Real de Catorce. 2005
No encuentro mejor manera de ir cerrando este año que abordando la exposición Reminiscencias con la que se le rinde un más que merecido homenaje al maestro Javier Sánchez Treviño en la Pinacoteca de Nuevo León. Curioso hecho, pues fue en los corredores del antiguo Colegio Civil, hoy Centro Cultural Universitario y sede de la Pinacoteca, donde se inició el mítico Taller de Artes Plásticas, Alma Mater de Sánchez y muchos otros de su generación.
En tal sentido llama nuestra atención que él como la mayoría de sus compañeros (una excepción sería por ejemplo Jorge Rangel Guerra) y los que les siguieron inmediatamente, se entregaran a la pintura de paisaje con particular ánimo. Si antes mencionamos al Taller de Artes Plásticas como un elemento central en la mitología del arte en Monterrey, no menos míticos son los paseos por nuestros municipios encabezados por Don Manuel de la Garza quien dirigía una tropa compuesta, entre otros, por Sánchez Treviño. Cualquiera que haya sido el motivo por el cual llevaban a cabo estas excursiones artísticas, la verdad es que con ellos el rudo y árido paisaje de Nuevo León adquirió, desde entonces, las dimensiones de lo que debió haber sido la epopeya geológica por la cual se formó. Pero también, es por sus trabajos, y en especial los de Javier Sánchez Treviño, que sabemos del tiempo casi estático en el que viven nuestros, pueblos y rancherías. En estas otras telas, el tiempo es tan lento que los trabajadores se quedan fijos, los animales mudos, los campos expectantes, mientras la luz estalla en calidoscopio y el universo se mueve, se tuerce, se pliega según leyes que nos son desconocidas pero que están al alance de pintores como él.
Hay en esta exposición una sala con cinco telas que me parece son un buen resumen de cuál ha sido y es la pintura de Sánchez Treviño tanto desde el punto de vista temático, como el de su producción formal. Por ejemplo Montaña azul de 1977 y Sierra del potrero en Villaldama, 1997, nos muestran la pintura calma, cromática, de pincelada casi pastosa, en dónde cada cosa guarda su lugar; en cambio En la misma Sierra, 1990 y Sierra de García, N.L., 2009, el paisaje se convulsiona, el color se vuelve más arrebatado, se distorsiona la forma a fin de lograr una mejor simbolización de la sobriedad del paisaje pero al mismo tiempo de su tremendez. En medio de ambos grupos estaría Sierra de la Bufa, Zacatecas, 2009, que es una síntesis de ambas tendencias o manera de entender el paisaje y la forma de representarlo, pero también como muestra de una envidiable y encomiable continuidad que va de 1965 Naranjos en azules, a Después de la tormenta de este mismo año, que sin cambiar de tema y forma, siempre son distintas.
Dentro de esta continuidad, parece que Sánchez Treviño se esfuerza por mantener visibles sus más caras influencias, Cézanne por supuesto, Membrillos y limas, 1972 y Naturaleza muerta (estudio) 2000, pero me parece que más que al francés a quien encontramos tras su obra es al alemán Franz Marc, cito a Mujer en amarillo de 1994, La majada, China, N.L. 1991, y la ya mencionada Después de la tormenta, los blancos caballos que ahí aparecen no pueden ser más que resultado del mismo amor por la naturaleza que el que tuvo el malogrado expresionista; creo, en efecto, que hay que buscar más en el Expresionismo las influencias de Sánchez Treviño y otros, que en las fuentes del post-impresionismo francés que supuestamente introdujo entre nosotros, el otro mito que es Carmen Cortés.
Tenemos la suerte de contar con un Javier Sánchez Treviño activo y en plena producción. Cuando pensemos en pintura habría que tomar en cuenta que así como hay buena pintura que evoluciona con los tiempos, hay otra, igual de buena, que ha preferido sentar sus reales en lo permanente y eterno, y cuya finalidad es, precisamente, recordarnos que antes y después de nosotros aquí seguirá nuestra tierra.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Vert también: www.artes2010.wordpress.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario