No recuerdo si primero se
lo escuché a mi padre y después a Raquel Tibol o fue a la inversa, en todo caso
lo importantes es que ambos reconocía que en ese momento (el lejano siglo XX)
no había mejor crítico de arte en México que Octavio Paz. Inicio estas líneas
con ese recuerdo ya que como se sabe este año se estará festejando el
centenario del nacimiento (1914) de nuestro premio Nobel.
Con seguridad en los siguiente meses habremos de volver
varias veces al tema de Paz y más importante aun, a sus escritos. Por lo pronto,
en este primer texto quiero hacer una presentación general de Paz como crítico
de arte. Lo primero que habría que decir es que del momento en que Paz fallece (1998),
incluso desde que escuché la aseveración de más arriba, a nuestros días, no
sólo los objetos artísticos han cambiado, sino también nuestra concepción del
arte, y ya no digamos la del crítico de arte, figura que a pesar de que se le
quiera resucitar, hoy díe es prácticamente inexistente. Y es que el crítico al
que se refería Tibol o la concepción que el propio Paz tenía de esta actividad,
es una muy distinta a lo que hoy se entiende. El crítico era quien poseía la
información, el conocimiento suficiente sobre el arte, tanto como para
desentrañar su misterio y explicarlo a los demás, más que puente entre la obra
y el público el crítico es el elemento complementario de la fórmula
productor-obra-público, es, diríamos, quien opera o hace funcionar este sistema.
Podemos estar de acuerdo o no con esta manera de entender la
crítica de arte, podemos incluso, citar muchas otras quizás más pertinentes,
pero no olvidemos que Octavio Paz, perteneció, por generación y pasión, a un
selecto grupo de intelectuales del siglo XX que continuaban o, más bien, que hicieron
todo lo posible por mantener vigente el proyecto Moderno, al menos en los que a
la cultura se refiere. Lo que diferencia a Paz del resto de sus compañeros, es
la independencia de su actitud (correcta o no) respecto a posturas definidas
como si fueran eternas o únicas ya fuera en el plano estético, ya en el
ideológico y político.
De entre las características de su pensamiento, destaco,
pues, dos de ellas, una su conocimiento profundo, íntimo del proyecto Moderno
lo que le permitía ejercer sobre él una crítica implacable con el fin de
redimirlo; y, dos, la libertad de pensamiento que siempre ejerció, aunque según
sus enemigos, esta independencia acabó vendiéndola al poder en México a fin de
convertirse en una especie de mandarín de la cultura (no olvidar que en su
concepción original el CONACULTA fue una creación de Paz y sus allegados).
Dejo para otra ocasión el señalamiento de los yerros y
pecados de Octavio Paz, para regresar a la identidad o identificación del
pensador con la Modernidad. Habría que recordar, por ejemplo, sus escritos sobre
Breton y los surrealistas (él mismo surrealista alguna vez), la profundidad con
que comprendió a Duchamp, lo que dijo sobre Miró, Picasso, Dali, y por supuesto
sus reflexiones, críticas y discusiones sobre el arte moderno de nuestro país.
De entre todo ese material destaco el texto que leyera en el coloquio “Las
vanguardias cumplen 100 años” organizado por el Museo Picasso de Barcelona en
1994 y que lleva por título Rupturas y
restauraciones. Si bien no se trata de una teoría en sí sobre las
Vanguardias Históricas, si es una explicación razonada y fundamentada de sus
principales propósitos, logros y fracasos. Si se quiere conocer el corazón de
estos movimientos, su razón de ser, y la manera en que engarzan con la Modernidad,
hay que regresar una y otra vez a este esclarecedor texto.
Hubo un tiempo en que no se podía escribir algo en México
sin citar a Paz, su autoridad, aunque mellada al final de sus días, era
incuestionable. Hoy día a penas y se le conoce, las nuevas generaciones poco
saben de él y menos aún es una lectura recomendada. Esperemos que los festejos
por su centenario logren restaurar tan importante figura, pensamiento como el
suyo siempre es necesario para crecer.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
Imagen: Octavio Paz. Juan Rodrigo Llaguno
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