Sin duda uno de los pintores más conocidos de occidente es Vincent van Gogh, y lo es tanto por sus trabajos como por lo que sabemos y se ha difundido acerca de su vida, su pasión por el arte, su sufrimiento y penurias, el desequilibrio emocional en que vivía y su trágica muerte en 1890. Tan hondo ha caldo esta historia que ha provocado, entre otras muchas cosas, lo que se llama el Trauma de van Gogh, esto es, el deseo por reconocer a productores incomprendidos, genios en ciernes, pero que pudieran malograrse, como Vincent, por no atenderlos, por no reconocerlos a tiempo.
Galeristas, promotores, críticos, médicos, directores de museos, editores, historiadores, escritores, curadores, asesores de colecciones, etc., todo nos hemos volcado a buscar, a detectar a estos genios y salvarlos -y salvarnos- antes de que sea demasiado tarde. ¿Qué tanto ha afectado este trauma al desarrollo del arte occidental?, ¿qué tanto la historia del desgraciado holandés es generalizable?, ¿cuántos casos similares puede haber realmente? El texto que mañana publico gira en torno a estas preguntas y cómo es que no debemos confundir temas y circunstancias particulares en ejemplos que pueden tener sus propios méritos sin necesidad de ser puestos bajo la protección de San Vincent.
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