Para el Rococó la naturaleza se convierte en un parque, pero un parque muy peculiar, uno que a la vez que conserva lo rústico (lo que es propio del campo), a la vez no presenta inconveniente alguno (calor excesivo, tierra, insectos, inseguridad, etc.). Este Verano (1738) del francés Nicolás Lancret (1690-1743), es representativo de lo dicho, nótese la figura a la izquierda, un joven ata el trigo recién cosechado, a su lado una pareja de enamorados y más allá y ruidoso grupo baila en círculo tomados de la mano, toda la escena en medio de ¿un bosque?, ¿del campo? ¿qué sitio del campo? Y es que hay que reconocer que más que escenas naturalistas, lo que estás pinturas representan son símbolos caros para una sociedad que está en transformación.
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