martes, 15 de octubre de 2013

Pintura de mar

 
           Ya que estamos en la semana de la Feria Internacional del libro que año con año se lleva a cabo en esta ciudad, quisiera aprovechar el momento para extender, para completar, algunos de los comentarios que hice, hace exactamente una semana, durante la presentación del libro Una cierta mirada al mar de Javier Guadarrama, publicado por el CONACULTA (evento sin relación con el de Cintermex y que tuvo efecto en el Centro Cultural Plaza Fátima).

         Para quienes no estén familiarizados con el nombre, obra y trayectoria de Javier Guadarrama, apunto rápidamente que se trata de un muy destacado pintor, maestro en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM (antigua Academia de San Carlos), y si hubiera necesidad de clasificar su trabajo, éste, amén de las etapas por las que ha transitado, se ubica, por lo pronto, en un naturalismo extremo que pudiera confundirse con el llamado realismo fotográfico (como yo erróneamente lo he hecho). Así pues, el libro del que hablo, por cierto muy bien editado, es un libro de pintura, de las pinturas que Guadarrama viene realizando desde hace tiempo del mar en muchas de sus infinitas posibilidades.

         Aclaro que los apuntes que siguen se alimentan, primero, de la lectura del libro, después, de lo dicho por el propio Guadarrama y   Ramiro Martínez Plasencia, quienes  también participaron, y muy  acertadamente, en la presentación  del mentado libro.

         Hasta el momento siempre  había pensado en la pintura como el  desarrollo de una serie de  esquemas o convenciones a través  de las cuales se lograba reproducir,  más o menos exitosamente, y con  notables excepciones, lo que vemos tal y como lo vemos. La persistencia  de estos esquemas, es decir de la  pintura, se debe a que de la diversa  información que recibimos por  medio de nuestros sentidos, es la  visual de la que mayormente  dependemos para tomar un buen número de decisiones relacionadas  con nuestra vida cotidiana.  Pintamos tanto por la necesidad o  urgencia por comunicar lo que  vemos, como por la necesidad de  saber cómo ven otros las cosas que todos los demás también vemos.

         Nada más sencillo que aplicar lo anterior a la obra de Guadarrama, pero resulta que una segunda mirada a ella nos descubre una dimensión diferente. Ante estas telas de una inmensidad insospechada, y no hablo de su tamaño, la pintura deja de ser reproducción para convertirse en creación; más bien demuestran que cierto tipo de pintura nunca ha sido reproducción sino siempre creación, creación de nuevos objetos (tela, papel, madera) que portan, que muestran, que llevan, una imagen, una imagen que es el recuerdo de algo visto, de algo que veo, o de algo por ver. Este tipo de pintura no comunica ni transmite nada, es simplemente el recuerdo de una mirada, en este caso, de una cierta mirada de Javier Guadarrama al mar. Nadie salvo él, está autorizado a pensar y menos a creer que lo que ve en estas pinturas es el mar, lo que todos vemos es la forma, el color, la textura, la atmósfera, que alguna vez experimentó al visitar el mar según lo recuerda el pintor.

         En los apuntes que hice el día de la presentación del libro, dije que la pintura de Guadarrama se parecía mucho a otra pintura o más bien a otras pinturas, a todas las demás pinturas, a las presentes, a las del pasado y a las que están por pintarse, y se parece a ellas, mejor aún, todas se parecen entre ellas, porque todas son el resultado de ese acto mediante el cual se crean, y se crean no para demostrar cómo se ven las cosas, sino para recordar esas cosas, esos momentos, esas sensaciones, esos relatos.

         Finalicé mi presentación aquel día, como termino ahora estas líneas, diciendo que si algún futuro puede tener la pintura de cara a la presencia de otros sistemas de reproducción más efectivos, será el mantener vivo, es decir, actuante, este acto de mnemotecnia pictórica. Si la pintura de Guadarrama, independientemente de sus dimensiones físicas, nos llena los ojos de inmensidad, se debe a que al verla, no puede uno menos que recordar esa misma experiencia frente al mar, se nos llenan pues los ojos, no por lo que vemos (sería imposible que así sucediera), sino por lo que nos hacen recordar.
 
Publicado originalmente en Milenio Diario
 

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