La semana pasada se llevó a cabo en la Ciudad de México la
llamada Zona Maco (Feria de Arte Contemporáneo) y a pesar de que la he seguido
desde sus inicios, debo decir que poco de lo que ahí sucede me interesa.
Aclaro, no es que no me importe a lo que dan lugar eventos como este, ahí, está
claro, suceden cosas por demás trascedentes que afectan a todo el campo
artístico por igual; más bien a lo que me refiero es que como evento no acaba
por atraer mi interés, y aquí trataré de explicar por qué.
Como nunca
antes en la historia, el arte contemporáneo ha puesto en evidencia que por lo
menos en los últimos 150 años, el campo artístico al que pertenecen los museos
y las galerías, los productores, los estudiantes, las escuelas de arte y
diseño, los historiadores, las obras, los curadores, los coleccionistas y
muchos otros, se encuentra dividido en dos grande grupos, que por llamarlos de
alguna manera, diré que son el comercial y el académico. Dos grupos que a pesar
de tener una materia en común —el arte contemporáneo— y temas y otros intereses
que los comunican permanentemente o los mantienen en contacto, no son lo mismo,
siendo esta, quizás, una de las diferencias más hondas que mantiene la
producción contemporánea con la de cualquier otra época.
Zona Maco,
como Art Miami, Arco, o Art Basel Hong Kong, logran congregar a lo más selecto
e influyente del mercado del arte. Lo que presenten es lo que prevalecerá entre
quienes comercian con el arte contemporáneo por lo menos hasta el siguiente año,
es lo que pelearán los más importantes y reconocidos coleccionistas. En otras
palabras, estas ferias, bienales o encuentros de arte contemporáneo que se
suceden todo el año a lo largo y ancho del globo, son la maquinaria que hace y
define qué entra en el comercio internacional del arte, pero son también, más
importante aún, las que trasforman las obras en mercancía. Ahí toda aura
cultural de la que pudieran estar dotados los objetos desaparece o mejor dicho
se transforma en valor de cambio que es tras el cual van los inversionistas y
los cientos de visitantes a estos eventos, que acuden, si no a adquirir sí a
ser parte de la iniciación, como ir a atestiguar la trasmutación de la sangre
de San Genaro en Nápoles.
Ahora bien,
todo esto que resulta tan atractivo y que en muchos sentidos es lo que dicta
las líneas que ha de seguir la producción contemporánea, tiene su contraparte
en el que arbitrariamente he llamado el grupo académico. Sería equivocado
pensar que a éste no le importa lo que sucede en el mercado del arte, por
supuesto que sí pero desde una perspectiva diferente. Más que preocuparse, por
ejemplo, por saber quién es el coleccionista más joven del momento, le interesan
las direcciones que toma el flujo de las inversiones. Antes que preocuparse por
la galería que presenta mejores instalaciones, se pregunta cuál es la que más
vende en oriente y qué es lo que vende; ¿las inversiones en arte contemporáneo
van a parar a instituciones formativas, asistenciales; es la inversión en arte
contemporáneo realmente rentable o simplemente es una manera de evadir
impuestos? Estas y muchas otras preguntas son las que se pueden hacer desde la
otra cara de la producción contemporánea.
El problema,
si es que lo hay, es que en la actualidad y debido a la función de los medios,
pareciera que sólo existe una de estas caras, la comercial y que a eso se
reduce la producción, a su presencia en las ferias, a ser la adquisición más
reciente en la colección X, o la última decoración en el
departamento neoyorkino de fulano o fulana de tal; en salir en la portada de
glamorosa revista o ser mencionado en alguna de sus reseñas, o haber sido
invitado(a) a tomar unos tragos con el curador de moda, con eso basta para ser
figura del arte contemporáneo cuando en realidad se trata tan sólo de su cara
luminosa misma que no debemos confundir con el fenómeno total. No perdamos pues
de vista que en el arte contemporáneo no todo lo que brilla es oro.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
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