martes, 16 de septiembre de 2014

Días de lluvia


No deja de maravillar la regularidad que posee la naturaleza a pesar de todo lo que hemos hecho por alterarla. Cada año, después del caluroso estío inician las lluvias tan esperadas pero también tan odiadas o temidas cuando llegan. Como sea, además de lo mucho que significa el agua para una ciudad como la nuestra, de los destrozos que llega a causar y de ser el anuncio infalible de que se acerca el fin de año, la lluvia trastorna nuestra vida y obliga a que cambiemos de actividades.
         Hace muchos, muchos años, cuando llovía y debíamos refugiarnos en casa, cuando nos quedábamos sin luz por cualquier llovizna, mi madre debía sumar a su lista interminable de deberes domésticos, la de entretenernos para que no causáramos destrozos o termináramos en pelea campal de unos contra otros. Recuerdo que así fue como conocí la versión materna del teatro de sombras, y a través de él las más asombrosas narraciones de la literatura infantil. Pero este no era su mejor truco para hacernos pasar una tarde lluviosa, lo mejor era cuando de algún closet o ropero sacaba una caja de zapatos o de sombreros, le practicaba en pequeñísimo orificio en una de sus caras más cortas, después, en plena obscuridad del cuarto, nos hacía sentar teniendo al frente la caja y prendía un pequeño cabo de vela que situaba al frente de ella, justo a unos centímetros de donde estaba el orificio antes practicado. Lo que  sucedía a continuación era casi un  acto de  magia y a pesar de todas  las veces que mi madre nos enseñó  lo mismo, nunca dejamos de  terminar encantados, como si  hubiéramos visto algo de otro mundo. Al fondo  de aquella caja  aparecía la imagen invertida del mismo cabo de vela que ardía fuera de ella, bastaba con interponer la mano en cualquier momento para que desapareciera ésta o bien que regresara la luz para hacernos despertar del influjo de la imagen proyectada.
         Muchos años después vine a enterarme al igual que mis hermanos y vecinos que el acto de mi madre no era otra cosa que la demostración de una cámara obscura; lograr que esa imagen que aparecía al interior de la caja, fuera permanente y no volviera a desaparecer fue el gran triunfo de la fotografía.
         De aquellas experiencias infantiles a la actualidad, conservo la relación fotografía-lluvia, o sea, como fue que, sin saberlo, conocí por primera vez lo que sería la fotografía gracias a la lluvia, pero igual me vienen a la mente fotografías en las que la lluvia es su principal protagonista, por ejemplo un par de hermosas imágenes de Manuel Ramos, una en la que se ve completamente inundada la plaza de la Constitución o Zócalo de la Ciudad de México, y la otra, una imagen limpia como si la lluvia hubiera hecho su trabajo, del mismo zócalo pero transparente con la catedral al fondo y los famosos Pegaso que custodiaban sus cuatro esquinas (hoy en la plaza frente al Palacio de las Bellas Artes), ambas de 1920, o el extraordinario e irónico Tláloc de Héctor García, de 1964. Llenas de nostalgia son las muy pictorialistas Lluvias de verano de Alfred Stieglietz cuando apenas despuntaba el siglo XX (son de 1902).
Samuel Ramos, 1920

Alfred Stieglitz, 1902

         Curiosamente, en esta ocasión, no es una fotografía mi imagen favorita de la lluvia, sino las muchas tratadas en la inmensa serie de México bajo la lluvia de Vicente Rojo (1983). Lienzos, estampas, textiles, esculturas y arte objeto, completan la serie, que es un homenaje sin paralelo a la Ciudad de México, pero también a la pintura y demás artes visuales, y, principalmente, a la infinita capacidad renovadora de la creación humana, que en lugar de agotar los temas los potencia al infinito. Una serie, que desde mi punto de vista, es piedra clave del arte mexicano que vendría después y que, también es mi apreciación, no ha sido suficientemente estudiada y valorada.
Vicente Rojo, 1983

         La lista de fotografías en las que aparece la lluvia podría extenderse en número y a lo largo del tiempo, de las tormentas marinas de Le Gray, a las infames imágenes de las anegadas trincheras de la Primera Guerra Mundial, a las de Gerardo Suter y su penúltima región. Ahora que lo pienso bien, me parece que después de la nieve (que es agua congelada), la lluvia es el segundo de los elementos más abordado por las artes visuales, incluso imágenes de un futuro, lejano o no, como Blade Runner, nos muestran nuestras ciudades inteligentes bajo una pertinaz lluvia, no en balde tres cuartas parte de este planeta están cubiertas por agua.
         Empieza a llover de nuevo, habrá que irse adaptando al cambio de temporada y aunque aún quedan días de luminoso y cálido sol, el año ya ha entrado en su última fase.

Publicado originalmente en Milenio Diario.
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
Imágenes: http://museografos.com; http;//en.wikipedia.com; www.suremexico.com

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