Antes de continuar parece que se es necesario hacer un par de aclaraciones. En primer lugar no tengo nada en contra de los jóvenes y menos de los que intentan asumirse como productores; la mayoría son serios, bien intencionados, con ganas de trascender, y uno que otro -los menos he de confesar- con ganas de aprender, de estudiar, de prácticar y de ir haciendo conforme van avanzando. Creo que, en medida de lo posible, hay que ayudarlos en estas tareas, apoyarlos en sus propósitos, guiarlos en su andar y correguirlos cuando así parezcan merecerlo. Segunda aclaración. Si no tengo nada en contra de los jóvenes productores, menos aún con Alejandra Laviada, o mejor dicho, con su trabajo el cual me parece interesante, imaginativo, atrevido, joven en pocas palabras. Si una muestra de él usé en la entrega de ayer fue, indebidaente, para situarlo al lado del de Alvarez Bravo y así hacer más evidente mi punto, pues por más bueno que sea aún le falta un rato para estar a la altura del de Dn. Manuel. (La foto de hoy sí es de pura joda).
En resumen, el problema -si es que lo hay- no es que haya jóvenes tratando de convertirse en productores (todos, o mejor dicho casi todos, empezaron igual), ni el trabajo que hacen, el problema, desde la óptica que estoy tratando de elaborar, es que estos trabajos hayan tomado el lugar de lo que llamamos, por lo pronto, Arte; dicho de otra manera, gracias a una serie de sucesos y operaciones de todo tipo, el trabajo producido, creado, por jóvenes en los albores de sus carreras, se ha convertido en el motor, en la pieza central alderredor de la cual gira el mundo del arte contemporáneo. En virtud de tal maravilla alquímica yo me pregunto, ¿pero a quién demonios le interesa el arte joven?
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