Puesto que el ritmo de actividades relacionadas con las artes
visuales se desacelera en esta época, se cuenta con más tiempo y espacio para
reflexionar, repensar, reconsiderar, mucho de lo que se hizo y se dijo, así
como para desear la procuración de un
futuro venturoso.
Esto es pues, lo que intentaré
las últimas tres entregas de este aciago 2012. El hilo conductor serán los
textos que he publicado las dos semanas
anteriores, el dedicado al llamado PFC 12,
y el de la semana pasada, a la Bienal Nacional
de Arte Emergente. Creo que ver ambos temas, desde otra perspectiva, puede
funcionar para continuar con un diálogo que ojalá fuera interesando a más
gente.
Empiezo, de hecho, por esto
último. La columna de hace una semana la intitulé ¿Cómo entender?, no por retórica, sino porque realmente me preocupa
saber qué pasa con el público, con los visitantes a los espacios oficiales y
privados y se encuentran con muestras,
exposiciones (no importa si son de arte griego o ultramoderno), que no les
dicen absolutamente nada, es decir que su experiencia de haber ido al museo o
centro cultural, cuando mucho, se convierte en una aburrida referencia para el
FaceBook o Twitter. Primera llamada de atención: el arte, la exhibición de
objetos que así llamamos, salvo casos extraordinarios, no es para todos, estas
muestras son única y exclusivamente para quienes se han convertido en sus
aficionados. Si esto fue verdad a partir del siglo XIX, mucho más lo es hoy día.
Así, al igual que cualquier otro espectáculo, tenemos un problema de formación
de públicos, de públicos aficionados.
En la génesis, ampliación y
preservación de este problema todos cargamos con una parte de culpa. Hablemos
por ejemplo de los productores. Al margen de cuán decepcionados podamos estar
de la Modernidad o simplemente del presente y el futuro, hace mucho que el
único espacio público que ocupan los productores es el de las páginas de
sociales y revistas del corazón (entiéndase que hablo en términos generales),
cuando hay cuestionamientos de otro orden siempre aparecen en páginas
interiores, en letras más pequeñas, como excentricidades, lujitos que se da el
productor. Y es que los hemos ido marginando, expulsando de la arena social, la
política, la economía son temas demasiado serios como para dejarlos intervenir
en ellos, ¿qué tendrían que decir que no hayan dicho ya los especialistas?
Si nuestros productores se han
convertido en estrellas del corazón, el lujo y la apariencia, ello se debe a
que a eso hemos reducido la producción de objetos simbólicos; como nunca antes
son, se conciben, circulan, se exhiben, como mercancía cuyo precio es sinónimo,
no de calidad, pero sí de distinción. Como en este proceso, el del productor
como figura, el de la obra como mercancía, se genera una industria que a su vez
secreta el aceitito (dinero) que hace que los engranes funcionen nadie se
molesta en cuestionarla o revertirla porque a todos nos conviene.
Más allá de los beneficios que
acabo de mencionar, los económicos, es tan difícil señalar y percibir otros que
no sean a largo plazo, que finalmente dejan de interesar a quienes deberían
preocuparse por la promoción y apoyo a la producción, me refiero, por supuesto,
a la iniciativa privada, pero sobretodo al sector público. La verdad, y lo
vemos año con año, ¿para qué invertir en museos, exposiciones, conciertos,
editoriales, actores, si son un pozo sin fondo que no resuelven los problemas
de este momento que son, por lo demás, los que demanda la ciudadanía?
Me parece que uno de los retos
que habrá que enfrentar en el futuro inmediato es cómo hacer entender a grupos
cada vez más amplios qué es lo que les ofrece, de qué les habla la producción
simbólica en general y la contemporánea en particular, pero para ello, para
interesarlos, primero, creo, hay que trabajar más en todos los demás eslabones
de la cadena, sólo así cobrarán el sentido que supuestamente siempre ha
representado el arte.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2012.wordpress.com
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