Así como hemos dicho que al viajar se fotografía o lo muy conocido o lo absolutamente extraño, y que incluso esta fue una de la razones de por qué a lo largo del siglo XIX la antropología se desarrolló de la mano de la fotografía, no debemos olvidar que por un buen tiempo nuestro país y nosotros mismos hemos sido objeto de tal curiosidad. Si pudieran parecernos ajenos, por ejemplo, los usos y costumbre del oriente, hay otras sociedades y culturas que igualmente nos han mirado con extrañeza; viajar a México era ir al encuentro con lo otro, aun dentro de los países occidentales. Tal es el caso de las empresas arqueo-antropológicas registradas por el francés Désiré Charnay (1828-1915). Aquí vemos, por ejemplo, al Palacio de Nonnes en Chichen-Itzá en 1859. Ver su imagen explica perfectamente la sorpresa, el asombro, que debieron causar las ruinas mayas en el espíritu no sólo de los exploradores sino de un público más amplio que con razón estaba hambriento de novedades. Viajes e imágenes extraordinarias que aún en ese entonces ofrecían un sin fin de emociones y que esta globalización ha terminado por encapsularlas en parques temáticos. Buen motivo para meditar al cierre de esta serie dedicada a los viajes y sus fotografías.
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