El tercer y último
cuento de la temporada está dedicado a la fotografía que se llama o identifica
como contemporánea. Así como en los anteriores esbocé algunas ideas sobre la necesidad
de formar públicos, y los riesgos que creo enfrenta la producción simbólica
actual, en este haré algunas observaciones sobre lo dicho, en el entendido que
no hay nada definitivo, verdadero o único, todo depende del rumbo e intención
que tome el diálogo.
Si en general rechazo
la denominación “contemporáneo” para señalar a un ambiguo y variopinto conjunto
de objetos, conductas, actividades, etc., en la fotografía menos estoy de acuerdo con su
empleo, pues, por ejemplo, si hoy lleváramos a cabo la impresión de un
ambrotipo, tendríamos como resultado una fotografía contemporánea, lo cual,
cuando menos, crea una confusión que debe ser aclarada.
Otro inconveniente
con esta designación es que desconoce, no sé si intencional o
inconscientemente, la sucesión histórica y nos condena a vivir en un permanente
presente, en un siempre contemporáneo. Es decir, si los objetos simbólicos que
hoy se producen son contemporáneos, ¿cómo se llamarán los de mañana, o cómo llamaremos a los de ahora?, ¿o acaso eso no tiene importancia?
Independientemente de cómo sea que llamemos a la fotografía que se produce en este momento, porque de eso se trata, de las imágenes que se están generando ahora mismo, me parece que su adscripción a un estilo, el contemporáneo, así como su consideración, el juicio que se hace sobre ellas, es fruto de una enorme confusión, o si
se prefiere, de una reacción desordenada, interesada e improvisada que se fue
dando ante las condiciones y circunstancias que ha vivido la producción fotográfica
los últimos, digamos, 20 años.
Estaremos de
acuerdo en que uno de los fenómenos más importantes, en cuanto a la fotografía,
las dos últimas décadas es la presencia masiva de las imágenes digitales, lo
que convirtió a cada uno de nosotros no en un fotógrafo potencial sino en un
productor activo, dispuesto, sin más consideración, a participar en la polución
de la iconósfera. Esta avalancha sin precedente de imágenes nos llevó, entre
otros, por dos caminos equivocados, uno,
a creer que asistíamos a un desplazamiento hacia lo popular, y dos, que a falta
de criterios para juzgar, para evaluar esta tendencia, lo mejor era aceptarla y
reconocer que se trataba de una visión no tomada en cuenta hasta ahora. La
insistencia en lo conceptual, el contenido, que se trate de proyectos, la
fusión con otros medios, etc., no son tanto directrices que siguen las nuevas
tendencias como diques que se tratan de levantar para contener y mantener a
raya los millones de imágenes que circulan en la sociedad actual.
A lo anterior hay
que sumarle la práctica de lo “políticamente correcto” actitud denunciada por
Susan Sontag y que implica la renuncia a nuestro derecho a juzgar lo que se nos
presenta, con lo cual abrimos la puerta a miles de imágenes basura que, de
acuerdo a lo “políticamente correcto”, tienen el mismo derecho de exhibición y
apreciación que cualquier otra.
Es verdad que en
esta invasión de la no-fotografía (por llamarla de alguna manera) a la
fotografía, hemos aprendido mucho, por ejemplo a mirar con la mirada del otro
(ciegos, niños, colectivos, víctimas de la violencia, etc.), el valor del
reciclaje, las dudas sobre la autoría, el aprecio a la copia, el papel de la
tecnología, etc., pero también hay que reconocer que cada vez cuesta más
trabajo encontrar imágenes frescas, innovadoras, que nos muestren oras facetas
del mundo, de la vida, de nosotros mismos, imágenes que escapen a los clichés
que el mercado insiste en imponer. Como también habrá que aceptar que contemporáneo
no es estar pegado a la PC, la Tablet o la Handycam, contemporáneo es algo
menos sofisticado, es simple y sencillamente estar en el momento que te ha
tocado vivir.
Publicado orginalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
(Imagen: www.lohevisto.com)
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