Entre las muchas motivaciones que podemos tener para hacer fotografías mientras viajamos, una de las principales debe ser el querer capturar la imagen del otro que resulta a tal grado diferente, y en consecuencia atractivo o amenazador, que hay que fotografiarlo como testimonio de su existencia y su relación conmigo. Algo semejante debió ser lo que llevó, en el siglo pasado, a tantos viajeros europeos que recorrían el mundo é iban descubriendo a los demás, a los otros, a acompañerse de una cámara fotográfica. Veamos esta hermosa imagen de Autor no Identificado, Cerezos en flor en las orillas del Koganei, c. 1890, e imaginemos el arrobo que debió sentir ante esta escena que finalmente decidió hacer su retrato. Sólo quien descubre la belleza en lo extraño o recién conocido, es capaz de detenerse a captar para la posteridad imágenes como esta.
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