martes, 11 de octubre de 2011

Pinacoteca



Más pronto cae un hablador que un cojo. Hace unas semanas me disculpaba por comentar la exposición de Jorge Elizondo proyecto en el que, como dije, tuve una participación marginal. Explique que no me gusta hablar de trabajos en los que estoy o estuve involucrado, para evitar se me acuse de autopromoción.  No obstante, hoy quisiera extender un par de comentarios que el domingo por la noche externé en la presentación del libro de la colección de la Pinacoteca de Nuevo León, proyecto, este sí, en el que estuve involucrado, junto con Silvia Vega, desde hace mucho y de principio a fin.
            El libro contiene una selección de 122 productores que creímos son una buena representación del quehacer y de quienes se encuentran en la colección de la Pinacoteca. Aunque no es esa la intención, sí se pueden recorrer, por medio de las obras que se presentan, los más de cien años que median entre los pintores y escultores del siglo XIX y los más recientes. Una historia de más de 100 años no me parece despreciable, y que pueda ilustrarse con más de un ejemplar aumenta su importancia. Hay que tomar en cuenta que no fue sino hasta que el desarrollo industrial y económico de la ciudad se  estabilizó de manera más o menos definitiva, que el interés por la producción artística se volcó a la esfera pública, es decir, sólo hasta entonces se pudo empezar a pensar en recuperar piezas que quizás estuvieron olvidadas por décadas en sótanos, almacenes o casas de antigüedades, y que son ejemplo, precisamente, de lo que se pintaba a fines del siglo XIX. Pero además, fue también a partir  de ese momento que el gusto que    se venían cultivando no sólo saltó a la esfera pública sino que se reconoció su valor, reconocimiento que al paso de 50 años se ha transformado en una infraestructura cultural inferior únicamente a la del Distrito Federal, y en la profesionalización universitaria de sus productores. Así que si lo vemos con más atención formación de una colección y productores aceptados, reconocidos y requeridos socialmente, son tareas que apenas rebasan la media centuria, por lo que una selección de 122 productores que representen ese quehacer, me parece un número muy respetable y si al número le sumamos calidad, el panorama se ve y aprecia de otra manera.
            Ahora bien, contar con esta colección —de la que se pueden hacer muchas otras selecciones— y darla a conocer no sólo a través de exposiciones sino de un libro producido ex-profeso, es un gran logro, pero también una responsabilidad. Un logro porque lo que durante tanto tiempo no tuvo un verdadero reconocimiento, ahora demuestra su valor e importancia. Nadie, de ahora en adelante, puede negar que haya una historia que conocer y seguir, ni productores que estén a la altura de cualquier otro en el país o más allá si se quiere. Pero es una responsabilidad porque una colección debe estar en constante transformación, es decir, implica un crecimiento y enriquecimiento permanente y para eso necesita, entre muchas otras cosas, una sede; un espacio en el que se presente de manera permanente y se someta a lecturas, interpretaciones, curadurías diversas con las que se armen programas de exhibiciones temporales. Pero también un espacio que se abra a la investigación, la conservación y preservación de los ejemplares que contenga la misma; no es sencillo conformar una colección, menos aún es mantenerla.
            Por último hay que subrayar que la única persona que creyó en el proyecto y entendió su importancia fue Elvira Lozano, actual directora de la Pinacoteca, y que gracias al apoyo que recibió de Carmen Junco, la presidenta del CONARTE, se logró concretar lo que incluso estuvo muchas veces a punto de diluirse entre los activos del gobierno del estado, sino es que simplemente desaparecer. Gracias pues a este libro y al trabajo de catalogación que ha hecho el personal de la pinacoteca, ahora sí se puede decir papelito habla.

Publicado originalmente por Milenio Diario


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