martes, 12 de junio de 2012

Foto en pareja


Hace un par de semanas la Alianza Francesa, local Valle, inauguró, en coordinación con el CONACULTA, el INBA y el Museo estudio Diego Rivera, una curiosa muestra fotográfica intitulada Diego y Frida. Una sonrisa a mitad del camino. Se trata de más de una treintena de impresiones fotográficas contemporáneas que reproducen, principalmente, imágenes de Frida y Diego en pareja.
     Antes de regresar a la muestra, insistiré en que cada vez me gusta más que este espacio se dedique, casi exclusivamente, a la fotografía. Me gusta, independientemente del juicio que me merezca lo que exhibe, porque pueden seleccionar sin presión o compromiso, porque el espacio no lo tienen destinado a un cierto tipo de productor, porque no tienen prejuicios sobre lo que montan, y porque realizan esta labor sin otro interés que la difusión cultural. Creo que es por esto que les llegan muestras como esta que posiblemente no habría encontrado lugar en otro espacio, con lo que se hubiera perdido la oportunidad de ver este material.
     Creo que son varios los atractivos que tiene la exhibición, por ejemplo la cantidad de fotógrafos que  retrataron a la pareja desde  Guillermo Kahlo hasta Juan  Guzmán o Emmy Lou Packard. Lo  interesante, en todo caso, es como la figura de ambos  termina por imponerse sobre lo  fotográfico. Más que hablar de  los retratos de Weston,  Alvarez Bravo o Nickolas Murray, lo hacemos, en primer  término, de la pareja;  buscamos estas imágenes más  que para ver la fotografía que   les hicieron, para conocerlos  de cerca.
     Igualmente, la exposición nos permite conocer, en la secuencia que sigue, algo que sólo la fotografía puede comunicar. Concretamente llamo su atención sobre un par de imágenes que reflejan el paso del tiempo y con él la transformación que ellos iban teniendo. Una es la fotografía de 1931 de Guillermo Dávila en la que se les ve frente a las escalinatas de una pirámide, según reza la cédula de la exhibición; la otra, que esta casi contigua, es de 1933 de autor no identificado y en ella se ve a Diego dictándole a su esposa que se encuentra frente a una máquina de escribir, según la información de sala, se trata de una de las tantas cartas que mandó con motivo de la destrucción de su pintura en el Rockefeller Center. Obviamente los espacios de las fotografías son distintos, pero no se trata de si se encuentran en Nueva York o San Juan Teotihuacán, sino de ellos mismos, la ropa, la actitud, su relación como pareja, todo es notoriamente diferente. Hay un salto que va de los casi pueblerinos, provincianos, de 1931 a los cosmopolitas del 33. Como diría Cindy la Regia, hay de rebozos a rebozos, y no es lo mismo ni el mismo el de la foto de Dávila que los adornos y demás implementos que lleva Frida dos años después. Mostrar estos cambios, hacerlos evidentes, es facultad de la fotografía.
     Hay también por lo menos cuatro imágenes que no conocía: la última que se le tomó a Frida en público el 2 de julio de 1954; otra en la Diego se inclina a besar el cadáver de Frida mientras era velada en Bellas Artes; una tercera en la que se ve el cuerpo sin vida de Diego en su estudio de San Angel, todas de autor no identificado. Y la cuarta, de Juan Guzmán, en la que se observa a Frida y Diego ante el mural, hoy desaparecido, Pesadilla de guerra, sueño de paz, según yo destinado a la República Popular de China, según la cédula retirado del Palacio de Bellas Artes por sus implicaciones políticas. Como sea, conocer esta, una de las últimas grandes obras de Rivera, aunque sea por medio de la fotografía es una de esas oportunidades que no hay que dejar pasar.
     Habrá quienes piensen que faltó material, que hubiera sido deseable ver las fotografías originales, que algún momento de la pareja no está bien representado, no obstante, para mi, ésta es una muestra que ejemplifica a la perfección como es que el interés temático se impone a los aspectos técnicos y formales.

Publicado originalmente por Milenio Diario

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