(Segunda de dos partes)
El pasado 26 de mayo, se inauguró la exposición Antología, pinturas 1976-2010 de Juan Carlos Merla, en el segundo piso de la Pinacoteca de Nuevo León. Aunque pudiera parecer una exageración, Merla junto con otros tres o cuatro productores (Miriam Medrez, Juan Alberto Mancilla, Gerardo Azcúnaga, Rosario Guajardo), es uno de los productores locales más representativos del quehacer de la generación inmediatamente anterior a la actual, una nutrida generación que tendría como límite inferior, por ejemplo, a los hermanos Flores (Pablo y Jaime) en tanto que el superior pudiera estar representado por gente como Baldomero Hernández, Carolina Levy, Juan Caballero. Un grupo que sería necesario estudiar mejor, revisar su obra con más cuidado, seguir puntualmente sus trayectorias, pues a pesar de ser localmente el más visible, my poco sabemos de él (en verdad no sabemos nada ni de ellos ni de ningún otro grupo, lo que significa que en tanto no se les estudie seriamente, todo lo que se diga al respecto es mera especulación).
A la pregunta de qué es lo que han aportado estos productores, que me parece es arriesgada e impide se avance en el estudio de nuestro quehacer artístico, me gustaría oponerle dos más, una que se refiera a qué comunican al público, y otra que tratara de responder qué sentido connotativo y social tiene su presencia, qué representan a nivel simbólico para esta comunidad. No es lo mismo afirmar que en las obras de Merla se ve la influencia de Rothko que preguntar qué hace aquí el pintor norteamericano, y qué hay en su obra como para ser seguido por un pintor local; algo significativo debió haber en ese trabajo que fue reforzado no por un gusto personal sino por una “inquietud”, “tendencia”, “aspiración” social de la que Merla participaba.
Pero hay más, lo cierto es que si reconocemos a Rothko en su obra es porque se encuentra en nuestro horizonte artístico. Quiero decir, socialmente podemos reconocer a este o cualquier otro pintor en la obra de los locales porque son ellos quienes los han puesto en circulación entre nosotros y no al revés, no están en su obra porque los hayan recogido de la comunidad, porque antes de ellos no habían llegado. A la pregunta de qué han aportado, habría pues que complementarla preguntando a quién y para qué, además, es por esto que me parece importante extender el cuestionamiento a qué es lo que comunican al público.
Más extremo aún. Supongamos que el trabajo de Rothko, como el de muchos otros, terminó convirtiéndose en una fórmula y que como tal lo que habría hecho Juan Carlos Merla y otros tantos, sería haberla aplicado para con ello obtener, casi instantáneamente, una pintura Moderna. De acuerdo, pero ¿qué pintura no es una formula; no es gracias a ello que hay una unidad en el arte occidental? Pero no es esto lo que interesa por el momento; la aplicación de la fórmula nunca es idéntica ni al original ni a quien la aplica (por eso es pintura y no química), ni a uno y otros casos; son las diferencias entre las aplicaciones y la fórmula primera las que van haciendo que se diferencien los “originales” de sus “copias”, por lo que si queremos aportaciones, éstas hay que buscarlas en este sentido, es decir, qué tanto, cada obra, enriquece —o desfavorece— la fórmula de la que parte.
Con lo anterior no es mi intención convencer a nadie, simplemente me interesa hacer ver que depende de cómo se aprecie la obra de los productores locales para saber si vale la pena o no promocionarlos y/o que se les faciliten espacios; del lado que hagamos las preguntas dependerá, por supuesto las respuestas, pero también la definición de políticas públicas al respecto.
(Publicado originalmente en Milenio Diario).
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