martes, 9 de octubre de 2012

En el jardín del arte

 
 

Hasta pena me da haber pensado título tan cursi para referirme a la más reciente exposición de la Galería Drexel, Flora expandida de Patrick Pettersson. Pero la verdad es que, más allá del título de la muestra, al contemplar su obra es inevitable dejar de imaginar, de pensar, no en el bosque o la selva, sino en su representación civilizada, es decir el jardín, el parque. No olvidemos, por ejemplo, a los paisajistas del Rococó francés quienes pintan estos fantásticos escenarios de altos y tupidos bosques, tan sólo para servir de fondo a las prácticas amorosas de jóvenes que han buscado refugio en la permisiva naturaleza.

Esta referencia no es tan gratuita como pudiera pensarse, pues veo en la obra de Pettersson una serie de citas o si se prefiere de guiños a la historia de la pintura en particular y del arte en general. Pero vayamos por partes. Casi saldría de más afirmarlo pero debe tenerse presente que su obra es producto, lo mismo, de una muy cuidada y desarrollada habilidad dibujística, entrenada meticulosamente en el grabado, y de un conocimiento acerca de la percepción de la pintura  (forma, color, profundidad, etc.), como de lo ya dicho, del estudio de la historia de la pintura y del arte, todo mezclado inteligentemente, para ofrecer una obra rica, sofisticada, elegante, atractiva.

Estas obras de Pettersson  se resuelven a dos niveles pero visualmente podríamos hablar de hasta cuatro o más. Dibujo y pintura comparten el espacio pictórico, el dibujo realizado al pastel o por incisiones en la madera, en los primeros planos; la pintura para los fondos. Hay que sumar, además, que el fondo literal de la pintura, el soporte de lino, se convierte en el color de los primeros planos; y, como cuarto nivel, que sobre lo pintado y lo dibujado e incluso sobre lo grabado, aparecen o se incrustan recortes geométricos que bien podrían ser las huellas del Suprematismo que gusta citar Pettersson en sus trabajos, que recordatorios de que lo que vemos es una pintura y además plana; cabe la posibilidad también de que sean simples elementos decorativos.

Digamos además, que con esos primeros planos, en dónde realmente se explota el color del lino (diversos pero siempre obscuros) o del fondo del bastidor de madera (pintado de negro), y que son tratados a la manera negra (a la Mezzotinta), es decir en donde se obtienen las luces (los blancos) —para dar forma a la imagen— a partir del fondo negro, Pettersson crea una muy atractiva imagen en primer plano que se destaca contra los segundos y terceros pintados con colores matizados y en contraste con los obscuros. Si los primeros planos son por lo general retorcidos y añosos árboles, más allá de ellos, de entre la bruma o el enceguecedor color de un contraluz, se extienden siluetas de hermosos paisajes casi selváticos, casi boscosos, y si digo casi, a pesar de que por aquí asoma el perfil de una pirámide maya, y por allá la figura de un mono, es porque son la imagen de los jardines y parques del XVIII.

Así como la obra material de Pettersson es una especie de híbrido que puede recorrerse como un laberinto, también su contenido es diverso. Su insistencia en títulos con alusiones a la filosofía (filósofo, filosófico), puede entenderse como un recordatorio de que la apreciación, el goce de la pintura como de cualquier otra manifestación artística no depende únicamente de los sentidos, sino de su reflexión racional. Nueva referencia al siglo XVIII, el Siglo de las Luces, pero también a una imagen de la época: en las alegorías de la pintura, al lado de una joven mujer aparece un mandril y un espejo, dando a entender que  pintar como si se copiara el reflejo de un espejo es tan  simple que hasta un chango  puede hacerlo, pintar es una  arte liberal, en donde son más  importantes las ideas que la  sola habilidad manual. Qué  mejor ejemplo de lo acertado  de este simbolismo que la obra  de Patrick Pettersson.

Publicado originalmente por Milenio Diario

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