Mi buen amigo José Antonio Molina, en uno de los
textos que acompañan la exposición de Cristina Garza, reproduce puntualmente lo
que es, desde el punto de vista de la proyección geométrica, una “reflexión”,
pero olvidó, no quiso, o no le pareció importante, citar la acepción básica del
término “reflexión” que es la acción y efecto de reflexionar, lo cual, a su
vez, significa considerar nueva o detenidamente algo.
Empiezo por el principio. Me refiero
a la exposición Reflexiones, de la
productora Cristina Garza, inaugurada a fines del mes pasado en la Pinacoteca
de Nuevo León. Me gusta más empezar por la que he dicho es la primera acepción
del verbo reflexionar que por las descripciones de mis colegas, porque creo que
es esta una muestra que ofrece tantas facetas que bien vale la pena no sólo
contemplarla varias veces, sino todas y cada una de ellas, detenidamente.
Puesto que la muestra no sólo contiene escultura, sino pintura y dibujo
también, habrá que hablar de ella, por la brevedad de este espacio, en términos
generales pues en él difícilmente podríamos abordar,
más o menos satisfactoriamente, una sola de sus facetas.
Un aspecto en el que creo todos coincidimos es que esta es un Cristina Garza desconocida, o mejor dicho, de la que poco habíamos visto públicamente con esta diferente manera de entender y producir escultura (los dibujos no me parece compartan esta diferencia y ni qué decir de la pintura, la cual no tenía el gusto de conocer). La diferencia pues, entre las piezas escultóricas de esta exposición y las que le conocía la mayor parte del público, lleva a sus críticos a “reflexionar” sobre si hay o no un cambio de estilo. Por mi parte, para explicarme tales diferencias, más bien trato de entender qué es lo que quiere decir la productora cuando declara: “Mi intención es ir hacia lo esencial de la forma, tomar las formas básicas como punto de partida para construir el lenguaje (sic).”
La cita anterior me parece más
acorde a una evolución que a un cambio, que reúne y explica uno y otro momento de
su producción, pues si algo ha caracterizado su trabajo es, precisamente, ese
“elementarismo” con que entiende la presencia de los objetos en el espacio.
Ahora bien, aplaudo y celebro las intenciones de Garza, tal claridad sería deseable
en todos nuestros productores, de hecho es tan fuerte ese impulso que creo es
el responsable del “look” retro que tiene toda la exposición, en especial la
escultura y la pintura. Me pregunto entonces ¿de qué ha servido más de un siglo
(por lo menos) de producción simbólica, si cada productor debe iniciar de cero
para construir su (el) lenguaje?
No niego el valor de esta
búsqueda, ni su poder motivacional, mucho menos la calidad de los resultados a
que ha conducido a Garza, pero creo, desde la perspectiva de la historia del
arte, que esta intención y estos resultados son parte de un aprendizaje,
ejercicios, copias (en el buen sentido), de lo que ya otros han alcanzado,
para, entonces sí, habiéndote hecho de los rudimentos de tu idioma, lanzarte a
encontrar tu propia voz, tu propia manera de decir las cosas.
En el esencialismo de las formas
de Cristina Garza, echo de menos toda referencia al material y a los procesos
de creación, más tratándose de imágenes, objetos, básicos; las formas no son
las mismas si la madera es dura o blanda, pulida o al natural, tallada a mano
que con máquina, pegada que machihembrada, grande que pequeña, barnizada que
pintada, etc., etc. Creo, también, que tales referencias o tener en cuenta
estas diferencias es parte de un lenguaje más personal y de un camino no tan
recorrido.
En este sentido, el de trabajar
desde cero e ir, como dice Garza, a la esencia de la forma, se repite la
frontalidad del objeto y se regresa a su monolectura, no tengo nada en contra
de eso, pero después de tantos siglos de producción, me gusta pensar en la
escultura, o mejor aún en los objetos tridimensionales, en toda la riqueza del
diálogo que establecen con el espacio en el que se encuentran. No está mal ser purista, pero sí es un riesgo cuando por serlo en lugar de pasar a C, tienes que regresar, no a B, sino A, con lo que el trabajo puede convertirse
en la piedra de Sísifo y un eterno principiar.
Publicado originalmente en Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
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