Hasta pena me da haber pensado
título tan cursi para referirme a la más reciente exposición de la Galería
Drexel, Flora expandida de Patrick
Pettersson. Pero la verdad es que, más allá del título de la muestra, al contemplar
su obra es inevitable dejar de imaginar, de pensar, no en el bosque o la selva,
sino en su representación civilizada, es decir el jardín, el parque. No
olvidemos, por ejemplo, a los paisajistas del Rococó francés quienes pintan
estos fantásticos escenarios de altos y tupidos bosques, tan sólo para servir
de fondo a las prácticas amorosas de jóvenes que han buscado refugio en la
permisiva naturaleza.
Esta referencia no es tan
gratuita como pudiera pensarse, pues veo en la obra de Pettersson una serie de
citas o si se prefiere de guiños a la historia de la pintura en particular y
del arte en general. Pero vayamos por partes. Casi saldría de más afirmarlo
pero debe tenerse presente que su obra es producto, lo mismo, de una muy
cuidada y desarrollada habilidad dibujística, entrenada meticulosamente en el
grabado, y de un conocimiento acerca de la percepción de la pintura (forma, color, profundidad, etc.), como de lo
ya dicho, del estudio de la historia de la pintura y del arte, todo mezclado
inteligentemente, para ofrecer una obra rica, sofisticada, elegante, atractiva.
Estas obras de Pettersson se resuelven a dos niveles pero visualmente
podríamos hablar de hasta cuatro o más. Dibujo y pintura comparten el espacio
pictórico, el dibujo realizado al pastel o por incisiones en la madera, en los
primeros planos; la pintura para los fondos. Hay que sumar, además, que el
fondo literal de la pintura, el soporte de lino, se convierte en el color de
los primeros planos; y, como cuarto nivel, que sobre lo pintado y lo dibujado e
incluso sobre lo grabado, aparecen o se incrustan recortes geométricos que bien
podrían ser las huellas del Suprematismo que gusta citar Pettersson en sus
trabajos, que recordatorios de que lo que vemos es una pintura y además plana;
cabe la posibilidad también de que sean simples elementos decorativos.
Digamos además, que con esos
primeros planos, en dónde realmente se explota el color del lino (diversos pero
siempre obscuros) o del fondo del bastidor de madera (pintado de negro), y que son
tratados a la manera negra (a la Mezzotinta),
es decir en donde se obtienen las luces (los blancos) —para dar forma a la
imagen— a partir del fondo negro, Pettersson crea una muy atractiva imagen en
primer plano que se destaca contra los segundos y terceros pintados con colores
matizados y en contraste con los obscuros. Si los primeros planos son por lo
general retorcidos y añosos árboles, más allá de ellos, de entre la bruma o el
enceguecedor color de un contraluz, se extienden siluetas de hermosos paisajes
casi selváticos, casi boscosos, y si digo casi, a pesar de que por aquí asoma el
perfil de una pirámide maya, y por allá la figura de un mono, es porque son la
imagen de los jardines y parques del XVIII.
Así como la obra material de
Pettersson es una especie de híbrido que puede recorrerse como un laberinto,
también su contenido es diverso. Su insistencia en títulos con alusiones a la filosofía
(filósofo, filosófico), puede entenderse como un recordatorio de que la
apreciación, el goce de la pintura como de cualquier otra manifestación
artística no depende únicamente de los sentidos, sino de su reflexión racional.
Nueva referencia al siglo XVIII, el Siglo de las Luces, pero también a una
imagen de la época: en las alegorías de la pintura, al lado de una joven mujer
aparece un mandril y un espejo, dando a entender que pintar como si se copiara el reflejo de un
espejo es tan simple que hasta un chango
puede hacerlo, pintar es una arte liberal, en donde son más importantes las ideas que la sola habilidad manual. Qué mejor ejemplo de lo acertado de este simbolismo que la obra de Patrick Pettersson.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Ver también: www.artes2010.wordpress.com
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