martes, 15 de marzo de 2011

Ni siquiera semejante



Durante una cena me comentaban las virtudes del nuevo programa emprendido por Google, su Art Project, que consiste en escanear cuanta obra de arte caiga en sus manos. Por lo pronto museos como el Reina Sofía de Madrid, el famoso MOMA de Nueva York, la Tate Gallery de Londres y el Museo Van Gogh en Ámsterdam, más otros 12, ya han firmado convenios para que trabajen con sus colecciones y las pongan a disposición del público a través del Internet (www.googleartproject.com). Lo importante del proyecto, según me decían, es el grado de, ¿cómo decirlo?, Acercamiento-nitidez-precisión-calidad-detalle con el que nunca antes se han visto estas o cualquier otra obra.
Mientras seguía el tema, miraba una pantalla de LCD que transmitía en alta  definición un documental con tomas aéreas de islas italianas. Así, entre pintorescos techos de rojas tejas, plantíos de vid, olivo y trigo, cielos tachonados de blanquísimas nubes y aguas de un azul profundo con dorados reflejos, transcurría mi cena y lo último que faltaba era que sirvieran un plato de imágenes con el cual, sin haber ensuciado cubiertos y copas, tuviera la sensación no sólo  de estar satisfecho, sino de haber gozado con la gastronomía de algún remoto lugar que me presentaban a la vista las imágenes seleccionadas.
He llegado a preguntarme ¿qué pasaría si desapareciera para siempre la tabla en que Leonardo da Vinci pintó el retrato más famoso del mundo, la Mona Lisa? Nada, porque creo que incluso lo conocemos, gracias a todos los recursos tecnológicos que hemos utilizado en su estudio y reproducción, mucho mejor que su propio autor. Tenemos tantas imágenes de esta pintura (desde rayos X hasta estas nuevas digitalizaciones), que prácticamente, nada se perdería. Y lo mismo podría pensar de muchas otras piezas y más ahora con este proyecto de Google.
Sería una tontería no ver en estos avances tecnológicos un signo de nuestros tiempos y lo que esto nos beneficia. No entender las ventajas que proporcionan es absurdo, ¿cuántos miles de persones, quizás millones, no tendrán acceso a estas imágenes, conocerán sitios, sabrán de personas que de ninguna otra manera habrían podido conocer? Condenar pues estos esfuerzos es vano, ridículo e inútil pues esta es una tendencia que seguirá y seguirá creciendo.
Ni condeno, ni niego lo que representa el proyecto de Google, el video en Alta Definición, las imágenes digitales, el nuevo cine en 3D y tantas otras innovaciones que irán apareciendo, lo que apunto es que a pesar de que en todas ellas su acercamiento-nitidez-precisión-calidad-detalle, es impresionante y algo nunca antes visto, estas imágenes no son substituto de la experiencia real con las pinturas, con el silencio de la sala de un museo, con los sucias, ruidosas y peligrosas islas napolitanas. Podemos decir que hemos visto a detalle una pintura de Van Gogh, que hemos recorrido las principales salas del Metropolitan de Nueva York, que hemos visitado Estrómboli, pero jamás podríamos decir que las conocemos, este conocimiento del que hablo, sólo lo da la experiencia física directa, no es posible obtenerlo a través de.
Como en el caso de la violencia, no porque estemos rodeados de ella, quiere decir que sea algo normal en nuestras vidas. Lo mismo sucede en este caso, no porque cada vez nos ofrezcan más y más productos de este tipo, quiere decir que son suficientes para conocer, para gozar, para estremecerse con la experiencia. Esto es lo que perderíamos con la destrucción de la Gioconda, la oportunidad de tener la experiencia de entrar en contacto a través del tiempo y el espacio con otra(s) persona(s) y saber qué pensaban, qué sentían, qué deseaban. Esto es a lo que se refería Ray Bradbury en su cuento La sonrisa, cuando afirma que en un mundo desbastado por las guerras y los desastres, el encontrarse un trozo de madera en donde aparece una boca sonriendo basta para iluminar el futuro de la humanidad.
Publicado originalmente en Milenio Diario.

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