que han circulado por nuestro país del arte de este país hermano.
Tengo la impresión de que, como reacción a un naturalismo exacerbado, por una parte, y por otra, por la difícil situación en que se han encontrado, buena parte de la producción actual de Colombia se decanta por el trabajo conceptual en una amplia y rica gama de variantes y opciones. El trabajo de los diez productores que en la Bienal FEMSA nos presenta la responsable de la muestra, Sylvia Suárez, es el resultado de una o varias de estas tendencias. Desgraciadamente es tan específico y está tan intrincado con su comunidad que ha dejado de significar para quienes no viven o conocen esa o esas historias. Antes que piezas de “arte” son verdaderos objetos simbólicos, que representan, desarrollan, materializan, aspectos que son de importancia para su lugar de origen, pero que difícilmente tienen un contenido, más allá del antropológico quizás, para espectadores como nosotros.

La Bienal de arte FEMSA continúa, fuera de dudas, siendo uno de los eventos culturales más importantes de la ciudad, es por eso que quisiéramos verla renovada y revestida de mayor fuerza. Ojalá y así sea.

Publicado originalmente por Milenio Diario.
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martes, 26 de agosto de 2014

Bienal (I)

Cuando supe de la inauguración de la XI Bienal Monterrey FEMSA (agosto 14) en las salas del Centro de las Artes en el Parque Fundidora, mi primer impulso fue dedicarle dos columnas, puesto que desde hace dos bienios han tomado el esquema de invitar productores extranjeros, lo que hace que en un espacio tan breve como este sea complicado abordar un tema con tantas y tan ricas aristas. Después de visitar la exposición, me arrepentí y llegué a pensar que una sola entrega era más que suficiente. Recuperado de la primera impresión, regreso a la idea de las dos partes, pues como sea hay mucho qué decir.
         Creo que por primera vez me enfrento a una exhibición que no sé cómo abordar, no alcanzo a comprender, y no veo cómo explicar. Trataré de tocar un par de puntos que me parecen más relevantes sin profundizar en ellos, de hacerlo ni en dos, tres o más partes tendría espacio suficiente para terminar con mis observaciones.
         Es evidente que el Centro de las Artes ha hecho una cuantiosa inversión en su equipamiento museográfico, razón por la cual, es lógico, no quiera modificarlo en demasía. El problema es que su inmovilidad, su configuración permanente, se convierte en un obstáculo que  algunas veces será fácil sortear, otras, como en la Bienal FEMSA, no. Desde mi punto de vista, la exposición, sobretodo en la sala que no es la de la Fototeca-Cineteca, más parece una invitación a la estética del caos que a conocer la selección de piezas que la conforman. Limitantes que, quiero entender, también imposibilitaron que todos los artistas invitados se puedan presentar juntos, lo que, incluso, hubiera contribuido a una mejor comprensión de su propuesta. Así que de preguntarme (lo que nunca sucederá) si creo que el espacio es adecuado para la exhibición de esta muestra, mi respuesta sería que de mantenerse el mismo equipamiento en su actual emplazamiento, no lo es.


         Siempre que se trata de eventos de este tipo, en los que hay uno o varios ganadores, me abstengo de hablar sobre lo premiado porque sé muy bien que tal distinción depende de una amplia variedad de razones y que de formarse otro jurado otro sería el resultado. Lo que sí creo poder decir, es que en este caso, la muestra de piezas seleccionadas me deja una sensación de déjà vu, es decir, no encuentro en lo visto (aunque debo insistir en que por el arreglo museográfico me cuesta trabajo hacerme de una idea global de todas las piezas como conjunto, como el Salón que, supuestamente, deben formar), algo lo suficientemente poderoso, incisivo o retador, como para vislumbrar, por ahí, lo que se está produciendo de nuevo en el país y que sea distinto a lo ya visto años atrás. Incluso el muy gracioso ropero de David Garza no deja de ser nieto de la escultura que hace años Antoni Tàpies propuso como homenaje a Picasso en una plaza pública de Barcelona. 

Y lo mismo se podría decir de la goma enorme de Sebastián Beltrán, la cinta métrica de Alejandro Equihua, el “Gego” de María García Ibáñez, o las esculturas suaves de Héctor Velázquez, y como si el arte mexicano no estuviera saturado de autos VolksWagen, de “bochitos”, aquí le suman uno más, el de Gustavo Villegas. No es que esperara ver novedades o espectaculares innovaciones, pero sí algo diferente, incluso el video que en otras ocasiones es muy rico, ahora se ha limitado a un par de ellos, que de no haber participado nada habría sucedido.
         La fotografía que, siendo en su mayoría de interés y más propositiva que lo que se ve en otros medios, no llega a ser convincente, salvo el trabajo presentado por Juan Rodrigo Llaguno. Con todo, se salvan de la quemazón, Melba Arellano, Pablo López Luz, Oswaldo Ruiz y Alejandro Cartagena. Una nómina, como se ve, mucho más nutrida que la de la pintura, el dibujo o la escultura.

         Quiero pensar que este lánguido resultado sólo en parte es imputable al jurado, más bien, creo yo, se debe al envío recibido. En la exposición se montaron 65 obras de 40 productores, es fácil imaginar cómo estarán las tres mil y pico que no fueron seleccionadas. Estas cantidades y la impresión que me llevó de lo expuesto, es lo que entre otras razones, me llevó a decidir escribir, siempre sí, una segunda parte del mismo evento. Espero contar con su paciencia y comprensión.

Publicado originalmente en Milenio Diario.
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