Héctor García. Manifestantes y tanquetas en el zócalo. 1968
El dos de octubre continúa siendo una fecha incómoda para la historia de nuestro país, no importan los 43 años que median entre aquellos sucesos y nuestros días; como tampoco las Comisiones de la Verdad y demás iniciativas que buscan ofrecer una verdad oficial que sea convincente y justa para todos; o las marchas y reclamos de los supervivientes, de los otrora líderes del Consejo Nacional de Huelga; o las crónicas, películas y fotografías que dan, cada cual según su perspectiva, su versión de lo acontecido aquel aciago día.
Independientemente de lo anterior y de cual sea nuestra postura frente a la historia, lo que resulta incuestionable es que a partir de 1968, México cambió, o si se prefiere, se puede decir que nuestro país era uno antes de esa fecha y otro después de ella. Se trata pues de un parteaguas —como después los terremotos de 1985 o el levantamiento zapatista en 1994— que afectó, por igual, a la sociedad, la política, la educación y la cultura de nuestro país, y en ese sentido la fotografía no fue la excepción.
Hay un número nutrido de fotógrafos que, de una u otra forma, participaron en el registro de los acontecimientos. Autores de las imágenes que se publicaron en su momento, de otras que fueron literalmente secuestradas, de las que se destruyeron voluntariamente o al arbitrio de las autoridades, de las que se han descubierto y de las que aún duermen el sueño de los justos, posiblemente echándose a perder, en archivos de periódicos (como los localizadas en El Universal en el 2005), revistas o de los propios fotógrafos.
Manuel Rojas, Héctor García, Daniel Soto, Enrique Metidines, Antonio Salgado, Pedro Valtierra, Manuel Gutiérrez Paredes, el Mariachito (fotógrafo personal de Díaz Ordaz), o Pedro Meyer, son sólo algunos de otros muchos que haciendo su trabajo, buscando la noticia o dar testimonio de lo acontecido, testimoniaron lo que iba sucediendo con el movimiento estudiantil, y en particular la tarde noche en la plaza de Las Tres Culturas en Tlatelolco.
Su trabajo, como el de muchos otros, definió en buena medida las funciones, las formas y los contenidos de la fotografía en México por lo menos las siguientes dos décadas, pues no sólo puso a la fotografía en el debate de las expresiones simbólicas reclamando un lugar (la primera bienal de fotografía organizada por Bellas Artes es de 1980 aunque desde el ’77 se habían presentado imágenes fotográficas en la bienal de gráfica de donde fueron rechazadas), sino que dio lugar a la creación del llamado Consejo Mexicano de Fotografía y la más importante de las actividades organizadas en ese tiempo los Coloquios Latinoamericanos de fotografía (el primero en 1978 y luego dos más, el última en la Habana, Cuba, en 1984) y posteriormente el Coloquio Nacional de Fotografía también en 1984.
La importancia tanto del trabajo realizado por los fotógrafos citados como de las orientaciones surgidas de estos eventos, radica, ya lo hemos dicho, en que ahí se forjó la idea de hacer una fotografía social, solidaria, de denuncia, un medio de comunicación que debía poner al descubierto los males que aquejaban a nuestras sociedades y expusiera a los verdaderos enemigos del pueblo. Quizás en ese momento este era el clima ideológico en toda América Latina; quizás las luchas contra las dictaduras del cono sur, despertaban las simpatías de muchos dentro y fuera de las fronteras de América del Sur; y quizás la fotografía debió jugar ese papel en ese momento. El problema fue que se convirtió en un cartabón que impidió por mucho tiempo el desarrollo y reconocimiento de otros géneros, de otros usos y otras funciones para la fotografía.
Gracias a las imágenes fotográficas podemos darnos una idea de qué sucedió el dos de octubre de 1968; valorarlas, apreciarlas, darles la importancia que merecen, es también reconocer ese momento como parte de la historia de la fotografía en México.
Independientemente de lo anterior y de cual sea nuestra postura frente a la historia, lo que resulta incuestionable es que a partir de 1968, México cambió, o si se prefiere, se puede decir que nuestro país era uno antes de esa fecha y otro después de ella. Se trata pues de un parteaguas —como después los terremotos de 1985 o el levantamiento zapatista en 1994— que afectó, por igual, a la sociedad, la política, la educación y la cultura de nuestro país, y en ese sentido la fotografía no fue la excepción.
Hay un número nutrido de fotógrafos que, de una u otra forma, participaron en el registro de los acontecimientos. Autores de las imágenes que se publicaron en su momento, de otras que fueron literalmente secuestradas, de las que se destruyeron voluntariamente o al arbitrio de las autoridades, de las que se han descubierto y de las que aún duermen el sueño de los justos, posiblemente echándose a perder, en archivos de periódicos (como los localizadas en El Universal en el 2005), revistas o de los propios fotógrafos.
Manuel Rojas, Héctor García, Daniel Soto, Enrique Metidines, Antonio Salgado, Pedro Valtierra, Manuel Gutiérrez Paredes, el Mariachito (fotógrafo personal de Díaz Ordaz), o Pedro Meyer, son sólo algunos de otros muchos que haciendo su trabajo, buscando la noticia o dar testimonio de lo acontecido, testimoniaron lo que iba sucediendo con el movimiento estudiantil, y en particular la tarde noche en la plaza de Las Tres Culturas en Tlatelolco.
Su trabajo, como el de muchos otros, definió en buena medida las funciones, las formas y los contenidos de la fotografía en México por lo menos las siguientes dos décadas, pues no sólo puso a la fotografía en el debate de las expresiones simbólicas reclamando un lugar (la primera bienal de fotografía organizada por Bellas Artes es de 1980 aunque desde el ’77 se habían presentado imágenes fotográficas en la bienal de gráfica de donde fueron rechazadas), sino que dio lugar a la creación del llamado Consejo Mexicano de Fotografía y la más importante de las actividades organizadas en ese tiempo los Coloquios Latinoamericanos de fotografía (el primero en 1978 y luego dos más, el última en la Habana, Cuba, en 1984) y posteriormente el Coloquio Nacional de Fotografía también en 1984.
La importancia tanto del trabajo realizado por los fotógrafos citados como de las orientaciones surgidas de estos eventos, radica, ya lo hemos dicho, en que ahí se forjó la idea de hacer una fotografía social, solidaria, de denuncia, un medio de comunicación que debía poner al descubierto los males que aquejaban a nuestras sociedades y expusiera a los verdaderos enemigos del pueblo. Quizás en ese momento este era el clima ideológico en toda América Latina; quizás las luchas contra las dictaduras del cono sur, despertaban las simpatías de muchos dentro y fuera de las fronteras de América del Sur; y quizás la fotografía debió jugar ese papel en ese momento. El problema fue que se convirtió en un cartabón que impidió por mucho tiempo el desarrollo y reconocimiento de otros géneros, de otros usos y otras funciones para la fotografía.
Gracias a las imágenes fotográficas podemos darnos una idea de qué sucedió el dos de octubre de 1968; valorarlas, apreciarlas, darles la importancia que merecen, es también reconocer ese momento como parte de la historia de la fotografía en México.
Publicado orginalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress
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