martes, 25 de diciembre de 2012

Cuento(s) de Navidad (III de III)

 

     El tercer y último cuento de la temporada está dedicado a la fotografía que se llama o identifica como contemporánea. Así como en los anteriores esbocé algunas ideas sobre la necesidad de formar públicos, y los riesgos que creo enfrenta la producción simbólica actual, en este haré algunas observaciones sobre lo dicho, en el entendido que no hay nada definitivo, verdadero o único, todo depende del rumbo e intención que tome el diálogo.

     Si en general rechazo la denominación “contemporáneo” para señalar a un ambiguo y variopinto conjunto de objetos, conductas, actividades, etc., en la  fotografía menos estoy de acuerdo con su empleo, pues, por ejemplo, si hoy lleváramos a cabo la impresión de un ambrotipo, tendríamos como resultado una fotografía contemporánea, lo cual, cuando menos, crea una confusión que debe ser aclarada.

     Otro inconveniente con esta designación es que desconoce, no sé si intencional o inconscientemente, la sucesión histórica y nos condena a vivir en un permanente presente, en un siempre contemporáneo. Es decir, si los objetos simbólicos que hoy  se producen son  contemporáneos, ¿cómo se  llamarán los de mañana, o cómo  llamaremos a los de ahora?, ¿o  acaso eso no tiene  importancia?

     Independientemente de  cómo sea que llamemos a la  fotografía que se produce en  este momento, porque de eso se  trata, de las imágenes que se  están generando ahora mismo,  me parece que su adscripción a  un estilo, el contemporáneo,  así como su consideración, el  juicio que se hace sobre  ellas, es fruto de una enorme confusión, o si se prefiere, de una reacción desordenada, interesada e improvisada que se fue dando ante las condiciones y circunstancias que ha vivido la producción fotográfica los últimos, digamos, 20 años.

     Estaremos de acuerdo en que uno de los fenómenos más importantes, en cuanto a la fotografía, las dos últimas décadas es la presencia masiva de las imágenes digitales, lo que convirtió a cada uno de nosotros no en un fotógrafo potencial sino en un productor activo, dispuesto, sin más consideración, a participar en la polución de la iconósfera. Esta avalancha sin precedente de imágenes nos llevó, entre otros, por dos caminos  equivocados, uno, a creer que asistíamos a un desplazamiento hacia lo popular, y dos, que a falta de criterios para juzgar, para evaluar esta tendencia, lo mejor era aceptarla y reconocer que se trataba de una visión no tomada en cuenta hasta ahora. La insistencia en lo conceptual, el contenido, que se trate de proyectos, la fusión con otros medios, etc., no son tanto directrices que siguen las nuevas tendencias como diques que se tratan de levantar para contener y mantener a raya los millones de imágenes que circulan en la sociedad actual.

     A lo anterior hay que sumarle la práctica de lo “políticamente correcto” actitud denunciada por Susan Sontag y que implica la renuncia a nuestro derecho a juzgar lo que se nos presenta, con lo cual abrimos la puerta a miles de imágenes basura que, de acuerdo a lo “políticamente correcto”, tienen el mismo derecho de exhibición y apreciación que cualquier otra.

     Es verdad que en esta invasión de la no-fotografía (por llamarla de alguna manera) a la fotografía, hemos aprendido mucho, por ejemplo a mirar con la mirada del otro (ciegos, niños, colectivos, víctimas de la violencia, etc.), el valor del reciclaje, las dudas sobre la autoría, el aprecio a la copia, el papel de la tecnología, etc., pero también hay que reconocer que cada vez cuesta más trabajo encontrar imágenes frescas, innovadoras, que nos muestren oras facetas del mundo, de la vida, de nosotros mismos, imágenes que escapen a los clichés que el mercado insiste en imponer. Como también habrá que aceptar que contemporáneo no es estar pegado a la PC, la Tablet o la Handycam, contemporáneo es algo menos sofisticado, es simple y sencillamente estar en el momento que te ha tocado vivir.
 
Publicado orginalmente por Milenio Diario


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