Me parece que nada mejor merecido que el homenaje que se le pueda brindar a un productor y más en vida, que es cuando realmente puede sentir el respeto, el reconocimiento y el cobijo que una comunidad, su comunidad, le brinda a través de este acto. Así es que el pasado 15 de mayo fue inaugurada la muestra intitulada Paisaje en la piel, con la que la Pinacoteca de Nuevo León reconoce y celebra la longeva trayectoria de la maestra Saskia Juárez.
Una exposición
que me atrevo a decir que no debe dejar de verse, tanto por lo que dice Jorge
García Murillo, curador de la muestra, de que se trata de un “Clásico” entre
nuestros productores, como por otras lecciones que se pueden aprender del
conjunto que aquí se presenta. Pero antes de lanzarse a la Pinacoteca o de
rechazar la invitación, vale la pena reparar en las siguientes consideraciones.
La primera de ellas tiene que ver con otra de las muchas acepciones que puede
tener el término “clásico” entendido no sólo por lo modélico, sino también como
algo que no se aparta o difiere de las reglas establecidas y aceptadas, en este
caso las que provienen del “canon” con que operó la pintura que llamamos,
precisamente, clásica.
Una más se
refiere al doble papel de Juárez como productora y maestra. Teniendo una
trayectoria de 32 años como docente de
la Facultad de Artes Visuales de la UANL, sería de esperar que hubiera, en
especial entre productores contemporáneos,
muchos más paisajistas de los que hay; el que no resulte de esta manera, certifica
lo buena maestra que fue, pues enseñó a pintar, no a ser paisajistas, tentación
en la que caen muchos maestros y alumnos también.
Una última
consideración entre otras, sería el citar el ambiente o parte del ambiente en
que creció, ya de regreso a Nuevo León, la pintura de Saskia Juárez. Me refiero
a que el apego de su obra al paisaje del noreste, a las montañas, poblados y
rancherías que aparecen aquí y allá por la geografía del estado, va íntimamente
ligado al despertar de una identidad que nos llevó a hablar de una cultura particular
del noreste, una cultura definida desde lo
agreste del paisaje hasta la austeridad de la vida cotidiana, la inclinación
por el trabajo y el respeto al esfuerzo, una cultura manifiesta en cierto tipo
de arquitectura, y determinadas pinturas o formas de pintar, la de Juárez junto
con la de Rodolfo Ríos (con quien guardó una estrecha amistad) a la cabeza. No
sería exagerado decir que por las pinturas de Saskia Juárez y sus compañeros de
andanzas, aprendimos a valorar y apreciar no sólo el paisaje que nos rodea sino todo lo que se desprende a partir
de ahí.
Sin estas
consideraciones es inútil visitar la
muestra pues puede resultar repetitiva y falta de emoción, sin ánimo de innovar
(este último punto lo explica perfectamente García Murillo). No hace mucho pregunté
a una nobel productora que también pinta paisajes, a qué se debían las formas
que daba a sus montañas, nubes, vegetación, etc., la respuesta fue que así lo hace
por pintarlos diferentes, a “su estilo”. La obra de Juárez no es producto de un
capricho o del deseo por crear un estilo, es el resultado de emplear la pintura
para comunicar una determinada interpretación de aquello que se le presenta a la
vista, de aquello que ha de ser trabajado, re-presentado por la pintura. La
diferencia entre una y otra respuesta, lo que las distancia, es un claro
ejemplo de lo que fue la producción pictórica en su vertiente naturalista y lo
que hoy día se espera de ella.
Hay que
visitar la exposición de Saskia Juárez pero con el afán de entenderla y
apreciarla de acuerdo a sus circunstancia, en su contexto formal e histórico;
esperar de ella valores inéditos, sorpresas formales o innovaciones técnicas,
equivale a tampoco entender que esta —reconocer institucionalmente la trayectoria
de los productores— es también una de las funciones que debe cumplir la
Pinacoteca de Nuevo León, es decir, atender al amplio y variado horizonte en el
que se manifiestan hoy día las artes visuales del estado.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
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