Puede que no sea mucho —¿comparado con qué?— pero en ocasiones llegan a coincidir en la ciudad eventos que si se leen adecuadamente, si se les discute y comenta públicamente, pueden, por un lado, ser una valiosa enseñanza a cerca de la práctica de las artes, y, por otro, ofrecer una imagen de ciudad que ve en la pluralidad de opciones una de sus riquezas. Este es el caso de la Pinacoteca de Nuevo León que el pasado miércoles inauguró la muestra Dos tiempos, el mismo espacio de Agueda Lozano, y simultáneamente presenta la exposición Alfileres en la burbuja. A ellas súmenle las muestras en el MARCO de Ron Mueck y del Dr. Lakra (también recientemente inaugurada), y en la Casa Universitaria del Libro, la presencia de Vicente Rojo, y nos daremos una idea de lo que se puede aprender visitando y comparando estas exhibiciones. No se trata de elogiar o menospreciar una u otra manifestación, sino más bien, de aprender acerca de sus orígenes, motivos y fines al poder verlas juntas.
La exposición de Agueda Lozano está compuesta por una selección de pinturas y esculturas, de una exposición mayor presentada en el museo Nacional de Antropología e Historia. Se trata de 14 pinturas y siete esculturas que se exhiben en la planta baja de Colegio Civil.
Sobre la pintura no habré de abundar y aunque presenta una favorable evolución respecto a lo que habíamos visto en otras ocasiones (por ejemplo Huracán o Revelación del Interior, son elegantes, pulcras y resultado de una factura madura, experta, respetuosa), los principios en que se basa no son tan evidentes como se ven en la escultura, o mejor dicho, creo que empleando la escultura me será más fácil hablar de lo que creo es la idea a la que responde Lozano en su obra.
Las piezas de Agueda Lozano, sean pinturas o esculturas, son producto de un aprendizaje, de una creencia, de un hacer y cómo hacer, que pertenecen a un mismo espíritu, periodo histórico, o canon, que se fue elaborando desde el siglo XII o XIII, incluso posiblemente desde antes, hasta llegar a la primera mitad del siglo XX aproximadamente. Este canon o conjunto de principios, normas y valores, es lo que conocemos como Modernidad y se manifiesta en todas las actividades culturales. En las artes visuales, uno de sus principios es la búsqueda de la belleza —o cualquier otro concepto que la remplace— a través del bien hacer. La belleza la percibimos, la conocemos, la apreciamos a través de la forma artística, es decir, a través de los elementos materiales de los que el productor se vale para dar lugar, “cuerpo”, a su obra.
Estas ideas las podemos encontrar en las esculturas de Lozano, su equilibrio, las perturbaciones que crea en la geometría, la manera en que el material (acero en esta caso) se pliega (es literal) a su voluntad, la severidad del color (para que nada distraiga su contemplación), su autonomía, y aún y cuando todas llevan títulos que sugieren contenidos (Los amantes, Una caja fuerte, Cosecha), en realidad su importancia radica en la forma que la productora ha logrado crear en el espacio. En otras palabras, sus esculturas son un excelente ejemplo de lo que fue y es la escultura moderna.
Ahora quisiera sugerir a quien visite esta muestra se tome quince minutos más y suba al segundo piso y visite la exposición Alfileres en la burbuja; el contraste entre unas y otras obras le permitirá comprender qué es lo que ha cambiado en el campo de la práctica artística, no se trata de simple evolución sino de una profunda, radical y terminante transición a otro modelo, a otras ideas, a otro canon, que define, norma, dicta, qué es lo que debe entenderse por arte.
El mayor provecho que se puede obtener de visitar la Pinacoteca, y el mejor elogio para las exposiciones que ahora presenta, me parece, es hacer esta comparación e intentar sacar conclusiones que nos permitan entender de mejor manera qué es eso que llamamos arte.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver tambien: www.artes2010.wordpress.com
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