Anthony Lahaye. Rastros de ciudad. 2011
Si hoy día nuestra iconósfera se haya saturada se debe, según dicen los enterados, a dos acciones que nos obsesionan prácticamente desde que nos convertimos en el homo sapiens-sapiens, por un lado la de producir imágenes y en el otro extremo, su complemento, el consumirlas. Somos, por tanto, seres que necesitamos producir imágenes, pero también fruirlas. Entre estos dos extremos se desenvuelve la historia de la producción de imágenes, de las cuales las llamadas artísticas son tan sólo una parte o un tipo de ellas. Una de las funciones de esta historia consiste en esclarecer cómo es que se llega a definir qué clase de imágenes se han de producir, cuáles son sus características formales, cómo se difunden, cuáles son sus fines, etc. Y, del otro lado, cómo se entienden, cómo se sabe su significado, cómo se construyen estos, cómo se consumen, cuál es la relación que se establece con su espectador, etc.
Un medio para la producción de imágenes es la fotografía. Sus antecedentes nos llevan hasta la cámara obscura que según se cree por lo menos se emplea en estas tareas desde el siglo XIII o XIV. El buscar cómo hacer permanentes las imágenes que se proyectaban a través de estas cámaras, dio lugar al desarrollo de la fotografía. Como sabemos, al exponer un papel saturado en sales de plata a la luz que se proyectaba desde el exterior hasta la cara posterior de la cámara obscura, fue que se logró concretar el resultado tanto tiempo deseado. A esas primeras cámaras les llamamos estenopeicas por funcionar a partir de un pequeño orificio, un agujerito practicado con la punta de una aguja, que es por dónde se filtrará la luz; en inglés un pinhole y su derivado la pinhole camera.
Las imágenes producidas a través de este sencillo medio desde los inicios del siglo XIX hasta nuestros días, son un tipo particular de imágenes fotográficas, no únicamente porque su origen se desvía de los medios tradicionales y contemporáneos con los que producimos imágenes, sino también, como consecuencia, porque lo que nos trasmiten, lo que leemos en ellas, es igualmente diferente.
Todo lo anterior es posible constatar en la muestra Rastros de Ciudad, del fotógrafo Anthony Lahaye, que se presenta en la Alianza Francesa de San Pedro; en ella se presentan, precisamente 19 imágenes estenopeicas contemporáneas, junto con las “cajas” o cámaras obscuras que se emplean en su producción. Por cierto, el decorado de las cámaras que se exponen, y que se debe a Pau Masiques, es una especie de lujo, un exceso que se corresponde bastante bien con el tipo de imágenes que se obtienen de ellas.
En México, fue el chiapaneco Carlos Jurado quien puso en circulación la producción de imágenes estenopeicas a través de su famoso libro El arte de la aprehensión de las imágenes y el unicornio publicado por primera vez en 1974. Me parece que el éxito de estas imágenes se debe a que su producción las convierte a todas en una mirada nostálgica (no importa si es en verdad del pasado o se trata del presente) por dos razones, una porque lo retratado en la superficie que observamos asemeja las imágenes del pasado, y, otra, porque tal y como lo dice Lahaye, cada una de estas imágenes es la suma de muchas, son el registro de un tiempo acumulado tanto así que nos permite descubrir las capas de tiempo que se fueron sumando sobre el papel. Cuando uno mira estas imágenes de pronto se descubre que las está viendo como si se trataran de fotografías antiguas, que estamos viendo aquello como debió haberse visto en un pasado más bien hipotético (cuando se trata de imágenes actuales).
Lo único que tendría que reclamarle al fotógrafo es que limitó los ejemplos expuestos a visiones de la Colonia del Valle, quizás sería interesante probar estos efectos con modelos de otros tiempos como podría ser El Obispado o el palacio de Gobierno, etc., quizás a través de la cámara obscura descubriéramos su verdadera antigüedad.
Publicado originalmente por Milenio Diario.
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
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