Mary Beth Edelson.
Algunas artistas norteamericanas vivas. La última cena. 1971
Hoy que celebramos uno más de los días internacionales dedicados a la mujer, intentaré cerrar una reflexión que desde años he venido realizado. Me refiero a la pregunta de si existen elementos suficientes y válidos que nos permitan identificar o distinguir en qué casos una obra tiene por autor a una mujer y en cuáles otros un hombre. De manera más amplia, si es posible hablar de un arte de mujeres.
Me parece que en este momento ya no puede estar a discusión la segregación, marginación e incluso represión que por siglos han sufrido las mujeres, ni que esta situación se ve reflejada con toda nitidez en la producción cultural y artística.
Desde tal perspectiva, estaba más que justificado llevar a cabo esta clase de eventos, rescatar nombres y obras de productoras que en su momento no habían podido darse a conocer como sus colegas hombres, revelar autoras escondidas tras la figura del padre, hermano o pareja, crear museos exclusivos para ellas, producir obras en las que se denunciara el trato discriminatorio a mujeres en general y a las productoras en particular, hasta preguntarse por si podría reconocerse la existencia de rasgos formales o temáticos, estilos, materiales, maneras de trabajo, formatos, etc., que sirvieran para atribuirlos, sin lugar a dudas, a una mano, un talento, una habilidad, netamente femenina.
Mucho se avanzó cuando buena parte de los estudios dedicados a la situación social, política y cultural de la mujer, fueron transitando de un asunto meramente sexual a uno de género, con lo cual se superó la discusión basada en lo biológico para pasar al cuestionamiento cultural, y se incluyó, en esta nueva perspectiva, a otros grupos igualmente segregados, ocultados, reprimidos, por sus preferencias sexuales (no por su sexo biológico). Como me lo explicara en alguna ocasión Magalí Lara, lo que sucede es que existen voces femeninas y voces masculinas, una mujer o un hombre pueden haber realizado su obra con una voz que no corresponde al sexo con que nacieron. Luego entonces depende más de aspectos culturales que sexuales el que se produzca con una u otra voz.
En el terreno del reconocimiento, de las oportunidades, de la apreciación, de las igualdades, no cabe duda que aún falta mucho por recorrer, que hay una cantidad ingente de tareas por acometer a fin de resarcir los daños causados pero también para impedir que se vuelvan a repetir. No obstante, en el otro campo, en el de reconocer o identificar la obra propia de las mujeres, creo que es un tema que puede quedar concluido de una buena vez. En todo este tiempo no he podido encontrar ni la clave ni el argumento que me permita sostener esta diferencia. Lo más que me acerqué a ella fue a comprender que los esquemas de producción, por la tradición cultural a la que pertenecemos, son masculinos y a ellos se han de plegar, por igual, hombres que mujeres, no sólo por imposición, sino simple y sencillamente porque no hay otros, no conocemos más y si han estado presentes en algún momento, no los hemos sabido reconocer. Así pues no hay más que una obra de arte, la que hemos reconocido y aceptado como tal, las que mañana incorporaremos a este enorme acervo, las que se han producido y las que se crearán después, independientemente del sexo de sus autores.
Mujeres y hombres, todos hemos aprendido a expresarnos a través de diversos medios, lo que se ha hecho ha enriquecido nuestra experiencia como seres humanos, como miembros de una cultura en particular, no como hombres o como mujeres. Así pues, la próxima vez antes de caer en la tentación de hacer una muestra de sólo mujeres o un congreso en donde se discuta y reflexione sobre su particular situación, mejor procuremos que todos estén representados, que todos tengan acceso y posibilidad de participar, sólo así, me parece, estaremos avanzado en la construcción de una sociedad no de hombres y mujeres, sino de personas en justa convivencia social.
Publicado originalmente en Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpres.com
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