Alfred Giles. Arco de la Independencia. Fotografía tomada en torno a 1930.
La imagen procede del libro Monterrey a principios del siglo XX. La arquitectura de Alfred Giles. Museo de Historia Mexicana, Monterrey, N.L., 2003, y es propiedad del Archivo Fotografico del Instituto de Insverstigaciones Estéticas de la UNAM, Col. Luis Márquez Romay.
A lo largo del año que recién termina e incluso en el resumen que presenté hace una semana, he insistido en las festividades con que se celebrará el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución—o en su inexistencia, ineficacia y poca importancia—. Ahora que arrancamos este año en que se cumplen los 200 y 100 años de haberse dado estos acontecimientos, trataré de explicar el porqué de mi insistencia, estamos a tiempo para remediar los errores que se hayan cometido, para poner en marcha un programa conmemorativo a la altura de lo festejado, para dejar constancia, de que al menos aquí, sí nos importó llegar a estos cumpleaños.
Pareciera ocioso regresar a explicitar la importancia que tienen estos acontecimientos, no obstante, el debate, la polémica tanto sobre la naturaleza de los hechos, así como del deseo o la obligación de celebrarlos, nos lleva a tener que empezar por ahí.
Es verdad que visto en perspectiva, desde el presente, ni hemos logrado una independencia que nos garantice total autonomía en nuestras decisiones, ni tuvimos una revolución que cumpliera con sus propósitos igualitarios, por lo que entonces ¿qué es lo que vamos a festejar?, ¿dos fechas cualquiera en el calendario, un montón de nombres sin sentido, unos hechos que cuestionamos y revisamos una y otra vez; secuelas inconexas, heterogéneas, inequitativas?
También es verdad que a los gobiernos del PAN, el anterior y este, les cuesta más que a cualquier otro articular festejos u otra acción que traiga a la memoria y a la consciencia hechos de los que se sienten desvinculados (como tantas veces lo afirmaron), sin relación, origen de todo aquello contra lo cual lucharon desde la oposición y que aún, incluso en algunos casos, siguen combatiendo. Así que ¿cómo esperar eventos que ponderen, que canten, que celebren, que difundan y promuevan las glorias de la Independencia y la Revolución, si los responsables de su organización no creen en ellos?
Todo esto y más se ha dicho sobre lo que sucederá este año; sin negar el valor, seriedad y profundidad con que se ha llevado a cabo el diálogo, me parece a mí que no debemos dejar de lado que detrás de estas fechas, como de cualquier otra, los cumpleaños, la navidad, el fin de año, el 12 de diciembre, más que un hecho, una idea, un mito, un personaje, etc., hay un sentido comunitario que poco a poco se ha formando en torno a ese día calendario. Este sentido comunitario ha servido y sirve para muchos propósitos —no todos positivos es verdad—, mas todos terminan confluyendo en la identidad de la comunidad, una identidad contradictoria, convulsa, informe, pero que sirve de argamasa para la cohesión del grupo, para recordarle quién es, por qué es así y en qué se diferencia de otros tantos grupos. En otras palabras, que le sirve a la comunidad de historia, de relato, de narración, de mito, de pretexto, de justificación, de conocimiento y de entendimiento, de sentido. Este sentido cívico que traen consigo las fiestas calendáricas es, si nos fijamos bien, lo que precisamente se ha venido erosionando los últimos 15 o 20 años; su ausencia o falta de relevancia es la responsable de la corrupción, el valemadrismo de políticos y empresarios, de un proyecto país a largo plazo, de la inseguridad y violencia con que nos hemos acostumbrado a vivir, y un, por desgracia, largo etcétera.
Si el gobierno federal es incapaz de llevar a cabo festejos realmente relevantes, si no encuentra la importancia de estas fechas en su ideario, si carece de imaginación para volverse el portavoz de la Independencia y la Revolución, allá él, la historia lo juzgará y ese será un problema más con el que deberán lidiar, pero nada obliga a los gobiernos estatales a seguir tan nefasto ejemplo; aunque ya tarde, aún se podrían poner en marcha una serie de acciones bajo las cuales, entre todos, con la participación efectiva de todos, recordáramos y festejáramos con orgullo esos eventos que a lo largo de 200 años han servido para hablar de México y los mexicanos, como de nadie más se puede hablar (para bien y para mal). Creo que vale la pena hacer el esfuerzo, si dejamos pasar más tiempo, lo que está por escribirse nos lo reclamará.
Publicado originalmente por Milenio Diario
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