martes, 9 de marzo de 2010

Límite superior

Este fin de semana tuve la oportunidad de ver la que creo es la más reciente película del director norteamericano Tim Burton (1958- ), Alicia en el país de las maravillas (2010), o mejor dicho su versión del multimentado trabajo de Lewis Carroll (1832-1898). Las inquietudes que me surgen después de verla son idénticas a las que tuve después de ver Avatar (2009) de James Cameron (1954- ); aunque supongo se entiende debo aclarar que ambas películas las vi bajo la modalidad de 3D o “tercera dimensión”. Por tanto, quisiera dedicar este espacio a plantear algunas de estas inquietudes, sobre todo porque, hasta dónde sé, se viene una andanada de películas en esta modalidad (principalmente de Disney), por lo que es lógico pensar que la industria cinematográfica percibe este recurso como su nueva mina de oro.

En efecto, estoy convencido de que esta forma —la “3D”— de presentar las películas está destinada a convertirse en el futuro del cine, es decir, cada vez veremos más y más películas de este tipo hasta hacer olvidar cualquier otro sistema (la participación de la televisión en este formato no hace más que confirmar esta tendencia). En este sentido podríamos decir que la “3D” representa el límite superior al que puede llegar el desarrollo del cine. Si la lámpara mágica, el kinestocopio, el zoótropo, o cualquier otro invento del siglo XIX son su límite inferior, el punto de partida para su evolución, estas películas, y las vendrán, son su límite superior después del cual ya no hay nada.

Antes de continuar con esta idea, creo que conviene aclarar lo de la “tercera dimensión”. En realidad es imposible que haya películas en tres dimensiones toda vez que se continúan proyectando sobre un plano, un plano tan sólido como lo es la pantalla misma, así pues lo que vemos es la ilusión de profundidad creada por una sucesión de planos, desde un primero que es lo que percibimos se “sale” de la pantalla, hasta los que nos quedan más lejos; fuera de estos planos intercambiables y virtuales no hay ninguna otra tridimensionalidad. Lo anterior significa que lo que el cine gana al emplear este recurso es la ilusión de espacio, de un espacio semejante al que nos movemos al salir del cine, al de nuestra vida cotidiana.

Lo más asombroso de todo esto es que si seguimos con cuidado este desarrollo del cine entonces nos daremos cuenta que es semejante, por no decir el mismo, que el seguido por la pintura occidental. Esto es, como se sabe, la pintura en occidente evolucionó, en torno al siglo XII, de la planitud total característica de toda la pintura anterior, a la creación de un sistema de representación capaz de engañar al ojo y hacerlo creer que sobre el plano de la pintura —del lienzo, del muro— se abría un espacio que nos permitía reconocer lo mismo lo que se encontrara en un primer plano que sobre el distante horizonte. En otras palabras, lo que se hizo de la pintura del Renacimiento en adelante con los recursos del momento (la geometría) hoy día lo están haciendo estas películas con los recursos tecnológicos que nuestra época pone a su disposición.

Esta transición de lo plano a la simulación espacial, me indica, de entrada, la fuerza que aún posee el modelo creado hace ocho o nueve siglos, al grado de seguir definiendo la dirección de la evolución de los sistemas de representación visual que hemos inventado. Y, dos, que quizás más que fuerza o adecuación a múltiples situaciones, este modelo no es sólo cultural sino que tiene un asiento biológico tal y como lo han sugerido Gombrich, Arheim o Black. De ser cierto ¿cómo explicarnos las miradas, y sus representaciones, no occidentales?

Finalmente, se ha sugerido que el siguiente paso para la técnica cinematográfica podría ser el cine presentado a través de un sistema holográfico, con lo que sí se lograría la 3D total no sólo simulada. Pero en tal caso ya no estaríamos frente al cine, sino quizás ante una nueva forma de presentar el teatro

Sin duda el futuro traerá más y mejores tecnologías al servicio de la representación visual, sentido del que, nos guste o no, depende cada vez más nuestra forma de ser y de comprender el mundo en que vivimos.
(Publicado originalmente por Milenio Diario).
(En la imagen Helena Boham-Carter, la Reina Roja)

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