La última semana la he dedicado a la irracionalidad, viéndola como un rasgo sobresaliente de nuestra época que se manifiesta en muchos campos y de diversas maneras, incluidas las de los objetos artísticos. El tema nació de lo poco que alcancé a ver en la muestra Fan Fatal y de la cual ya di cuenta la semana anterior. En esta ocasión esperaba extender la explicación de esta característica a través de los ejemplos que me pudiera brindar la exposición, también colectiva, Sobre el nido del cuckoo, inaugurada desde el pasado 13 de julio en la llamada Galería CONARTE. La razón de fijarme ahora en esta exhibición se debe a que, igual que la anterior, se supone está armada con jóvenes productores a través de la visión de un curador igualmente joven.
Cuál no sería mi sorpresa cuando al llegar al sitio lo encuentro, en pleno domingo al medio día, cerrado. La explicación que me ofrecieron es contundente: sólo se abre los martes y jueves y eso si es que llega el personal de la librería, sino ni así. ¿Quién, después de la inauguración, puede visitar una exposición en horario de trabajo; no son los días libres cuando la gente tiene oportunidad de acudir a estos espacios y gozar con sus actividades? ¿Tiene algún sentido inaugurar una exposición sólo para una noche o tarde, en lugar de buscar su promoción el tiempo que dure, por lo menos manteniéndola abierta?
No quisiera insistir en este punto porque es probable que tan sólo se trate de un día de mala suerte y lo que parece no tener razón alguna, ser irracional, en verdad, fue una casualidad, pues estoy seguro de que todos entendemos la importancia que tiene la difusión cultural y más en estos tiempos.
Me olvido pues del Cockoo y trato el tema de la irracionalidad en seco. La primera vez que lo vi tratado con profundidad fue a fines de los años ‘80 del siglo pasado en un ensayo del brasileño José Guilherme Merquior, intitulado El logocidio Occidental. En él plateaba cómo es que en nombre del lenguaje echábamos por tierra al Logos y dábamos pasó al mito. Lo grave, según Merquior, no era dar muerte al Logos, sino a una forma de pensamiento que envuelve no sólo al razonamiento lógico —de acuerdo a tradición filosófica occidental— sino a otras tantas operaciones que lleva consigo esta forma de proceder, la crítica y el juicio, entre otras y que han sido fundamentales, para, precisamente, llegar hasta la misma crítica del Logos.
El abandono pues del Logos abre la puerta a no sólo otras formas de comprensión e interpretación del mundo, la realidad, el universo, el ser humano, o como quiera llamársele, sino que les otorga el mismo grado de validez o certidumbre que alguna vez tuvo el Logos.
La producción artística, entre otros aspectos, jugó un papel determinante en este desplazamiento, pues a la vez que estetizó al conocimiento y la vida cotidiana (los convirtió en un asunto de apreciación), proveyó de las imágenes necesarias para el avance de esas otras formas de pensamiento y que hoy día podrían quedar agrupadas bajo la etiqueta de no-occidentales.
Ahora bien, independientemente de qué lado nos situemos en este diálogo, lo interesante es ver cómo fue a partir de esos años que empezó hacerse evidente el papel central que iban ganando las imágenes en nuestras forman de abordar y entender el mundo, y cómo es que estas imágenes iban alejándose más y más del papel que tradicionalmente se les había adjudicado tanto durante la Modernidad como inmediatamente después, y como, finalmente, al irse diluyendo estos aspectos, se nos fue escapando también nuestra capacidad de juicio.
Creo que los últimos 20 años del siglo XX y los primeros 10 de este pueden ser vistos como los de la irracionalidad —los del logocidio— y si bien es cierto que mucho ganamos y alcanzamos gracias a este paso tan determinante, también lo es que en buena parte la perdida de nuestra capacidad y derecho a juzgar, hoy día nos pasan la cuenta.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
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