sábado, 6 de julio de 2013
Los excesos
El síndrome o trauma de van Gogh se mezcla y complementa con el mito del genio cuya génesis se remonta al siglo XVI con las famosas Vitae de G. Vasari entre otras fuentes, aunque, como en tantas otras historias, sus raíces se hundan en el tiempo. Esta peligrosa combinación nos ha llevado hablar de un arte de niños, un arte de dementes, arte de los intoxicados, etc., lo que es llevar al extremo tan peregrinas ideas. Ni hay arte de niños, ni de locos, ni de ninguna otra clase de extravíos. De los niños genios ya hablamos ayer. Que veamos en el trabajo de esquizofrénicos, drogadictos o alienados emocionales, expresiones de una cultura que favorece los excesos es una cosa, y otra muy distinta que esos mismos trabajos puedan ser considerados arte (en el sentido y valor que generalmente se le da a este término). Así también, otro asunto es que eventualmente un alcohólico, un yonkie, o un enfermo mental lleguen a producir una obra que pueda ser considerada arte y otra muy distinta que se responsabilice el valor de su quehacer a su patología, pues entonces todos quienes estuvieran en esas condiciones deberían ser capaces de convertirse en productores, lo que, evidentemente, no llega a suceder. La producción de objetos valorados como arte, hay que decirlo siempre, empieza con la intención de hacerlo, intención que, por ejemplo, un niño difícilmente puede llegar a albergar, así como cualquier otro que se halle en el extremo; la producción de estos objetos --los llamados arte o artísticos-- no sólo es intencional sino también consciente, condición que, por desgracia, no suele estar presente en quienes padecen de algún exceso.
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