martes, 1 de mayo de 2012

Límites


A fines del mes pasado, el llamado Laboratorio de Experimentación Visual del Museo el Centenario, inauguró la muestra de pintura intitulada La síntesis de un humano de Sofía Eduviges. En particular no me interesa hablar de ella, pero sí usarla a modo de ejemplo de lo que yo creo son los límites a los que la pintura, y más el tipo de pintura que quiere practicar Eduviges, se tiene que enfrentar en este nuevo siglo.   
Hace unos días escribía que ya no hay secretos, en más de una manera todo lo que puede ser visible se encuentra ya a nuestra vista. El espectro que cubre la luz blanca y que es el responsable natural de lo que vemos, hace mucho que cedió su lugar a las imágenes infrarrojas, las ultravioleta, las de rayos X y rayos Gamma, las de ultrasonido, y hasta lo más lejano del cosmos lo hemos visto, así como el mundo subatómico. Ahora, en lugar de estos ejemplos pensemos en las imágenes fotográficas o digitales y sus aplicaciones, desde las redes sociales hasta las de alta seguridad, pasando por la publicidad, la prensa, el álbum familiar, etc. Después pensemos en las imágenes televisivas, con todas sus aplicaciones, luego en las cinematográficas, y por último en las que genera el Internet. Así pues, no es exagerado decir que vivimos en un mundo de imágenes, que nuestra cultura basa su conocimiento en la imagen, y que creemos, más que nunca, que lo que no se ve no existe.
     Así pues, en esta densa iconosfera ¿cuál puede ser el papel de los medios tradicionales de producción y reproducción de imágenes como la pintura? Repetir el esquema, seguir produciendo con las mismas normas y reglas que la convirtieron en el medio ideal para recrear el mundo visible e imaginario, parece que ya no tiene mucho caso, toda vez que hoy día tenemos procesos más sofisticados para dar cuenta de lo mismo. En otras palabras, el inventario de las cosas visibles ya está hecho o si se prefiere está en proceso, y en él, la pintura ya no tiene cabida alguna (Google lo está haciendo).
Cuando digo que no me interesa hablar del trabajo de Eduviges, entre otras cosas,  se debe a la insistencia por tratar de reproducir lo que ya hemos visto hasta el cansancio de una y mil formas. Hay una especie de tentación, entre quienes se inician en la pintura, por tratar de que sus telas, lo que pintan en ellas, tengan la apariencia natural de las cosas, tentación que los hace pasar por encima de por los menos 100 años de historia de la pintura en que se ha tratado de cambiar esta finalidad.
     Desgraciadamente esta seducción por pintar como se ven las cosas, está asociada al prestigio del pintor que se supone entre mejor dotado esté para llevar a cabo esta tarea mejor es, más éxito alcanza. Quizás así sea, pero únicamente en este tipo de pintura. La habilidad manual ya no es ni garantía ni pilar del éxito, no entender este punto, es, otra vez, pasar por encima de 100 años de historia de la pintura.
     Paradójicamente este es el límite de la pintura, la reproducción del mundo que percibimos a través de la vista. Mientras la producción de imágenes y sus copias fue limitada, este tipo de pintura tuvo su sitio asegurado, hoy día ya no le sirve de nada, a no ser para colaborar con la saturación de imágenes.
     Cuando van Gogh pinta su silla o sus zapatos, no se encuentra interesado en ofrecernos la imagen natural de estos objetos, más preocupado está por hacernos ver en esas imágenes algo que está y no está en ellas, un recordatorio, un mensaje, una llamada de atención; esto es lo que hace valiosas esas pinturas no si se parecen o no a los objetos que sirvieron de modelo.
     Estoy seguro que pintura siempre habrá y de este tipo en particular también, pero de los miles que se seguirán pintando sólo una pequeña, muy pequeña parte de ellas lograrán sobrevivir (lo mismo que millones de imágenes más) y lo harán, me parece, sólo aquellas que hayan logrado ir más allá de sus propios límites.

Publicado originalmente por Milenio Diario

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