No podría haber mayor coincidencia si afirmara que de los ilustradores de libros, uno de los más famosos lo es Gustavo Doré (1832-1883). Creo que no hay prácticamente persona letrada que no conozca alguno de sus trabajos ya sea de los que ejecutó, por ejemplo para la Biblia, el Quijote de la Mancha, La Divina comedia, el Paraíso Perdido, o los cuentos de Edgar Allan Poe, como el El Cuervo, del que aquí presentamos una de sus láminas de la edición de 1884. El estilo de Doré es naturalista, directo, pero con la suficiente fuerza y dramatismo como para agregar emoción y nuevas expectativas a la narración literaria. Tales efectos los maneja a partir de una hábil representación de luces y sombras contrastantes que al ser impresas en blanco y negro, o mejor dicho mediante el tono continuo, acentúa su belleza y contenido. Pocas veces se ha logrado una conjunción tal entre el lenguaje escrito y el visual, o se ha logrado tal identificación, es decir que la imagen te remita de inmediato al texto.
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