Transeúntes (Madrid). s/f
Hasta ahora no había tenido oportunidad de visitar la
exposición de Ruth Rodríguez inaugurada el pasado día 14 en la galería de la Alianza Francesa local Valle. Pasajera en tránsito es el título de la
muestra compuesta por 24 fotografías en blanco negro, que Rodriguez ha venido
tomando en diferentes ciudades del mundo, Madrid, Lisboa, Medellín, Buenos
Aires, Nueva York, La Habana, y por supuesto en la nuestra, en Monterrey.
Después de ver
con detenimiento estos trabajos me surgen dos temas de reflexión en torno a la
fotografía. Una de las preguntas que con mayor frecuencia se hace el público se
refiere a qué es lo que hace que una fotografía (o una película, o una
instalación, un grabado, etc.) sea mejor que otra o simplemente buena.
Trasladada a la exposición de Rodríguez quedaría más o menos así: ¿qué hace que
sus fotografías sean buenas? Más todavía ¿qué hace que unas de sus fotografías
sean mejores que otras? Suponiendo que no todo lo expuesto sea bueno, o mejor
dicho, que hay calidad diversa entre sus imágenes por lo que, entre ellas,
podemos reconocer o juzgar unas como buenas y otras como, digamos, no tan
buenas, ¿a qué se puede atribuir esta diferencia?
Es obvio que
hay muchas respuestas, desde las que nos dicen que no todo lo que haces tiene
siempre la misma calidad final, hasta las que hablarían de las fuerzas del
inconsciente o qué se yo. Prefiero pensar que es cuestión de cómo te sientes
con respecto a lo que estás fotografiando y en dónde lo estás haciendo, y en
ese sentido me parece claro que hay lugares y temas con los que Rodríguez se
siente más cómoda que con otros. Esta simpatía con lo que se hace y en donde se
hace sería la responsable, desde mi punto de vista, de la distribución entre
buenas y malas imágenes. Diferencia que se percibe en pequeños detalles, por
ejemplo un fuera de foco que invade toda la imagen, un exceso en el movimiento
de la cámara o de lo retratado, una escena anodina; mientras que en el otro
extremo encuentras claridad y nitidez en todos los detalles, encuadres precisos
o que van con lo retratado, personajes, espacios, significativos, etc., la
frecuencia o persistencia de estos detalles en un grupo de imágenes es lo que
te lleva a una u otra apreciación.
Aunque existe
una muy nutrida historia del turismo que se remonta en el pasado mucho más allá
de lo que solemos creer, la posibilidad de viajar, por razones recreativas o de
trabajo, es un fenómeno moderno. Hace 100 años era frecuente que una persona
naciera, creciera y muriera sin haber conocido ninguna otra población que no
fuera la propia. Viajar pues, se ha convertido lo mismo en una necesidad que
una forma de recreo. Y parte de este recreo consiste en poder compartir la
experiencia con los demás y qué mejor manera de hacerlo que a través de la
fotografía. Hoy día no hay quien viaje y no se haga acompañar de una cámara
fotográfica y ponga en circulación las imágenes que obtiene.
Si tuviéramos
acceso a los millones de fotografías que circulan nos sorprenderíamos al
reconocer que la mayoría de ellas tienen que ver, precisamente, con los viajes
de recreo y que entre estos se repiten insistentemente los mismos temas
¿cuántas torres Eiffel no habrá?, ¿cuántas escenas de playa con niños o sin
ellos, con atardeceres, tormentas, y peces, etc.?, ¿cuántas callecitas
“típicas”; cuántos pueblitos, cuántos panoramas? Y es que a pesar de lo que
dice Susan Sontag que la fotografía nos permitió convertir al mundo en nuestro
álbum personal, la verdad es que se trata de un álbum muy aburrido y repetitivo.
Este es el
riesgo de la fotografía documental y de la fotografía en general, el de Ruth
Rodríguez con esta muestra ¿qué tienes que hacer para que tu trabajo sea
diferente, para que ya que viajaste tan lejos tus fotografías valgan la pena?
Es aquí donde estas preguntas se tocan con las que planteamos al principio,
¿qué hace que una fotografía sea mejor que otra?
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress. com
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