Museo Americano de Historia Natural. N.Y. City
Nada más impopular que presentar dudas y críticas a proyectos o personajes que, casi en automático, tienen el favor del público; contradictoriamente este es el caso de los museos, y digo contradictoriamente porque, como hemos visto en encuestas recientes, estos espacios no se encuentran, ni con mucho, entre los que reciben números ingentes de visitantes, no obstante, al momento de presentar cualquier oposición a ellos pareciera que se atenta en contra de lo más sagrado y todos se rasgan las vestiduras en su defensa.
Hago estos comentarios porque el tema de estas líneas es, precisamente, cuestionar las razones, los motivos, la justificación que se han dado para dar paso a la creación de dos nuevos museos en la ciudad: El llamado Papalote Verde, un muse ecológico destinado a los niños; y lo que amenaza con ser el museo nacional de historia natural (como si no hubiera ya uno en la Ciudad de México).
Estoy convencido que el nivel cultural de una ciudad, de sus habitantes, puede ser establecido por el número de instituciones culturales que tenga, por la infraestructura destinada al desarrollo, la educación, la promoción, la exhibición, la difusión, la presentación de actividades artísticas, sean bellas artes, populares o folklóricas. Me parece claro que este es el primer requisito para tener una vida cultural completa y permanente, pero no lo es todo, hay que sumarle los programas educativos, la cantidad y la calidad de los eventos que se presentan y el involucramiento de la sociedad en la función, organización y dirección de estas instituciones, siendo una de sus principales preocupaciones la obtención de los fondos necesarios, no para su correcto mantenimiento y operación ―que debe estar asegurado a largo plazo desde un inicio―, sino para el desarrollo de nuevos proyectos y su continua y permanente renovación.
Es verdad que entre nuestras opciones de esparcimiento o entretenimiento, la de la vista a los museos se encuentra entre las últimas, eso ya lo sabemos, pero bien haríamos en preguntar a qué se debe este alejamiento del público, y casi estaría seguro de que entre las razones que se recibirían, nos toparíamos con la inmovilidad de las colecciones, la pobre calidad de lo expuesto, lo inadecuado de las instalaciones, la falta de programas de vinculación con el público, la poca imaginación de los programas educativos, etc., respuestas todas que tienen que ver con la operación, renovación y promoción del propio museo.
De ninguna manera me opongo a la existencia de más museos en la ciudad, pero sí me pregunto si no sería mejor llevar a cabo otras tantas tareas para consolidar lo que se tiene ahora antes de dar el siguiente paso. Por ejemplo ¿no se debería poner en operación regular y adecuada todos los espacios con que cuenta el Centro de las Artes en el Parque Fundidora antes de verse en competencia con estos nuevos espacios? Y qué decir del apoyo a la compañía de ballet y la escuela superior de música y danza, al verdadero y profesional acondicionamiento del museo de culturas populares y/o de la Casa de la Cultura de Nuevo León, del destinado a los teatros, el apoyo al MARCO, al museo de Mina, de Linares, los de Garza García; incluso por qué no entrarle a apoyar al Planetario, el Museo del Vidrio, el Obispado. Si se trata de encontrar en dónde invertir en obras culturales, hay, y de sobra, actividades y programas que están permanentemente necesitados de apoyo.
Supongamos que ya contamos con estas dos nuevas instituciones, ¿en verdad podrán proyectarse en el tiempo como marcas del desarrollo cultural de la ciudad, o al cabo de unos años estaremos escuchando pedidos desesperados de auxilio? El problema no es la creación de museos (en este momento se me ocurren diez más), el problema es si en verdad estamos preparados para mantenerlos como centros vivos del quehacer artístico, que signifiquen, que representen, la cultura de esta comunidad.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario